Nos piden sacar buenas notas, tener un buen curriculum y se nos pide además tener muchos seguidores. Siempre se nos pide caer bien o tener un cuerpo diez. La meta y el estrés es siempre ser más y a lo que aspiramos es a una vida sin problemas, fabricándonos una especie de cielo que es un parque temático imposible que tenemos en la cabeza o en los comentarios de las redes donde se vive bien, pero no conocemos a mucha gente que así vive bien.

Ese camino y esa obsesión por el ascenso también nos sucede a veces en la vida interior y espiritual: queremos hacer más cosas porque a lo mejor así tenemos a Dios de nuestra parte y así, de alguna forma, teniéndolo a favor, las cosas nos van bien. O a veces lo que hacemos es que miramos a Dios como una especie de refugio y venimos a la Iglesia o la oración para desahogarnos porque la vida que tenemos fuera va por otro lado, y a veces, en este camino de sentirnos buenos, encerramos a Dios en «mis cosas» y en «mis formas de ver la vida».

Pero Jesús, que nos conoce bien, como conoce a los discípulos, quiere hacer un camino con nosotros. Cada año, los discípulos hacemos un camino a través de la liturgia y en estas fechas terminamos con la fiesta que celebraremos este domingo de la Ascensión. El camino que Jesús hace es un camino de ascenso, pero quizás no en la dirección que nosotros pensamos. Para Jesús el camino de su vida es una ascensión y al final, nos ha dicho el Evangelio, ascendió al cielo. Pero el ascenso de Jesús no es subir al pódium o mirar a los otros por encima y tampoco el ascenso de Jesús es hacer lo que Él quiere y que las cosas salgan como Él se había planificado. Para Jesús, ascender es terminar el proceso y eso es lo que celebramos. Nosotros hemos estado todo este año siguiéndolo y ahora Él nos recuerda que en el seguimiento hay un final de un proceso.

Pero un proceso que no es para irnos del mundo. Para Él, la ascensión no es salir del mundo, sino que quizás es todo lo contrario: es el camino para introducirse en lo más profundo del mundo y para quedarse en lo más hondo. Fijaos, el camino de Jesús en ese ascenso siempre ha sido diverso: Dios va a Belén y desciende al corazón del mundo. El Dios de los cielos llega al corazón del mundo y, ¿cómo empieza ese camino? En el vientre de una mujer en Nazareth. Y luego Jesús se va buscando amigos y gente para que su misión tenga sentido porque Él sabe que no quiere hacerlo solo y que necesita de otros.

Y en ese camino y en ese ascenso, Jesús termina en una cruz y en el fracaso más absoluto. Y en ese camino de ascenso, luego Jesús va rescatando a los que estaban en crisis profunda y cuando los tienes a todos juntos, dice el Evangelio, es cuando asciende vaciándose totalmente. Ya no queda nada más, entregará lo único que le queda, el Espíritu. Y lo entrega a nosotros.

Hay una imagen muy bonita de la Iglesia que me la explicaron una vez: ese cuerpo del que habla San Pablo, donde Jesús es la cabeza y nosotros somos el cuerpo. Y Jesús, que es la cabeza, como cuando estamos con el agua al cuello, es el que va respirando continuamente y nosotros vamos viviendo gracias a ese respirar que hace Jesús delante del Padre. Él, como cabeza, asciende al corazón del Padre, pero como cuerpo se queda aquí y con nosotros. Esa es la extensión: un descenso al corazón del mundo y a constituirnos cuerpo. Por eso, esa «manía» en nuestra Iglesia de que estemos juntos porque no tenemos sentido si estamos separados de este cuerpo. No tiene sentido recibir el Espíritu cada uno desde su rincón, porque solo recibiremos el aire de Dios a través de Cristo, que es la cabeza y nosotros como su cuerpo.

Por eso, hoy es un buen momento para notar que somos cuerpo y que Jesús es la cabeza que asciende y que respira y a través de su aire nos va dando vida a todos. Es como si Jesús estuviera continuamente delante de Dios presentándole nuestros dolores, nuestras plagas y las llagas de nuestro mundo y cogiendo ese aire y transmitiéndolo a cada uno de nosotros. Hoy os invito, como jóvenes también, que asumáis ser ese cuerpo de Cristo. Y como cuerpo de Cristo él sabe que tiene una misión que todavía no ha terminado. La resurrección empezó con Él, pero no ha terminado y no termina hasta que el último miembro de Cristo respire y resucite con Él. Por eso Cristo nos llama y te ha llamado a ti porque estás bautizado. Hoy es un buen día para escuchar esta llamada y para notar que somos consagrados para eso. Sí, sagrados para pertenecer a este cuerpo.

¿Y qué hacemos juntos? Pues Jesús tiene una misión. Otros te podrían dar otra, tu parroquia o tu movimiento te podrían una, pero no, aquí quien pone una misión es Jesús porque es el que respira. «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»: esa es la única misión que recibimos. «El que crea y se bautice se salvará, el que se resiste a creer será condenado». La condena no nos pertenece a nosotros, sino que la tiene aquel que se aparta de este aire de amor y a todo aquel que vive apartado del amor de Dios, el corazón se le parte. Por eso tenemos una misión, y os invito a que la acojamos, y es preciosa.

Primero: «echar demonios». A los que acepten la misión tendrán una autoridad. Dicho de otra manera: ¿allí dónde estáis denunciamos el mal y lo expulsamos? ¿O nos callamos y convivimos? Jesús nos da autoridad: echar el mal allí donde estés. Fijaos en vuestras parroquias y en vuestras comunidades.

Segundo signo: «hablar lenguas nuevas». ¿A qué cuando hablamos de Jesús, nos entiende todo el mundo? Aquel que anuncia el Evangelio con el corazón se le entiende. Ese es nuestro lenguaje y reconocer que tenéis ese don. Aquel que anuncia el Evangelio es capaz de afrontar las cosas, coge el toro por los cuernos y no tiene miedo porque tiene una comunidad detrás y porque Jesús respira.

Y el último signo: «imponen las manos a los enfermos y sanan». Cuando alguien tiene un problema acuden a vosotros. Sanáis mucho más de lo que pensáis porque Jesús respira a través nuestro y somos parte de su cuerpo. Queridos amigos, Jesús asciende, pero se queda aquí. 

Media

Queridos hermanos y hermanas,

que os habéis puesto en pie cuando se han dicho vuestros nombres y que es una forma bellísima de recordarnos el significado de ponerse en pie delante de la Iglesia para recibir hoy especialmente el abrazo y el envío a cada uno de vosotros: sacerdotes, consagrados y consagradas, familias. La vocación que vivís en cada uno de sus niveles, desde el laicado hasta el presbiterado, nos dice y nos señala hoy lo importante que es la vida de la misión y como hoy nos lo recordáis de una forma especial a toda la Iglesia. Desde pequeños nos dicen que lo bueno es ascender y ser reconocidos, ser tenidos en cuenta. Se nos dice que lo grande está en el cielo y siempre en lo alto. Cuando los discípulos buscan a Jesús, al amigo, cuando no lo ven como lo veían antes, los discípulos lo buscan en lo alto, por encima, pero resulta que ya no es como antes. Jesús hace con ellos toda una pedagogía que es necesario ver en la perspectiva de la vida. Jesús hace un proceso de ascenso muy peculiar.

El ascenso, para Él, es llegar al corazón del mundo: desde Belén, desde la cruz, desde la resurrección, Jesús lo que hace es vaciarse, poco a poco, para llegar al corazón del mundo y hoy lo contemplamos, como nos dice la Palabra de Dios, como la cabeza de un cuerpo que Él va constituyendo. La cabeza está en lo alto, pero lo que hace es coger el aire, dar vida a todo el cuerpo que Él va haciendo. Un cuerpo que hoy formamos y que nos sentimos tremendamente vinculados a esta cabeza porque sabemos que Jesús se vacía en nosotros, nos da su cuerpo, nos lo da para así seguir yendo al corazón del mundo. Ese es el objetivo de la ascensión.

Hoy somos parte de esta ascensión. Somos parte de este proceso de resurrección para el que Jesús cuenta con nosotros. Jesús quiere ir al corazón del mundo y por eso hoy nos envía confiándonos su cuerpo y la construcción de su cuerpo. La fuerza nos viene de este bautismo común, este que participamos todos y que es una fuerza, una consagración, no para ir cada uno por nuestro lado, sino para confluir en este cuerpo.

Por eso hoy, sí queridos amigos, interviene Jesús mismo y cuando os habéis puesto de pie es el mismo cuerpo de Cristo el que se pone en pie porque recibís el aire, el espíritu, el bautismo de Cristo y así nos lo hacéis recordar a todos nosotros. Hoy, contad con nuestra oración y con nuestro envío y en primer lugar contad con nuestro agradecimiento. Sí, gracias, gracias de verdad por recordarnos la misión y por recordarnos que merece la pena dar un paso adelante. Y que contamos con la fuerza del Señor para todo eso. Quedaros con nuestro agradecimiento y con el apoyo de toda la Iglesia, no solo ahora, sino también en los momentos más difíciles. También en las dificultades, porque cuando uno camina con la Iglesia y cuando cada uno de nosotros se lanza a una misión también atraviesa dificultades. Queremos estar allí y nos gustaría dar la talla como Iglesia que se preocupa de cada parte de su cuerpo. Gracias de verdad, gracias.

Y gracias también porque nos recordáis que somos enviados. Todos, no vais solos. Todo bautizado está llamado a la misión en la Iglesia y bajo su mandato. La misión, por tanto, la realizamos conjuntamente, nunca individualmente. En comunión con la comunidad eclesial y vosotros nos decís claramente que esto no va por iniciativa propia. Si hay alguno que en una situación muy particular lleva adelante una misión evangelizadora solo, siempre está conectado con nosotros y siempre en comunión con esta Iglesia que le ha enviado.

En efecto, no es casual que el Señor Jesús, cuando envía a la misión los discípulos siempre dice «id», siempre al menos de dos en dos. El testimonio de los cristianos, que se da a través de Cristo, siempre tiene este carácter comunitario. Por eso siempre se os llama, a partir de una comunidad, pero a construir una comunidad, por pequeña que sea porque en eso consiste llevar la misión. La esencia de la misión es dar testimonio de Cristo, de su vida, pasión, muerte y resurrección. Y de transmitir el amor de Cristo a la humanidad. Esa es vuestra tarea: es Cristo, es el Resucitado al que os enviamos a testimoniar y nos pedís que nosotros también, desde aquí, testimoniemos y compartamos.

Los misioneros no sois enviados a comunicaros a vosotros mismos. El centro es ofrecer a Cristo en vuestras palabras y en vuestras acciones anunciando esta gran corriente de salvación, de alegría y de franqueza que da Cristo, como los primeros apóstoles. Por lo tanto, os enviamos a evangelizar.

El Evangelio de hoy nos da a vosotros y a nosotros que estamos aquí los signos de esta evangelización y lo que nos acompañará no será el éxito o que todo el mundo nos aplauda. Fijaos, los signos de nuestra evangelización serán a echar demonios, aunque no se vea, a eliminar el mal allí donde esté. Donde hay un misionero, en cualquier ambiente, el mal se aleja. No porque hagamos cosas raras, sino porque está Jesús y porque es Él mismo el que está presente en cada ambiente y eso siempre aleja el mal. Seguid echando demonios. «Hablarán lenguas nuevas» que es el lenguaje del amor y ese todo el mundo lo entiende, siempre. No olvidéis que ese es el mejor traductor de cualquier lengua y todo el mundo lo va a comprender.

Dice Jesús que «tomarán serpientes en las manos y todo aquello que nos da miedo». Siempre digo que el tomar serpientes por las manos, aunque sea un poco desagradable, para nosotros es coger el toro por los cuernos. Afrontar el mal, afrontar las dificultades, no dejarlo para otro día. El testigo y el misionero coge con ardor porque viene de Jesucristo. «No le hacen daños los venenos»: por muchos que tenga nuestra vida y nuestro mundo. Nos pueden dejar algo tocados, pero no nos harán daños porque es Jesucristo el antídoto y es la comunidad la que nos da ese antídoto.

Y, por último, «impondrán las manos y sanarán». Esa es la misión. Sois y somos las manos de Cristo para sanar, no para abofetear ni para dividir o imponer, para sanar y para tocar las enfermedades de nuestro mundo y hacer que, por medio vuestro y por medio de nuestras comunidades, Jesucristo siga sanando a todo aquel que tiene una enfermedad de cuerpo o alma. Somos enviados para esto. Sentid que no estáis solos, queridos hermanos. Sentid, todos los que hemos venido aquí a esta catedral, que quedamos implicados en vuestra acción. Sentid que sois una forma de decirnos a todos lo que somos.

Y nos recordáis algo: que el Señor nos llama a cada uno de nosotros hoy. Sí, igual que a vosotros. El Señor nos llama a renovar nuestra vocación y nuestro envío. La felicidad es descubrir la intención que tiene Dios sobre todos nosotros y hoy, a todos los que aquí estamos aquí, nos ponemos en pie para ser enviado a donde la Iglesia nos dice. ¿Nos atrevemos a entender que la felicidad por ahí? ¿Qué la plenitud de nuestra vida va en hacer ese gesto que habéis hecho vosotros? Ponernos en pie y decir: voy donde la Iglesia me envíe porque sé que allí es el Señor el que me envía. Cristo nos llama a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Hoy os invito a que cada uno de nosotros, mayores y pequeños, demos un paso de fe porque allí es donde Dios actúa. Él actúa y sigue haciéndonos misión. Cada uno de nosotros somos los que realizamos esa misión, con nuestra felicidad y con nuestro sí. Cristo sigue amando a su pueblo y sigue haciendo su cuerpo. Cristo asciende como cabeza, pero no se ha desatendido de todos nosotros. Cuenta con todos nosotros, con su cuerpo, con cada uno de nosotros para seguir viviendo y actualizando la resurrección.

Hoy Jesús, como cabeza, delante de Dios respira y le da gracias por vosotros. Y le da gracias por todos los que habéis venido a esta Misa y le da gracias por todos los que constituyen su Iglesia porque les acoge como su cuerpo. Agradezcamos este don y esta empresa a la que juntos, Dios nos envía y agradezcamos cada uno de los gestos, el que hagamos cada uno de nosotros y el que dais vosotros. No os olvidéis que no estáis solos y que Jesucristo respira y que es este cuerpo el que nos abraza y el que nos envía.

Media

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search