Todo en este lugar nos habla de San Isidro labrador. Desde estas praderas también él veía alzarse la creciente villa de Madrid, la ribera del Manzanares, y los extensos campos de Carabanchel. No muy lejos de este lugar trabajaba y labraba estas tierras. Dicen que, además, en este lugar, San Isidro, dando un golpe con su vara a una roca, consiguió que manara el agua que tanto se necesitaba en un tiempo de gran sequía en Madrid. No fue el único de los milagros que la tradición nos cuenta de él, pero el gran milagro de San Isidro fue el milagro de su santidad, Supo creer profundamente que es posible vivir a Dios, ser creyente y construir la Iglesia en la vida diaria. Una vida en la que cuanto más se preocupaba por los demás, y menos por sí mismo, más descubría como Dios lo protegía, lo cuidaba y lo acompañaba.

“El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn.15,5) hemos escuchado. Estamos llamados a dar fruto, pero frutos que perduren y que todos, en el fondo, buscamos dar. Isidro nos enseña a renovar nuestro ser cristianos en medio de nuestra ciudad. Nos reúne esta mañana aquí, en la Pradera de San Isidro, el testimonio de fe de nuestro patrono que a lo largo de los siglos permanece y se nos ofrece hoy como una oportunidad. Los madrileños acudimos a San Isidro porque deseamos tener una fe tan grande, y tan perseverante, como la tenía él. Acudimos a San Isidro porque mirándole a él aprendemos a confiar en Dios. Acudimos a él para que nos enseñe a no perder lo fundamental.

Él nos enseña a vivir unidos a la vid. Esa es la clave. No olvidamos que la oración, la eucaristía y la amistad con Jesús es su fuente y su centro. Y es la primera propuesta que nos ofrece. Toda comunidad. Toda sociedad. Y ciertamente, la Iglesia, necesita tener un tronco común en el que se engarzan las ramas. Nuestro tronco común es Dios. Ese que Isidro sencillamente descubre y vive. Os invito a descubrir la mirada que Isidro acoge de Dios, su fe y su oración. Él, por medio del don de su bautismo pone en Dios el centro de su vida.

Eso le ayuda afrontar el trabajo, la vida familiar, la forma de ser buen vecino, la forma de ser cristiano y de acoger lo que trae la vida. Dios no es para un rato o para un momento. Es la sabia que ilumina cada aspecto y rincón de su vida. Dios da fruto en la vida, tanto en lo privado como en nuestra presencia publica en la ciudad. Las suplicas y las peticiones de Isidro no eran distintas a las nuestras, aunque diez siglos nos separen de él. Pero él las confiaba a Dios. Ponía todo ante su bondad y misterio y allí escuchaba lo que Dios le pedía. Así él actuaba en consecuencia y, desde Dios, hacia una ciudad más amable, más solidaria, más familiar, desde lo pequeño y desde lo aparentemente oculto.

Isidro nos pide mirar a Dios. Eso conlleva siempre una forma de ser, de vivir y de estar en la sociedad. Cuando Los cristianos tenían que explicar quién era Dios, cómo vivir el Evangelio, muy pronto se acuerdan de él, porque su memoria nos enseña a mirar a Dios y a ser cristiano en medio de nuestra ciudad.

Isidro es vecino, buen vecino. No solo por ser buena persona sino por ser creyente. El Evangelio le lleva a vivir de forma plena su trabajo, su familia y su manera de estar entre sus vecinos. Por eso hoy nos sigue ayudando a ser vecinos cristianos que acogen, cuidan y están atentos a lo que sucede. Necesitamos cuidar como creyentes a nuestros vecinos y decirles que Dios es bueno y que la vida merece la pena ser vivida desde este Dios que nos pone personas buenas en la vida.

Fijémonos en las lecturas que hemos escuchado. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de la generosidad de los primeros cristianos, que “lo poseían todo en común y no llamaban suyo propio nada de lo que tenían” (Hch.4,32). Pues bien, dicen que San Isidro repartía sus bienes en tres partes: una para mantener a su esposa, Santa María de la Cabeza, y a su hijo Illán; otra para ahorrar, y poder con el tiempo tener mejores medios para la labranza, y una tercera para los pobres, que sabían que acudiendo a Isidro nunca les faltaría ni pan ni cobijo.

El empeño de San Isidro por ayudar a sus vecinos, ese ejercicio concreto y permanente de la caridad a lo largo de su vida, brilla también hoy como un testimonio que nos ilumina. La sociedad del Madrid de hoy dista mucho del Madrid del tiempo de San Isidro, pero, en lo esencial, los grandes desafíos de entonces y de hoy siguen siendo los mismos

Ante las emergencias de la precariedad, de la salud, de la educación, de la vivienda, o de la soledad, nosotros tenemos las mismas llaves que tenía San Isidro. Celebrarlo hoy nos debe llevar a todos, año tras año, a, desde Dios, no cerrar los ojos ante las diversas formas de pobreza que sufren muchos conciudadanos nuestros, y a responder con el amor que Dios nos ofrece y para lo que cuenta con nosotros, como lo han realizado tantos creyentes en nuestro Madrid.

• Que San Isidro Labrador, incansable trabajador, no deje que miremos a otro lado ante la precariedad laboral de no pocos madrileños, o ante la falta de acceso a la vivienda de tantos jóvenes y de tantas familias.

• Que San Isidro, que sacó de un pozo a su propio hijo cuando era niño, no permita que miremos a otro lado ante tantos niños y niñas de Madrid con escasa o inadecuada alimentación.

• Que San Isidro, que siempre miraba por el bien de todos, no permita que seamos insensibles ante la soledad de tantos niños, adolescentes, jóvenes y ancianos, y encontremos espacios para escucharlos y atenderlos.

• Que San Isidro, con muchos ascendentes lejanos a Madrid, que ya en su tiempo vio crecer esta ciudad, nos ayude a afrontar la situación de miles de emigrantes necesitados de acogida, atención e inserción social, no pocas veces víctimas del racismo y de la xenofobia en una ciudad que los necesita.

Gracias a él y a muchos somos hoy aquí la Iglesia en Madrid. Nuestros vecinos y vecinas necesitan fe, esperanza y la caridad del evangelio. Nosotros estamos convencidos, como lo estaba Isidro, que la vida desde Dios merece la pena y eso nos hace ser una vid maravillosa con un gran anuncio de esperanza para todos. Pero si somos vid sabemos que los sarmientos por sí solos no existen, ni dan frutos. Cuando los sarmientos dejan la vid solo se convierten en leña que encienden hogueras de polarización, de indiferencia y de enfados. Os pido que juntos, como san Isidro, sigamos construyendo esta Iglesia de Madrid tan presente y viva en nuestros barrios y en nuestras instancias sociales y vecinales. Que nuestros vecinos y vecinas encuentren en cada uno de vosotros un Isidro o una Isidra que les remita a esta Iglesia de Jesucristo con las puertas abiertas a quien necesite el amor que Dios da.

Estad orgullosos de ser cristianos, como san Isidro, y construyamos juntos esta Iglesia en medio de esta ciudad que necesita la fe, la esperanza y la caridad del Evangelio. Y lo haremos al estilo de este San Isidro. Beber de la fuente, rezarle, estar hoy aquí es una oportunidad para decir sí a ser parte de esta vid que es la Iglesia de Jesucristo. No somos perfectos, somos pecadores, pero tenemos testigos como Isidro y tanta gente que nos dice que merece la pena ser cristiano en este mundo. Madrid os necesita, la Iglesia cuenta con vosotros para hacer que Dios siga iluminando nuestras vidas. 

Y como modelo, aprendamos de Isidro a tener fe, es decir, a confiar plenamente en Dios que nos ama sin medida. A tener esperanza, porque, por muy oscuras que sean las noches, todas las mañanas sale el sol e inunda de claridad esta ciudad, que en todo el mundo es conocida por la intensa luz con la que la acarician sus cielos. Y a tener caridad, es decir, a querernos unos a otros como hermanos, porque también Madrid es conocida en todo el mundo como la ciudad de la acogida y de la hospitalidad, de la sociabilidad y de la fraternidad. Vivamos entonces con fe, esperanza y amor esta gran fiesta de nuestro patrono San Isidro Labrador, poniéndonos bajo su protección, diciéndole, como reza su himno: “Hoy nos tienes postrados aquí, implorando tu ayuda y tu auxilio, para un pueblo que tiene fe en ti”.

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