Un año más nos reunimos desde distintos lugares para mirar, orar y aprender de María, la Virgen de la Almudena, nuestra Madre, la patrona de Madrid. Seguro que ella os ha citado esta noche porque ella siempre busca corazones de verdad. Quiere que nos dejemos mirar por ella y, como buena madre, no pierde un detalle para aprovechar que aprendamos a vivir cerca de su Hijo. Quiere que, en medio del ruido, del móvil, de las pantallas, de las prisas… le dejemos un hueco en la vida para aprender de ella a vivir y a seguir a Jesús.
María, la Virgen de Madrid
Seguro que conocéis la historia. La Almudena es la madre de los cristianos de Madrid, la que lleva siglos acompañando a esta ciudad con su mirada serena y con la ternura de una madre.
Estuvo escondida muchos años en la muralla, aquí, junto a la catedral, esperando a ser descubierta. Después de mucho tiempo, mientras un grupo de cristianos rezaba para poder encontrarla, la muralla que defendía Madrid se derrumbó y en una grieta apareció la Virgen intacta.
Por eso la llamamos “Virgen de la Almudena”: la Virgen de la muralla, la Virgen de la fortaleza. La que nunca se fue, la que esperó paciente dentro de un muro. La que aparece cuando se caen las murallas. Igual que antes, hoy, con estas pistas, podemos aprender también todos nosotros a buscarlas y aprender a ser portadores de Jesús, como lo es ella llevando al Niño en sus brazos.
María sigue esperando, nunca se va. Espera el momento en que abramos una grieta en nuestras murallas, en esas que levantamos por miedo, por cansancio, por orgullo y, entonces, entra con su luz y nos recuerda que Dios nunca se olvida de nosotros, aunque nosotros nos olvidemos de Él.
María no huye: se queda y espera. Ella nos enseña a estar y esperar: nos pone al pie de la Cruz.
Si queremos aprender de ella, si queremos buscarla tendremos que ir a los lugares donde ella va. El Evangelio hoy nos dice: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre”.
María no se escapó del dolor, no corrió cuando todo se derrumbaba. Permanece y se queda ahí, en el desastre aparente, sabiendo que Dios tendrá la última palabra y que cumplirá, en medio de la noche, su promesa.
Podría haber cerrado los ojos, lamentándose del sufrimiento, pero se quedó. Y en ese “quedarse” María nos dice lo que significa amar de verdad: amar no solo cuando todo va bien, sino permanecer cuando amar duele.
¿Queréis esta noche buscar a María para que nos diga realmente quién es Jesús? Id, poneros en marcha; id donde los muros se caen, donde aparecen las heridas, las fragilidades, porque ahí está María.
Id donde pocos quieren ir porque hay cruz. O hay bullying, o pobreza, o rechazos, o refugiados... Id donde está una madre y un discípulo llorando por el amigo que muere por puro amor.
Id a las grietas de nuestras familias, de nuestras aulas o nuestros trabajos, porque en un mundo que mide todo por resultados, emociones y éxitos, este lugar siempre se evita.
Id a los pies de la cruz. María nos ayudará como lo hizo con Juan, porque ella sabe que si pasamos por ahí reconoceremos lo que es el amor de verdad, que perderemos el miedo y Dios nos enseñará su rostro.
No tengáis miedo de ir con María a la cruz para acompañar a Jesús. Ese paso nos hace discípulos, nos une a Cristo. Sí, la cruz da miedo, no apetece… pero ahí, en lo que el mundo desprecia, está el secreto de la vida, porque allí aprendemos a ver a Jesús Resucitado.
¿Te dejarías llevar por María hasta tus cruces y las de los demás? No temas. Al mirar la cruz aprendemos con María a mirar a los crucificados de hoy: los que sufren, los que callan, los que se sienten solos. Y aprendemos a mirar nuestras propias cruces —esas heridas, fracasos o búsquedas— sabiendo que Jesús las abraza con nosotros.
Y es que solo al pie de la cruz –nos dice María– aprendemos a ser cristianos, no lo olvidéis. Y eso da sentido a las cruces con las que nos topamos en la vida a las que cada uno tiene.
Ahí te espera María, ahí te espera Juan y ahí te espera Jesús. Solo hacen falta algunas cosas que traemos esta noche:
1 - Escuchar en medio del ruido
Para saber acudir al pie de la cruz hay un paso previo: antes de llegar allí, María había escuchado. Eso es lo que la entrenó y le condujo junto a su Hijo. Escuchó la Palabra, la guardó en su corazón y se dejó transformar. Por eso pudo llegar hasta la cruz sin huir. Con pena, pero sin miedo.
La pregunta es la que nos lanza a cada uno de nosotros: ¿cómo escuchamos hoy? ¿Escuchas a Dios? ¿Cuánto tiempo dedicas a escuchar la Palabra de Dios en el silencio de tu casa? ¿Qué lugar ocupa la Palabra de Dios en tu grupo o en tu oración? ¿Cuánto tiempo dedicas a la escucha?
Vivimos rodeados de pantallas, mensajes, opiniones, ideologías… y corremos el riesgo de confundir la voz de Dios con el ruido del mundo. O confundir la voz de Dios con las modas o con lo yo siento en cada momento.
El sentir es importante, pero necesitamos salir de nosotros, aprender –como María– a escuchar a Dios en las noches de la vida, cuando no todo está claro.
La fe no es gritar más fuerte que los demás; es aprender a distinguir la voz del Evangelio en medio del ruido. Para eso hay que escuchar. María escuchó, reflexionó y actuó desde la confianza en la promesa de Dios.
2 - Acoger a los que están a los pies de la cruz, acoger a los que allí llegan. La cruz enseña a acoger la diversidad desde el amor.
Al pie de la cruz estaban María, las mujeres y el discípulo amado. Todos distintos, todos frágiles, pero unidos por el mismo amor de Jesús. En ese momento, al pie de la cruz, nace una nueva familia, una comunidad donde lo importante no es pensar igual, sino amarse mutuamente.
Así nace la Iglesia: una familia diversa donde el vínculo no es la sangre, ni la ideología, ni la política, ni el nivel social, sino el amor que nace del Crucificado.
María no excluye, no selecciona, no etiqueta; simplemente acoge a Juan. En un mundo que a veces polariza y divide, María nos abre el camino para mirar con el corazón, no con prejuicios que ponen etiquetas y que nos enfrentan.
Ser cristiano no es pertenecer a este o aquel grupo, y menos si este se enfrenta al otro. Es dejarse mirar por Cristo crucificado, romper muros y mirar a las personas por encima de lo que digan otros que dividen, o que quieren que miremos con odio y sin alma.
Id al pie de la Cruz. Con María aprenderemos que, bajo la mirada de Jesús, la fe no nos hace iguales, no borra la diversidad: la transforma en comunión.
3.- Junto a la Cruz aprendemos que el “sí” se repite. Decir sí a Dios no es cosa de un solo momento, sino de muchos momentos en la vida.
El “sí” de María en Nazaret no fue dado solo en momento romántico: fue un sí que se renueva cada día, incluso al pie de la cruz, cuando las cosas no se entienden bien y cuando hay mucho dolor. También nosotros estamos llamados a repetir nuestro “sí” en la vida cotidiana.
Decir sí en momentos buenos y cuando vemos que no lo tenemos todo claro, que nos estamos alejando de la Iglesia o de los amigos y amigas creyentes.
Decir sí cuando Jesús nos descabala, cuando rompe las murallas o cuando rompe nuestras formas de ver las cosas.
Decir “sí” a Dios es confiar en Él, aunque no veamos todo claro, y dejarnos ayudar por Dios y por las personas que pone a nuestro lado. Es permanecer de pie cuando el amor parece que no se ve. María nos dice que la fe no es tener todas las respuestas, sino no soltar la mano de Dios, aunque no entendamos el camino. Dios no deja de darnos la mano. Lo malo es que a veces nosotros nos cansamos le soltamos.
Le pedimos esta noche a María, la Virgen de la Almudena, que nos enseñe a esperar sin huir, a estar al pie de las cruces que tenemos delante, a escuchar sin ruido, a amar sin condiciones, a acoger sin excluir y a decir sí sin miedo.
Ella sigue esperándonos detrás de nuestros muros. Solo hace falta descubrirla y abrir una pequeña grieta, para que entre la luz. Y entonces, como Madrid aquel día, volveremos a encontrar a la Madre. La que nunca se fue. La que sigue al pie de cada cruz, pero ahora con nosotros.