Queridos hermanos obispos, Juan Antonio y Jesús, queridos vicarios, deán de la catedral, sacerdotes que también os incorporáis a esta celebración, queridos hermanos mercedarios descalzos y mercedarios calzados, queridas madres mercedarias, cofradías, querida parroquia de la beata con Juan Carlos como párroco y toda la comunidad que estáis aquí y la asociación de amigos de la beata y los caballeros de la Merced que también os habéis acercado a esta celebración. Gracias también, vicealcaldesa, por compartir esta celebración con nosotros y los concejales que también os acompañáis en este momento querido en Madrid. 

MarÍa Ana Navarro fue una madrileña que caminó por nuestras calles y después de mucho tiempo seguimos recordándola y es alentador que, después de mucho tiempo, los cristianos nos reunamos a leer nuestra historia y a dar gracias a Dios por las vidas que nos han regalado y por caer en la cuenta de que, si estamos aquí, es por la belleza de esas vidas, de tantos hombres y mujeres que se han atrevido a entregar su vida por el Evangelio.

Hablar de la Beata, a los que hemos caminado por Madrid, nos suena a la parroquia, sobre todo los que hemos vivido por aquel barrio, nos suena a las madres mercedarias, nos suena a la Puerta de Alcalá, pero también nos suena a los pobres y a la eucaristía, las grandes pasiones de MarÍa Ana Navarro. Pasión que supo pasear por Madrid y supo con coherencia unificar el amor a los pobres, a la eucaristía, a las personas, tanto a las más humildes como a las más adineradas que todos buscaban en ella un consejo porque veían en su interior que había encontrado la bienaventuranza fundamental, la de la santidad, la del Evangelio.

Una mujer sencilla, punto de unión entre la diversidad del Madrid de aquella época, que pone los pies en el suelo y pasea por la realidad de la ciudad y que en definitiva abre la realidad de hoy, como subraya el lema, al cielo y lo mira con los pies en la tierra. La vida de todo bautizado tiene un proyecto. Cuando nos bautizamos no es para ser mediocres, ni para conformarse con lo que dice todo el mundo. Dice el Papa Francisco cuando habla de la santidad: «El Señor lo pide todo y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia, está presente, de diversas maneras, la llamada a la santidad».

La santidad noes un título o simplemente un reconocimiento, es nuestro camino. Un camino que ahora en Pascua ahondamos con especial fuerza. Cuando ve uno un bautizado no ve una persona mediocre, Dios así no lo ve. En cada bautizado Dios ve su reflejo, ve un santo. Y eso que celebramos de los nuestros, lo celebramos también de nosotros. La beata MarÍa Ana nos dice que en un camino de coherencia con el Evangelio, de poner los pies en el suelo y mirar al cielo, es posible también después de 400 años. Y hoy nos puede preguntar si somos capaces en este tiempo de Pascua si también nosotros somos capaces de preguntarnos cómo vivimos nuestro bautizo y si realmente podemos preguntarnos, a estas alturas de la vida, con lo que cada uno tiene, por la vocación que Dios tiene sobre nosotros.

¿Qué intención tiene Dios sobre cada uno de nosotros? ¿Cuáles es su voluntad? Dios lo ha apostado todo por cada uno de nosotros y ahora, Pascua tras Pascua, vamos saboreando la respuesta que no es solitaria, sino apoyada con otros que han vivido dónde nosotros, que han pertenecido nuestra Iglesia y que nos explican cómo alcanzarlo. Es el camino de las bienaventuranzas y de un Dios, como vemos ahora en el Evangelio, que a través de Jesucristo nos busca. Sí, nos busca. Esa es la Pascua. Y nos busca para llamarnos a esa santidad. Jesús explicó sencillamente qué es ser santo y lo definió cuando nos dejó las bienaventuranzas: son como el carné de identidad del cristiano. En ellas se puede dibujar el rostro del Maestro, ese que estamos llamados a trasparentar cada día en nuestro andar por las entrañas de nuestro Madrid. Hoy venir aquí es reconocer que no tenemos miedo a mirar a la vida de los nuestros y a entrar por la puerta de la santidad. No tenemos miedo, sino que recogemos la llamada del Señor y nos ponemos a disposición de Él, en las claves que cada uno puede dar y que hemos recogido.

Hoy el Evangelio es una puerta abierta para vivir este estilo de santidad que MarÍa Ana y otros más nos han dejado. Cuando Jesús se aparece a sus discípulos que están encerrados y con muchos miedos, Jesús nos dice algo que la beata aprendió muy rápido: nuestro Dios tiene los pies en la tierra. Por eso Jesús lo primero que hace es pedirles de comer porque Jesús no es un fantasma. Los fantasmas dan miedo y no exigen nada, no dialogan. Nuestro muneod uqiere creer a veces en los fantasmas, en seres que se van, que no dialogan ni interpelan. Jesús no es un fantasma, Él pone una mesa, como esta tarde y como cada domingo en cada parroquia, y nos pide comer. Se sienta con nosotros a comer. María Ana lo descubrió muy pronto e hizo de la eucaristía la fuente y el núcleo de su vida. Y no una eucaristía solitaria, si no una dónde entraban muchos. Para ser santo y renovar nuestro bautizo tendremos que aceptar esta intimidad de comer con Jesús. Comer con Jesús supone sentarnos en la misma mesa con otros y supone entrar en diálogo profundo con Él. Comer con Jesús supone coger fuerzas para desgastarnos en lo que Dios quiere, no en lo que yo quiero simplemente. Desgastarnos para cumplir la voluntad del Señor en nuestra vida y en nuestro alrededor.

Qué gran masa de testigos podemos recoger. Vidas concretas que nos explican cómo hacerlo. Jesús además hoy en el Evangelio, para revivir nuestro bautismo, además de comer con nosotros, nos deja un signo de identidad. Algo que María Ana supo ver desde el principio: una mujer eucarística, pero de ida y vuelta. Vivir la eucaristía, para ser eucaristía y siendo eucaristía celebrarlo en la eucaristía y reconocer así al Señor. ¿Y sabéis por qué? Ella vio en este Evangelio la clave. Jesús, cuando nos dice dónde está Resucitado, nos da una ventana para mirarle. ¿Queréis ver a Jesús? Mirarle con los ojos de la beata y los de los grandes santos y las grandes testigos que han vivido antes que nosotros. Ellos descubrieron lo que nos dice el Evangelio: cuando Jesús nos dice cómo reconocerle no nos da un póster ni siquiera una imagen, nos pone sus llagas, su costado y sus pies. Mirarle. Allí donde hay llagas entregadas por amor, pies traspasados por amor y ofrecidos al Señor, llagas abiertas aunque no sean bonitas o a veces nuestra primera intuición es apartar la mirada, Jesús nos las enseña para aprender allí a ver que detrás de esas llagas u orilla está siempre Él, en todo lo que se ofrece por amor, y nos capacita para ver el cielo. Ver el cielo a través de nuestras llagas y de las de nuestros hermanos, porque Él se identifica con ellas.

Miremos las llagas de Madrid, miremos el corazón traspasado de Cristo y, a través suyo, a todos los que descansan allí porque nos explican dónde vive el Resucitado y cómo vivir la santidad en nuestra vida. Comer con Jesús, mirar sus llagas, y por último Jesús, también hoy en el Evangelio, como los discípulos, nos explica como renovar nuestro bautismo y vivir la santidad: leyendo nuestra historia a la luz de su Palabra, como hacemos aquí esta tarde. Leer nuestra historia y la de los nuestros, pero no según se nos ocurre, sino susurrada a la luz de la Palabra de Dios. Allí está nuestra memoria y sin ella no iremos a ninguna parte. Una memoria que como hoy acogemos, reunidos y a la luz de la Palabra: esa es la clave para vivir la resurrección. Y eso es nuestro compromiso en nuestra vida, en nuestras comunidades y parroquias: reunirnos continuamente con el corazón inflamado por la eucaristía, con la mirada puesta en las llagas y con la historia macerada a la luz de la Palabra de Dios.

Quizás la tarde de hoy puede ser un buen momento para renovar nuestro bautismo y para abrir el corazón al sueño de Dios sobre cada uno de nosotros. Quizás hoy, mirando a la Beata y a la historia de nuestro pueblo y nuestra diócesis, podemos recibir una luz especial para ser eucarísticos y sentarnos con Jesús a su mesa. Una luz para mirar a las llagas de nuestro pueblo y una luz para presentar nuestra historia que tiene muchos nombres como la Beata, como cada uno de vuestros nombres y los nombres de todas nuestras comunidades. «Vosotros sois testigos de todo esto», nos decía Jesús en el Evangelio. Vosotros, esta tarde, sois testigos de todo estos. Vosotros, Iglesia en Madrid, sois testigos de todo esto. Celebrémoslo, toquémoslo a través de las llagas y seamos conscientes de ese sueño que Dios tiene con cada uno de nosotros y con nuestra Iglesia en concreto.

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