En una Catedral de la Almudena repleta de fieles, con más de 240 sacerdotes y cerca de 70 obispos, el cardenal José Cobo Cano, arzobispo de Madrid, presidió la ordenación episcopal de sus nuevos obispos auxiliares, don José Antonio Álvarez y don Vicente Martín. Desde las 11 de la mañana, en el ambiente era palpable la solemnidad, emoción y gratitud que se extendía entre los presentes. El cardenal comenzó su homilía con una nota de empatía, observando con una sonrisa la aparente emoción de los nuevos obispos. "Veo que aún no se os ha pasado el susto", comenzó, arrancando una risa de ambos. "Todos los que hemos pasado por este trance sabemos que hay llamadas del Señor Nuncio que cambian definitivamente la vida".
A continuación, la homilía del cardenal se adentró en un terreno profundo, reflejando la trascendencia del momento y la misión que les aguardaba. Recordó a los nuevos obispos que estaban siendo llamados a un servicio desmedido, una llamada que, aseguró, mantenía el "susto" siempre presente, pero también la gratitud y el compromiso. "Hoy es una jornada de fiesta, un día lleno de luz y agradecimiento al Señor: Él os ha llamado por vuestro nombre a través del sucesor de Pedro", proclamó.
El cardenal Cobo subrayó la esencia de su nuevo ministerio: ser pastores. "Vosotros sois enviados a ser pastores en comunión íntima con Cristo, Buen Pastor", dijo, haciendo hincapié en que esta labor no se trataba solo de una responsabilidad administrativa, sino de una misión profundamente espiritual y humana. Recordó que la base de todo ministerio pastoral es el amor, evocando el diálogo de Jesús con Pedro: "¿Me amas? Tú sabes que te amo".
"Apoyados solo en tu amor, experimentando nuestra debilidad, nos atrevemos a acoger el peso y la responsabilidad de servir en esta Iglesia que peregrina en Madrid", añadió, resonando con un eco de sinceridad y humildad. Esta llamada a mirar juntos hacia el futuro, dejando atrás los miedos y nostalgias de tiempos pasados, fue un llamado a la esperanza y al compromiso renovado con la misión divina.
El cardenal también abordó la realidad de la Iglesia, una realidad que describió como una mezcla de situaciones y estados de ánimo, desde las ovejas rebeldes y cansadas hasta las entusiastas y generosas. "Queredlas, por favor, a todas. Miradlas como las mira Dios, con corazón de misericordia", imploró.
Citando a Madeleine Delbrêl, enfatizó que amar a la Iglesia es aceptar sus heridas y imperfecciones. En este punto, su discurso se tornó casi poético, llamando a los nuevos obispos a ser testigos del amor de Dios en el mundo, reflejando su luz en medio de la oscuridad. El cardenal Cobo continuó subrayando la importancia de la humildad y la cercanía. "Cualquier otro modo de ejercer la autoridad en la Iglesia, que no hunda sus raíces en este suelo y en el pueblo de Dios, es una planta extraña que no pertenece al Evangelio", advirtió, llamando a una pastoral auténtica y enraizada en la vida del pueblo.
En la culminación de su homilía, instó a los nuevos obispos a aprender continuamente del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y necesitados. "Recordad que, cuando la Iglesia o sus ministros se erigen en 'centro', el discipulado se funcionaliza y nos convertimos en administradores y controladores de la fe, en lugar de ser sus servidores y facilitadores", dijo. Finalmente, les recordó que eran obispos de todos, de aquellos fervientes en su fe y de los que quizás se alejaron. Con un tono de esperanza y apertura, concluyó: "Para ellas tendremos siempre los brazos abiertos a la acogida, sin preguntar por qué se marcharon ni qué sendas recorrieron; tendremos siempre las puertas de nuestra casa de par en par abiertas, siempre esperando".
La homilía del cardenal fue una mezcla de emoción, profundidad y llamada a la acción. Una hoja de ruta espiritual y práctica para los nuevos obispos, un recordatorio para la comunidad de su papel en la Iglesia y una celebración del compromiso renovado de caminar juntos hacia un futuro esperanzador y lleno de fe.
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