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Jueves, 27 noviembre 2014 06:00

Monseñor Carlos Osoro: Ser Iglesia misionera en la gran ciudad Featured

En su carta semanal, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, invita a sus diocesanos a “ser Iglesia misionera en la gran ciudad”. Así, explica que “una gran misión tiene la Iglesia en medio de la ciudad”, la de “acentuar el primado de Dios, renovar los vínculos entre los que viven en ella, haciendo posible que realicen esa versión nueva de vivir, de pasar de ‘ser islas’ o desconocidos a ser ‘imágenes de Dios’ que, por tanto, al vivir con el amor mismo de Dios no pueden prescindir de nadie que esté viviendo junto a ellos, sino que son capaces de crear un ‘ethos urbano’ que provoque en todos los que la habitan pasar de ser ‘desconocidos’ a ser ‘hermanos’. Y ello les da una capacidad creativa, de búsqueda y de realizaciones en medio de la ciudad, en todos los lugares donde la comunidad cristiana se reúne, de buscar ‘lugares de encuentro’ donde todos son reconocidos y tratados en la dignidad que todo ser humano tiene y le ha dado como estatuto de existencia en medio del mundo Dios mismo. Habiéndose manifestado y revelado ese estatuto del hombre y de Dios en Jesucristo Nuestro Señor”.

Para Mons. Osoro, “es esencial” manifestar, decir, proclamar “el primado de Dios”. “Siempre habrá que proclamar la feliz noticia de que Dios habita entre nosotros, y de que esa eterna comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es de la que tiene que vivir la Iglesia y manifestar a todos los hombres para que sean esa gran familia que tiene un signo que la distingue y que promueve, a quien la hace, a vivir en esa comunión”. Ese signo, apunta, es “la ‘señal de la Cruz’. Decir ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ y hacer esa señal públicamente en medio de la ciudad no es un gesto más, al contrario, es ese gesto único por el que quien lo hace reconoce que la primacía sobre todas las cosas la tiene Dios, y que el ser humano alcanza la máxima dignidad y la promueve cuando, viviendo esa comunión trinitaria en medio del mundo y junto a los hombres, construye esa ‘nueva ciudad’ de hermanos e hijos de Dios. Ha sido Jesucristo quien nos ha revelado a Dios y nos ha dicho cómo se ha comunicado en la entrega del Hijo encarnado hasta la cruz y en la donación del Espíritu Santo para que participemos en su amor abundante”.

Misioneros en medio de la ciudad
“¡Qué fuerza tiene para todos los hombres la fe y la adhesión a Nuestro Señor Jesucristo!”, asegura. “Él nos enseña no sólo a dar, nos dice algo mucho más importante: hay que darse. Acoger la vida de Nuestro Señor Jesucristo supone entregar una novedad tan grande en medio de esta historia que en nada se puede comparar. Los cristianos tenemos ya esa novedad por el Bautismo, somos partícipes ya de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, hemos sido engendrados de nuevo a la vida de Dios mismo y de la verdadera identidad y verdad del hombre. Por eso, estamos llamados a ‘suscitar’, ‘consolidar’, ‘madurar’, ‘sanar’, ‘afianzar’, ‘promover’, ‘dar un nuevo estatuto a la historia de los hombres con el humanismo verdadero’. Ser misioneros en medio de la ciudad supone entregarnos a purificar y elevar la dignidad del hombre a la medida que solamente Dios ha dado, de tal manera que la fe y la adhesión a Jesucristo no es una cuestión secundaria o de unos ilusos engañados, es la cuestión más humana que jamás se ha podido presentar”.

Invita “a hacer descubrir lo que los primeros cristianos hicieron cuando comenzó la evangelización: su tarea fue entrar en el corazón de aquellos hombres urbanos, hombres y mujeres de su tiempo; unos, paganos y entregados a toda clase de muerte, y otros, haciéndose dioses a su medida que no daban salvación sino esclavitud, y que anunciaban el deseo de absoluto que estaba en sus corazones. Ellos tenían la realidad de un Dios-Amor que podía quitarles la sed que sentían, devolverles la dignidad humana y llevarles a una comunión con los demás que hiciese posible que quienes se encontraban con ellos recibieran y experimentaran el Amor mismo de Dios, que tenía nombre y rostro, Jesucristo.”

Dios “no crea problemas para la paz en el mundo, ni tampoco para que los más pobres recuperen su dignidad, no crea odios, intolerancias o desuniones, no construye convivencia del descarte o de posicionamientos en los que unos tienen más privilegios que otros”. Para “construir la ‘nueva ciudad’ no hay que prescindir del Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. Prescindir de Él es construir ‘vieja ciudad’: que es ‘deshonesta’, donde el culto al dios-poder tiene su vigencia o el culto al dios-dinero que esclaviza y utiliza, donde una imagen deformada de Dios deforma a Dios, al hombre y la convivencia entre nosotros, pues suscita eliminaciones, muertes, irracionalismos, fanatismos y fundamentalismos”.

“Para evangelizar la ciudad, hemos de ser atravesados y hemos de atravesar todos los caminos de la vida de todos los hombres con los que nos encontremos. Y lo hemos de hacer con el contenido fundamental de nuestra fe, creído, vivido y manifestado en obras, Jesucristo, al que damos rostro y hacemos posible un encuentro personal de Él con los hombres. Digamos con la fuerza del testimonio: Dios es Amor, se ha manifestado y revelado en Jesucristo muerto por amor a los hombres, Él ha Resucitado dándonos su vida”. Concluye afirmando que “todos los areópagos son buenos. Los cristianos hemos de construirlos para establecer un diálogo abierto y una comunicación de hondura con todos los hombres: todo lo que hagamos por tener lugares de encuentro con los hombres que en la gran ciudad andan y viven mucha soledad, es misión de la Iglesia. Pero hoy hay unos que son nuevos y muy importantes, que deseo destacar: los medios de comunicación social, en los que tan bellamente se fijó el Concilio Vaticano II. La Iglesia misionera en la nueva ciudad tiene que emplear sus códigos simbólicos en los que se haga ‘una oración que hable del hombre a Dios y un anuncio que hable de Dios al hombre’”.

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