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Lunes, 05 marzo 2018 10:44

«Este mundo necesita hombres y mujeres capaces de entregar la luz de Jesucristo»

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El silencio de Dios grita más alto y más fuerte que el frío y la lluvia de Madrid. Los jóvenes lo saben, lo viven, lo sienten. Por ello, no quisieron faltar a la cita que les congrega con el Señor, de la mano del cardenal arzobispo de Madrid y cada primer viernes de mes, en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. Esta oración, además, guardaba un detalle especial y significativo: los jóvenes allí presentes procedían de visitar algunas comunidades de vida consagrada madrileñas. Una iniciativa, apodada Luces en la Ciudad, organizada por las delegaciones de Pastoral Vocacional y de Infancia y Juventud, que pretende que jóvenes, de 16 a 35 años, conozcan la belleza de la vida consagrada, descubran el sentido de su vida y se suscite en ellos una pregunta vocacional.

En esta ambiente de oración y contemplación, el cardenal Osoro recogió el testigo que los jóvenes llevaron en el corazón para ponerlo a los pies del Señor. «Qué página más maravillosa la que el Señor nos entrega en este día en que muchos de vosotros habéis estado visitando lugares que hacen presente la luz de Nuestro Señor Jesucristo». Con estas palabras, el prelado comenzó una homilía que, de principio a fin, les invitó a dejarse seducir por un Dios que «quiere irrumpir en este mundo» y «quiere contar con nosotros para hacerlo». En esta línea, resumió el Evangelio proclamado en tres palabras, tres invitaciones que les hacía el Señor: «Subid, mirad y contemplad».

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«Cuando estamos a bien con el Señor, estamos a bien con los demás»

La palabra subir «nos indica que vamos hacia lo alto», como «Jesús subió donde Dios, para los judíos, se hacía presente». Y Jesús, dijo el prelado, «quiere que nosotros subamos también, que nos elevemos y miremos también la vida». Porque «cuando estamos a bien con el Señor, estamos a bien con los demás»; y «si los demás son importantes para nosotros, no rechazamos a nadie». Es más, continuó, «todos son importantes, pero especialmente lo que más necesitan». En esta actitud de servicio y entrega, señaló que «cuando estamos a bien con Dios y en la altura de Dios, vamos rápidamente a buscar a los demás».

En segundo lugar, los invitó a mirar como Jesús. «Mirad, mirad este mundo y esta tierra: cómo vive la gente, en qué situaciones de enfrentamientos, de rupturas, de divisiones, de faltas de lo más necesario para vivir…». Asimismo, consideró «cuántos niños, en estos momentos y en tantas partes de la tierra, están muriendo de hambre», y «cuánta gente, por no tener lo mínimo necesario para tomar una medicina, muere también». Dios, subrayó, ha hecho este mundo «para que vivamos como hermanos, nos sintamos como hijos de Dios, nos ayudemos los unos a los otros y seamos capaces de dar la vida por el que más necesita». Por todos los hombres, «sin excepción y sin mirar si piensa lo mismo que yo o cree lo mismo que yo».

Subid, mirad y, en tercer lugar, contemplad. Así, el arzobispo los exhortó a contemplar el triunfo de Cristo por medio de la parábola del Buen Samaritano: «Aquella parábola no pasó de largo; había un hombre tirado, roto, destruido, medio muerto, y aquel hombre –que era Dios mismo– se paró, se agachó, lo miró, lo curó, lo levantó, le prestó la cabalgadura en la que iba Él y lo llevó a una posada para que lo curasen». Pero no se desentendió de Él, sino que «le dijo a la posadera que gastase lo que fuese con tal de que se curase» porque «él volvería otra vez».

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Un Dios que no abandona

El signo más grande es Dios, aseveró, «que no nos ha abandonado». Él «quiere que presentemos su propia vida en nuestra vida en medio de los hombres y de esta historia». Así, los alentó a ser luces en la ciudad y en la archidiócesis de Madrid: «Luces que no tienen luz propia –porque la cogemos de Cristo–, pero luces que, al tener la luz de Cristo, alumbramos de verdad a los demás». Esta tierra y este mundo, concluyó, «necesitan medidas de hombres y mujeres que sean capaces de entregar la luz de Jesucristo, que es la única que cambia el corazón de los hombres».


Palabras del cardenal Osoro en vídeo 

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