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Lunes, 18 mayo 2020 15:41

Santa Rosalía se convierte en un hogar para 16 migrantes

Santa Rosalía se convierte en un hogar para 16 migrantes

En la parroquia Santa Rosalía, en Hortaleza, un grupo de jóvenes lleva días acondicionando el que será su nuevo hogar. La mayoría de ellos están en situación de asilo y refugio. Se han quedado sin trabajo, un trabajo muchas ocasiones ligado a la economía sumergida. Han estirado el dinero que tenían para pagar una habitación. Hasta que ya no han podido más. Y entonces han acudido al párroco, Ramón Montero, padre Moncho: «Padre, por favor, ayúdeme, que me quedo en la calle».

El padre Moncho habla con ellos, les facilita alimentos y los ayuda con el pago del alquiler, hasta que es insostenible. Ya tiene acogidas en dos viviendas parroquiales a nueve personas, algunas son familia entre sí, y ha visto ahora la oportunidad de arreglar unos 100 metros cuadrados de salones parroquiales para cobijar a más personas que lo necesitan.

Serán siete en total, y en estos días se dedican a limpiar, ordenar y organizar el espacio. Las camas han sido donadas por IFEMA (de las nuevas, que no llegaron a usar) y por las monjas de la Santísima Eucaristía. Tendrán cada uno mesilla, lámpara y armario, se panelará el espacio para garantizar intimidad, y hay cocina y sala de estar para la vida de fraternidad.

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Residentes de diversas procedencias y de entre 20 y 35 años

«Hasta que consigan un trabajo, este será un pequeño hogar», dice el párroco. Diversas nacionalidades (vienen de Honduras, Colombia, Venezuela, Brasil, Ecuador), edades entre los 20 y los 35 años, mochilas pesadas a las espaldas… «Les estamos inculcando el respeto a las realidades de cada uno».

Como la de Leandro. Llegó solo a Madrid hace cinco meses, un día después del día de Navidad. Tiene 22 años. Es de Venezuela. Las tres primeras semanas se alojó en casa de un amigo cuyo padre era alcohólico. La situación le pudo, y con los pocos ahorros que trajo se fue a una habitación alquilada en un piso en Barajas. Contactó con Cáritas, empezó a hacer un curso-taller y pidió alimentos para comer.

El dinero se acabó rápido, estalló la pandemia. Leandro se lo contó a su tutor de Cáritas, que le puso en contacto con el padre Moncho. Habló con él, porque el padre Moncho escucha. Y ahora tendrá la oportunidad de hacer esta experiencia de familia en los locales que están acondicionando.

Siendo de donde es, el próximo 30 de julio tiene cita para «darme la tarjeta roja, la del asilo político y viene con permiso de trabajo». «Así podré ejercer mis deberes y mis derechos, empezar a cotizar, tener ingresos». Y pondrá la primera piedra de su sueño: traerse «a mi mamá y a mi hermanito».

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O realidades como la de Christian (que aparece en la foto con camiseta roja, junto a Leandro). También de Venezuela. Por ser hijo de peruano nacionalizado italiano, tiene la tarjeta de residencia comunitaria. Este domingo cumplió 28 años.

Lleva un año en España, le iba bien, trabajaba en una inmobiliaria. Pero estaba de prueba, y con la pandemia, «me revocaron el contrato». Vive en una habitación de la que le van a echar porque no puede con el alquiler. Un amigo le habló del padre Moncho, «que ofrecía comida y ayuda. Vine aquí, conversé con él, me preguntó. "Ven a colaborarme", me dijo».

Y Christian, además de preparar junto a los otros seis chicos su nuevo hogar, le colabora. Porque todos ellos, junto a los residentes en las viviendas, hacen la labor de los voluntarios de Cáritas que no pueden ir en estos tiempos de pandemia. «Formamos un buen equipo –asegura el párroco–. Ellos están en las dos líneas de la realidad: necesitan ayuda, pero también ayudan».

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La satisfacción de dar

Marlon lo sabe bien. Hondureño, 22 años. Vino a España hace un año y medio con su mujer, Lisa. Huían de una amenaza de muerte relacionada con su pequeño negocio. Las cosas no fueron nada fáciles aquí, y hace un año, unos conocidos les pusieron en contacto con el padre Moncho. Él les subvencionaba el alquiler de una habitación y Marlon ayudaba en todo lo que podía en la parroquia.

Auxiliar de enfermería, en octubre del año pasado Marlon y Lisa consiguieron los papeles. En diciembre empezó a trabajar en un burger. Y asumió el alquiler. En enero nació su hija, Ainhoa. En marzo se quedó en el paro. De nuevo, sin recursos. El padre Moncho les cedió uno de los pisos parroquiales. Viven junto a una mujer venezolana y su hija de 12 años.

«El padre siempre ha estado pendiente de nosotros. Mientras él esté, a nadie le va a faltar nada. Es como una parte de Dios aquí abajo». Un Dios especial para el joven hondureño. Le bautizó el padre Moncho en la Vigilia Pascual, en plena pandemia. «Si ya estaba en la iglesia, imagínate ahora. Estoy feliz. Soy un hombre nuevo. ¡Por eso no nos hemos enfermado ni nada!».

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Marlon trata de agradecer siempre. Ahora, ayudando en el reparto de alimentos, a unas 20 personas al día: «Me causa tristeza ver a la gente en la cola, a veces mojándose porque ha llovido. Yo fui uno de ellos. Yo me mojé también para pedir alimentos. Ahora soy yo el que los ayuda. Eso es una satisfacción».

Los productos proceden del Banco de Alimentos, del FEGA, de Cruz Roja o de particulares. En su mayoría son no perecederos, aunque a veces les llegan partidas de yogures o carne, que distribuyen de manera inmediata. Quien quiera colaborar con la parroquia puede ponerse en contacto telefónico con el párroco. O ingresar un donativo en la cuenta de Cáritas parroquial: ES10 2038 1751 5930 0120 2246.

Enseñar a abrir tu casa

No es novedad que el párroco abra las puertas de su casa. Tiene con él viviendo a tres hermanos venezolanos desde hace tres años –llegaron con sus padres pero estos están de vuelta en Venezuela cerrando asuntos pendientes– y a un joven brasileño.

«Como sacerdote, si te vienen preguntando: “Padre, dónde vamos a dormir esta noche”… Pues a casa». Siente así «la importancia del servicio a la luz del Evangelio: primero, abre tu casa; y luego, con el testimonio, enseñarás a los otros a abrir su casa».

«Nunca me he sentido solo –concluye el joven Leandro–. He conocido a personas muy buenas. Desde el primer día recibí la ayuda del padre Moncho. Estoy muy contento de estar aquí. Me tranquiliza y me da seguridad. Siempre le doy gracias a Dios por las oportunidades que me da». Y vuelve a su trabajo de ahora: pintar la que será su nueva casa. Santa Rosalía.

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