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Miércoles, 16 junio 2021 15:02

Ilusión y emoción en la Eucaristía de fin de curso de los mayores de Vida Ascente

Ilusión y emoción en la Eucaristía de fin de curso de los mayores de Vida Ascente

Ni la edad ni las limitaciones, ni la pandemia, han impedido que una nutrida representación de miembros de Vida Ascendente hayan participado en la Eucaristía que el movimiento ha celebrado en la catedral de la Almudena con motivo del fin de curso. Era una ocasión especial y «es para estar eternamente agradecido», contaba al término de la celebración Álvaro Medina, su presidente nacional. «El movimiento de Vida Ascendente es una caricia de Dios, ¡nos cuida a los mayores con tanta delicadeza!».

Que se lo digan a Beatriz, 80 años, que cuando se ha sentado en la zona de los bancos ante el altar de la Virgen, antes de la Misa, ha caído en la cuenta de que llevaba la funda de su sillita-andador a juego con su vestido lila. Tiene mal las rodillas, pero el ánimo no se le va, y además, el andador «me ha dado mucha más libertad». Está muy emocionada, como la mayoría de los asistentes, que por otro lado en su mayoría son mujeres.

Destaca esta mujer, de origen cordobés, pero que llegó a Madrid con 31 años y «con mis cinco hijos ya», la ilusión por retomar en septiembre todo lo que la pandemia ha robado a los mayores: sus encuentros en sus grupos de la parroquia, sus salidas «a tomar el cafelito», sus visitas unas a otras. Kety, amiga de Beatriz, apunta: «Ahora casi no tenemos enfermos que visitar. A ver, se han muerto todos... Y a los que quedan, no se les puede ir a ver». Las despedimos en la puerta de la catedral, «¡ay, que no he llamado al Cabify!», da un respingo Beatriz.

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Ella se vuelve a casa –«he dejado al marido de cocinero»–, pero otras aprovechan para comer juntas, «¿por aquí o nos vamos al barrio?», porque estaban deseando verse. Se apenan por los que no han acudido «porque hay gente que todavía tiene mucho miedo». Lo cuenta Pilar, junto a su marido, responsable de uno de los grupos de Vida Ascendente en el que la media es de 88 años «¡y tenemos una señora de 104 años!». Durante el curso «hemos seguido llamándonos y hemos tenido dos o tres encuentros con Eucaristía».

Estos poquísimos encuentros les han dado la vida porque, como señala Delfi, «en comunidad uno siempre se enriquece». Acude con varias amigas de la Vicaría V, todas luciendo estupendas con sus mejores galas. «¡Venimos a la catedral», resaltan como muy obvio. Una de ellas, Purificación, asegura que lo importante es que «el espíritu no se enfríe», a pesar de que, reconoce, el año ha sido duro. «La mayoría de nosotras estamos solas y nos juntábamos al salir de Misa», continúa Delfi, pero no es lo mismo que su grupo, y por eso lo primero que cuentan, nada más empezar a hablar, es que están felices porque en «el curso que viene, si Dios quiere, retomamos las reuniones».

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Las palabras del cardenal «te llegan al alma»

Al calor de la reciente fiesta de santa María Micaela, madrileña, fundadora de las adoratrices, una mujer que dio su vida por las mujeres pobres, abandonadas y explotadas del Madrid del siglo XIX, el arzobispo, cardenal Carlos Osoro, ha animado a los presentes a dar, a compartir y a orar. «Dios ama al que da con alegría –les ha dicho en la homilía–; descubramos la grandeza que tiene el poder vivir años y años entregando lo que somos».

«Somos felices a pesar de este tiempo de pandemia», ha afirmado, y ha revelado a los mayores, «los más afectados por el coronavirus», que «sois semilla» para sanar, semillas de generosidad, de experiencia, de amor a los demás, de entrega, de servicio... «Nos sabemos viviendo en este mundo en nombre de Dios mismo», y en este punto ha referido las palabras del apóstol Pablo, «por medio nuestro se dará gracias a Dios».

Sobre la oración, ha asegurado que esta «es un lugar de descanso, no de confrontación con Dios, sino un modo de dejarse mirar por Él». Y ha puesto al padrenuestro en el centro: «Es el núcleo de lo que tiene que ser la oración cristiana [...], un modo de estar en el mundo, de relacionarnos con los demás». «La vida merece la pena vivirla dándola, compartiendo y abriéndote a la oración», les ha vuelto a recordar al terminar la Eucaristía. Unas palabras que, como señalaba al término de la celebración Beatriz, «te llegan al alma».

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