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Domingo, 27 junio 2021 10:46

La historia del icono del Perpetuo Socorro se convierte en romancillo

La historia del icono del Perpetuo Socorro se convierte en romancillo

Este domingo, 27 de junio, la Iglesia conmemora la festividad litúrgica de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Como preparación, la parroquia del Santísimo Redentor (Félix Boix, 13) ha organizado distintas actividades, como la presentación de un romancillo de la historia del icono compuesto por Ana G. Castellano y que reproducimos:

Ya ha terminado la misa.
No formemos alboroto,
no se partan los devotos
y devotas tan deprisa. Siéntense aquí, hagan corro, que esta semana precisa,
es del Perpetuo Socorro.
Y he de cantar, sin ahorro
de versos ni de comillas
la historia de maravilla
de este nuestro amado icono, con la imagen de María
con el Niño, que es muy mono. Al que su mamá sostiene diciéndole con candor:
«No temas nada, mi Nene,
que estoy contigo, mi Amor».
ESTRIBILLO:
Que yo el camino recorro con el Perpetuo Socorro.
San Lucas Evangelista,
santo médico y artista,
si un Evangelio escribió, también era buen pintor. Dicen los que mucho saben que a nuestra Madre pintó con tal gracia y tan buen arte, que le dijo así María:
«Tendrá siempre Gracia mía este retrato que has hecho».
Y como así lo decía,
aquel cuadro, dicho y hecho, muchos milagros hacía.

Se quedó en Constantinopla, ciudad que era bizantina
y que tiene buena rima
para seguir esta copla.
Con las invasiones turcas, nadie sabe qué pasó, pero desapareció
el icono en hora punta del asedio a la muralla.
Mas si perdida se halla la imagen original,
una copia que era igual se salva de la batalla
y se la llevan a Creta
de una forma muy discreta.
ESTRIBILLO
Que yo el camino recorro con el Perpetuo Socorro.
En Creta, al parecer, muchos la veneraban, porque mucho consolaba a quien la venía a ver.
Pero hubo un mercader que un día se la llevó; quién sabe si la robó
o la quiso proteger
de ataques de sarracenos
que con furia iconoclasta andaban dando la plasta
por el Mediterráneo.
Corría el mil cuatrocientos noventa y tantos o así
cuando hacia Roma se embarca, pues quiere guardarla allí.
Pero en plena travesía la tempestad se desata. ¡Cómo la nave se hundía entre las olas de plata! ¡Cómo la marinería
a los cielos suplicaba!

Cómo el mercader presiente que aquel cuadro que guardaba era presencia viviente
del Socorro que buscaban.
El cuadro en sus manos toma y entre las olas lo alza, rogándole a la Madonna
que socorra aquellas almas. Al punto la mar se aquieta, las olas y el viento callan.
Si vino el fragor sin Ella, con Ella vino la calma.
Oró así el que la portaba:
ESTRIBILLO
Que el camino recorro con el Perpetuo Socorro
Por fin a Roma ha llegado, aunque un poco mareado. Pero la Ciudad Eterna para él no lo fue tanto, pues un día paseando
se siente muy mal y enferma.
Acude un amigo fiel
que le brinda sus cuidados. Viendo el momento llegado de dejar el mundo cruel, aquel que vino de Creta,
a su amigo ha confiado
su tesoro más preciado
y le pide le prometa
que a una iglesia llevará
la imagen y por piedad,
allí a todos quede expuesta por que pueda consolar
a los que vengan a verla. Esto promete el amigo,
el mercader se sosiega
y muere ya más tranquilo, repitiendo con fe ciega:

ESTRIBILLO
Que yo el camino recorro con el Perpetuo Socorro.
Con el legado regresa
a casa el romano amigo
de pena queda hecho un higo y cuando están a la mesa,
a su esposa le relata
lo de la promesa esa
Y ella dice —¡Pues qué lata! Esta imagen me embelesa. Esta se queda en casa,
queda bien en el salón.
El marido se resiste
pero le da la razón,
pues no quiere discusión. Mas su hijita piensa triste: ¡Que morro tienen los dos!
Por tres veces se presenta y por tres veces le insiste la Virgen a la pequeña: «Dile que no se despiste tu padre, que es una seña de mi infinita Piedad.
Que he de hacerle mucho bien a toda esta ciudad.
Quiero que me puedan ver entre la iglesia Mayor
y la San Juan de Letrán».
La niña, con emoción,
se lo dice a los papás
que pasan de ella un montón.
Al papá le da un mareo
y en dos días se murió.
Y la viuda, con dolor
dice a una amiga: —me llevo este cuadro a San Mateo, —que entre la Iglesia Mayor y la San Juan de Letrán,
se levantaba aquel templo-. Y la amiga le contesta: «¿Llevarte la imagen esta? Qué tontería mujer,

si aquí te queda muy bien». Y se ríe haciendo un gesto, se da la vuelta y en esto,
le empieza a dar un siroco, y no se murió por poco pues la imagen de tal modo con la mano ella tocó,
que en un plis-plas se sanó, sin jarabes ni ungüentos,
y así vio que no era cuento, que era un mensaje del Cielo. Aquella tarde las dos
lo llevan a San Mateo
Y en San Mateo quedó, y las dos cantan a coro:
ESTRIBILLO
Que yo el camino recorro con el Perpetuo Socorro.
Pasa un siglo, pasan dos...
El XVIII acababa
y llegó Napoleón,
que allí donde llegaba montaba un desaguisado...
—¡Voy a caggagme el papado!— dijo sin cortarse un pelo
y hace al Papa prisionero. Le da por tirar iglesias, San Mateo, la primera. Ahí no estuvo muy fino.
Y los frailes agustinos irlandeses que allí están, con el icono se van buscando quien los acoja.
Hay una iglesia muy chula: María de Posterula ,
y esa es quien los aloja. Mas cuando llegan, ¡ahí va! Una imagen de la Virgen —la de Gracia— ya preside
el retablo del altar
Y se tiene que quedar
la del Socorro, sencilla,
en la pequeña capilla
de los frailes que hay detrás.

Escondida queda así. Pero nunca se le olvida al viejo fray Agustín, que le dice cada día
a un niño que reza que allí: «Michele, yo ya estoy ciego y ya apenas la veo,
pero tú fíjate bien,
que la Virgen que aquí ves es la de San Mateo,
una imagen milagrosa».
El niño escucha la historia y la guarda en la memoria. Y a otra cosa mariposa.
Pero mira tú que cosa
que el milagro se cumplía
en él ese mismo día,
porque es así de graciosa
y su amor derrama a chorros la del Perpetuo Socorro.
Pues en el alma del chico nació de forma imprevista un deseo pequeñico
de hacerse redentorista...
... que no cae en saco roto. Veinte años pasan pronto, como dice el tango ese. Muy mediado el diecinueve, la orden de san Alfonso
por toda Europa se mueve.
En Roma compran terreno, y eligen, mira por dónde
un solar que allí se esconde: donde estuvo San Mateo. Pero ellos no saben esto
y van y construyen presto una iglesia neogótica
—que era la moda católica—, la del Santo Redentor, dedicada al fundador.
¡Ya llegan seminaristas, quieren ser redentoristas!

Un novicio a todos gana en alegría y bondad. Michele Marchi lo llaman, y tiene gracia el chaval.
Cierto día fue al convento
a decir una homilía,
un jesuita y decía
que bajo aquellos cimientos las crónicas referían
que estuvo una iglesia un día de San Mateo nombrada
y que en ella se guardaba
un retrato de María
que gran consuelo traía
a los que a sus pies rezaban. —El icono se perdió
¿Alguien lo pudo guardar? ¿A dónde se lo llevó?—
dice el monje— ¿qui lo sá?
El novicio que esto oyó recuerda a fray Agustín, que allá en Santa María de Posterula decía
en bajito y en latín:
«Michele, no has de olvidar
que el icono que aquí ves Socorro Perpetuo es
y que siempre debe estar
entre San Juan de Letrán
y María la Mayor».
Michele va atando cabos,
y le dice al superior:
«El icono que buscamos
dónde está, me lo sé yo.
Que agustinos irlandeses, huyendo de los franceses,
lo llevaron con premura
a la iglesia en Posterula,
y en la capilla quedó.
Mas su deseo era estar
en este mismo lugar
que ahora es nuestro convento». Oye esto y al momento
el superior va a buscar
en Posterula contento

la imagen que se guardaba en la capilla privada,
y se queda sin aliento diciendo: ¡Qué bella es! Por eso pide después
al Papa les dé permiso para que, como Ella quiso, la imagen puedan llevar
de regreso a su lugar. Respondió el Papa preciso: «Fío a los redentoristas guarden este santo icono, y en el altar tenga un trono y por todos sea vista».
Y la den a conocer
al mundo entero también.
ESTRIBILLO
Que yo el camino recorro con el Perpetuo Socorro.
El año sesenta y seis
era del mil ochocientos.
Han pasado más de ciento cincuenta años; ya veis cómo la congregación cumplió muy bien este voto. Porque el icono llegó
a los sitios más remotos.
A España, primero en Huete, que fue tan solo llegar
y a un niño ciego sanar, pues todo lo que promete cumple siempre sin engorro la del Perpetuo Socorro.
Luego en Granada y Madrid, Méjico, Colombia, China...
a las islas Filipinas,
a Puerto Rico y Haití...
A todas partes se vino viajando esta imagen bella desde la ciudad aquella
del Imperio bizantino. Queriendo así proclamar
por aire, tierra y por mar que es el mismo Amor divino

el que su Hijo quiso dar
a las iglesias de oriente, igual que a las de Occidente, que a todas quiere juntar.
Por eso, juntos, aquí
su fiesta hoy celebramos,
el Don de su Amor cantamos, que nos hace repetir:
ESTRIBILLO
¡Que yo el camino recorro con el Perpetuo Socorro!

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