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Sábado, 28 noviembre 2020 09:00

Reina del Cielo: la Virgen de la Almudena coronada

Reina del Cielo: la Virgen de la Almudena coronada

A la Reina celestial de gracia llena,
Santa María la Real de la Almudena…
Madrid la invoca ante Dios, como intercesora,
y ante el mundo la proclama Reina y Señora.

Rafael González Barrón, 1976

Comenzamos con estos versos dedicados a la patrona de Madrid, como Reina del Cielo, para escribir sobre uno de los aspectos más representativos de la Almudena: la corona de la Virgen. A lo largo de los siglos, la talla de la Almudena ha lucido diferentes coronas, que han reflejado y simbolizado el esplendor con el que se quiere rodear a la imagen.

La primera corona de la que se encuentran referencias, aunque muy escasas, fue la donada por la reina de Francia, Ana de Austria (1601-1666), esposa de Luis XIII e hija de Felipe III y Margarita de Austria. Así lo recoge el cronista Vera Tassis en su Historia de la Almudena: «Envió esta señora desde Francia, la corona con que fue coronada por reina de aquel reino, a nuestra señora de la Almudena, de quien fue devotísima, que hoy se guarda entre otras muchas alhajas de esta piadosa reina».

Es Vera Tassis quien nos descubre la devoción a la Almudena que profesaron tanto la reina Ana de Austria como la reina Isabel de Borbón, a la sazón cuñadas, por ser esta última hermana de Luis XIII. Nos narra cómo en 1615, al producirse el intercambio entre ambas princesas en la frontera, la española entregó a la francesa una estampa de la Almudena, quedándose ella con otra. Cuando la reina Ana llegó a París no se olvidó de su patrona y «para enriquecer y dar el máximo lucimiento a su venerada imagen madrileña, envió la valiosísima y primorosa corona de oro que ciñó en sus sienes al ser coronada reina de Francia».
La segunda corona conocida, sería la que aparece descrita en los distintos inventarios de la Congregación de la Real Esclavitud, entre los años 1640-1705: «Una corona grande imperial cincelada calada con sus cinco imperiales y su remate con su media naranja y cruz, toda de plata, formada toda la corona en su alma de hierro».

Según esta descripción, se trataría de la corona con la que aparece representada la Virgen de la Almudena en el grabado que hizo Ignacio Ruiz en 1692, y que apareció publicado en la portada del mencionado libro de Vera Tassis. En el grabado se aprecian especialmente los cinco imperiales, la media naranja y el remate en cruz.

A comienzos del siglo XVIII, la Real Esclavitud decidió realizar una nueva corona. Sin embargo, el proyecto tuvo que ser retrasado debido al elevado coste de la misma. Transcurridos seis años, en 1711, la Junta de la Congregación acordó el uso de parte de las joyas de la Virgen, aquellas que por antiguas o por su estado habían dejado de utilizarse, para la realización de la nueva pieza.

En la Villa de Madrid, veinte siete de agosto de mil setecientos once el licenciado don López de Sierra Osorio, Canónigo de la Santa Iglesia de Toledo del Consejo de la Gobernación de este Arzobispado y visitador general de esta Villa. Habiendo visto lo pedido por el Sr. D. Pedro Ruiz de Soria, cura propio de la iglesia parroquial de Santa María la Real de la Almudena y el licenciado don Vicente, mayordomo de fábrica de esta iglesia sobre que les de licencia para consumir las joyas antiguas que eran propias de esta santa imagen y de que tienen hecha la elección y separaron la excelentísima duquesa del infantado su camarera y especial devota las cual constan de la tasación de Juan Muñoz tasador de joyas de la reina nuestra señora […] para con ellas hacer nueva corona a dicha imagen cuyo coste de hechura corre la satisfacción a cargo de la duquesa del Infantado como se propone por estas partes […] daba y dio licencia a dicho cura y mayordomo de fábrica para que se puedan entregar dichas joyas a Cristóbal de Alfaro, platero con quien está tratada la ejecución de dicha corona.

Fue encargado, por tanto, al platero del rey, Cristóbal de Alfaro. Como se lee en su descripción, estuvo compuesta por «ocho imperiales de plata una cruz por remate y un travesaño que le sirve», esta corona sería la que aparece en los grabados de Salvador Maella o de Miguel Gamborino, como se ve en la fotografía. Cristóbal de Alfaro, de origen navarro, fue miembro de la congregación madrileña de plateros de San Eloy, y llegó a ocupar varios cargos destacados en el gremio de plateros. Así, se convirtió en una de las figuras más destacadas de la joyería española de finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII.

Su prestigio fue tal que realizó numerosos trabajos para la Corona, siendo nombrado platero de oro de la Casa Real y ayuda de la furriera durante los reinados de Carlos II y Felipe V. Realizó gran número de joyas para uso personal del rey y de los principales nobles y personal de la Corte.

En el inventario de la Real Esclavitud de 1756, se afirma que el encargo de la corona terminó de pagarse en 1738. Y los gastos se repartieron. La duquesa del Infantado, camarera mayor de la congregación costeó la hechura, y la parroquia de Santa María también contribuyó económicamente con la fundición de algunas de sus joyas.

Pocos años después, en 1751, Manuel González Cordón, entonces platero de oro de la Corte y muy conocido por sus trabajos para la duquesa del Infantado y para la duquesa de los Arcos, presentó la cuenta de los brillantes que compró por orden de la primera para realizar con ellos un aderezo guarnecido con topacios. En esa misma cuenta, se incluyó la cantidad que cobró por la compostura y limpieza de la corona de Nuestra Señora de la Almudena, y la del Niño, que ascendió a 300 doblones.

Sin embargo, aquella magnífica obra desapareció cuando, en la noche del 3 al 4 de marzo de 1827, se produjo un robo en la iglesia de Santa María. Muchas piezas importantes se perdieron lamentablemente para siempre, entre ellas la valiosísima corona de Alfaro. En seguida, la Junta de Gobierno de la Real Esclavitud se reunió y decidió encargar una nueva corona para la patrona de Madrid. El encargo fue para Luis Pecul Crespo, quien también había realizado las lámparas de la capilla del Palacio Real de Madrid. En 1828 la Virgen ya pudo lucir su nueva corona. Pero de ella hablaremos en otra ocasión.

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