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Viernes, 14 marzo 2025 15:02

Amadou, de Mali, acogido gracias a los Corredores de Hospitalidad en Madrid: «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro»

Amadou, de Mali, acogido gracias a los Corredores de Hospitalidad en Madrid: «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro»

La casa de Amadou, Souleyman (Sully), Mouhamed (Moja), Moissa, Babacar y Moutala hace esquina en las calles Francisco Silvela y Martínez Izquierdo. En esta última hay una placa dedicada al personaje que le da nombre, Narciso Martínez Izquierdo, que fue el primer obispo de Madrid-Alcalá, diócesis erigida en el año 1885 por bula del Papa León XIII. Y desde esta calle se ve la luz del salón de la casa en la que ahora, esta misma diócesis de Madrid, con el cardenal José Cobo, arzobispo número trece de la misma (actualmente solo diócesis de Madrid, tras la erección de las diócesis de Alcalá y Getafe en 1991 por el Papa san Juan Pablo II), ha acogidos a seis migrantes de origen subsahariano procedentes de Canarias.

Lo ha hecho gracias a los Corredores de Hospitalidad, una iniciativa de la Conferencia Episcopal Española, a través de su Subcomisión para las Migraciones y Movilidad Humana, que es mucho más que una simple acogida. Se trata de garantizar que cada uno de ellos, respetando su autonomía y dignidad personal, pueda realizar plenamente su proyecto con el acompañamiento de la Iglesia no «para» él, sino «con» él, día a día.

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Y ese día a día, aquí en Madrid, lo han articulado en torno a la asistencia a clases de español —«sin el idioma no se puede trabajar», acuerdan los chicos— y también de competencias digitales; y las comidas, cenas, limpieza de la casa y tiempos de ocio. Estos días está todo un poco alterado porque están cumpliendo el Ramadán. Así que Sully resume en tres verbos sus ritmos: rezar, cocinar, limpiar.

Los visitamos en su casa el jueves, 13 de marzo. Se han levantado, como desde que empezó este tiempo especial de purificación, a las 5:00 horas para sus oraciones y para desayunar, y esa ha sido su última comida hasta las 19:20, con la puesta de sol. Una media hora antes ya trajinaban en la cocina Sully y Amadou, los encargados ese día de preparar las comidas. Hoy, patatas fritas y macarrones con una salsa especial de tomate, cebolla picada, un poquito de Jumbo y vinagre.

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Tres semanas en Madrid

En Madrid, los corredores se han articulado a través de la Mesa por la Hospitalidad en una vivienda de Cáritas Diocesana de Madrid supervisada. Los jóvenes, todos de 18 años menos Sully, que tiene ya 19, llegaron a las islas en patera en la ola migratoria de 2024. Allí han estado hasta el pasado 25 de febrero, cuando aterrizaron en Barajas.

Al haber llegado a España siendo menores de edad «vienen más enteros, están menos dañados», explica María, la trabajadora social que está con ellos. «No han pasado por la calle» porque siempre han estado dentro del sistema de tutela, con lo que, además, «tienen documentación»: permiso de residencia y permiso de trabajo. Así, sin haber caído en el sinhogarismo y en todas las trabas administrativas para los que «se suben a una patera» siendo mayores de edad, «es más fácil» trabajar con ellos.

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Sí es verdad que «cuando llevan tan poco tiempo, el daño es más difícil de cuantificar». Si se piensa en lo que han vivido los jóvenes, es imposible que no lo haya. Amadou cuenta que salió de su Malí natal por la guerra. «Mi pueblo fue atacado tres veces, tenía miedo, vi a gente matar… Yo sabía que aquí estaba más seguro». Solo él habla. Los otros coinciden casi con monosílabos en que se subieron a esas pateras para buscar un futuro mejor para ellos y sus familias. Pero no quieren hablar de ellas. Agachan la cabeza, se miran unos a otros… Quizá un recuerdo demasiado doloroso. Ahora, «nosotros somos la familia».

Sólo se relajan un poco al sacar el tema del fútbol. Pasión universal. La noche anterior fue el Atlético de Madrid – Real Madrid de Champions. «El Madrid no merece nada» frente «el Madrid tenía que ganar». Debate sobre el derbi también en la casa de Cáritas. Entran todos al juego —el primero Moja, que es del Barça—, a excepción de Amadou, porque a él lo que le gusta es el boxeo.

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Trabajos por equipos

Los trabajos en la casa los hacen por equipos, de dos en dos, tal y como duermen en las habitaciones, excepto las lavadoras, que cada uno se pone la suya. Periódicamente tienen asamblea, en la que se reúnen junto a los técnicos y voluntarios de Cáritas para repasar cómo van las cosas, la convivencia, la organización de la casa y de las labores que hay que hacer, sus gestiones fuera, los tiempos de ocio…

El pasado fin de semana fueron a dar un paseo por Madrid para que vieran la ciudad y se familiarizaran con el Metro, las distancias… Les acompañó Corina, voluntaria de Cáritas que es alemana y ha venido a Madrid tras acabar sus estudios. «Los voluntarios son el grueso del proyecto», explica María. Gracias a ellos se puede cubrir el acompañamiento de los jóvenes en la semana, aunque la técnico puntualiza que la vivienda es supervisada, no tutelada, por eso no hay comunidad de vida ni técnicos que duerman con los chavales, y esto les presupone «mayor independencia y autonomía», que irán aumentando con el tiempo, y ese es el objetivo. «Que en un año, tiempo máximo de permanencia en la casa, puedan haber conseguido pasar a una vivienda normalizada» con sus propios recursos. María apunta en este sentido que «son chicos con una gran capacidad de adaptación».

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También está con ellos Amine, joven argelino en prácticas de psicomediación, que mientras hacen tiempo para la cena cabecea un globo con Moja. Tiene claro que no se puede generalizar sobre las motivaciones que los jóvenes tienen para venir a España, «porque depende de cada país y de cada persona», aunque es cierto que entre ellas están los problemas sociales y la necesidad de ayudar a las familias, algo que quizá «no pueden hacer estando en su país».

Se acercan las 19:20 horas y todos rondan la cocina, ya con ganas de cenar. Los carteles que hay por la casa están escritos en español y en wúolof, idioma que se habla Senegal, Gambia… De estos países, y también de Mauritania y Mali, son los jóvenes. María, Corina y Amine se preparan para irse a casa. «Insha'Allah», se despide, hasta la próxima, Amadou de Amine.

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