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Jueves, 16 abril 2020 10:20

Amigos de la Beata María Ana de Jesús colaboran con el hospital de IFEMA

Amigos de la Beata María Ana de Jesús colaboran con el hospital de IFEMA

Todos los días 17 de cada mes, la asociación de Amigos de Mariana de Jesús atiende a los indigentes, repartiendo alimentos en el convento de las madres Mercedarias de don Juan de Alarcón (Puebla, 1).

Desde que comenzó la crisis provocada por la pandemia del COVID-19, esta ayuda se ha visto suspendida. Por eso, la madre Mari Ángeles Curros, responsable de la causa de canonización de la beata, ha donado el importe destinado para adquirir alimentos durante dos meses a la cuenta abierta por las congregaciones, hermandades y cofradías madrileñas. Un importe que ha ido destinado a la compra de material logístico para los enfermos de coronavirus que están siendo atendidos en el hospital instalado en IFEMA. Una buena manera de que la ayuda de la beata siga llegando a los más necesitados de Madrid.

Biografía

Esta beata, terciaria mercedaria, nació el 21 de enero de 1565 en la madrileña calle de Santiago con el nombre de Mariana Navarra de Guevara y Romero. Perteneciente a una familia acomodada, a muy temprana edad se quedó huérfana de madre, hecho que marcó su vida. Casado su padre en segundas nupcias, ejerció de madre para sus hermanos, lo que la hizo madurar pronto.

Desde muy pequeña mostraba en su vida espiritual un amor especial a Jesús Eucaristía, practicaba austeridades y rezaba con frecuencia. También la Virgen gozaba de sus preferencias. E incluso su Ángel custodio, con quien conversaba a menudo. A pesar de eso, creció como una muchacha normal, gozando de las mismas diversiones que las chicas de su tiempo. Sus padres la habían prometido en matrimonio, y puede que ella llegara a consentir el compromiso. Pero un buen día, con 22 años, un sermón de un fraile, una llamada insinuante –quizás Dios que la reclamaba para sí–, y su espiritualidad apasionada, la ayudaron a decidir su vocación. La negativa a casarse y su deseo de apartarse del mundo para entregarse a Dios provocó un gran revuelo en su familia, que no aceptó esa decisión, e intentó ‘persuadirla’ para hacerla cambiar de opinión. Recurrieron a los castigos, prohibieron sus salidas... pero ella no cejó en su empeño. Fiel a su decisión, meditada en la oración y respaldada por su confesor, recortó sus cabellos y llegó a desfigurar su boca –practicándose un corte en los labios- con el fin de parecer fea y disuadir a su prometido de casarse con ella, y a sus progenitores de sus empeños casamenteros. Estos se negaron a aceptar los hechos, y la confinaron a una reclusión que duró varios años, viviendo sin salir a la calle, y con distintas privaciones.

Nada de esto hizo mella en la decisión de la joven, que lo aceptó todo, incluso los momentos de oscuridad espiritual con que Dios la ‘regaló’ en esta época, con un gran estoicismo y paciencia. Al tiempo que soportaba el cerco familiar, con su forma de vivir demostró lo que su voluntad ansiaba: vivir alejada del mundo y cerca de Dios. Así, comía lo imprescindible, se sometía a privaciones, sacrificios y mortificaciones, e incluso se disciplinaba con gran rigor, viviendo una vida piadosa y de penitencia, ayudada y dirigida por fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, religioso mercedario que influyó mucho en su vida espiritual.

Su familia decidió dejarla vivir su vida y con 33 años abandonó la casa de su progenitor, para instalarse en una choza contigua a la madrileña ermita de Santa Bárbara, donde vivió hasta que su dueña la instó a buscar otro lugar. Los frailes Mercedarios Descalzos le dieron una casita ubicada en el huerto del convento de santa Bárbara, donde vivió hasta el fin de su vida.

La influencia de fray Juan Bautista, unida a su formación académica en el convento Grande de la Merced, ubicado en la actual plaza de Tirso de Molina, hizo que el carisma Mercedario atrajera su atención, y que deseara vivirlo con una entrega total. Pero las madres Mercedarias no la dejaron profesar y vivir como una más dentro de la comunidad, quizás debido a la prevención provocada por la fama de la Beata. Mariana hubo de contentarse con pronunciar los votos en privado, primero ante el padre Guimerán, y luego ante el padre general de los Descalzos, y vivirlos de manera privada, sin renunciar a llevar el hábito de Terciaria de la Merced, que llevaba por obediencia como un símbolo exterior de su compromiso interior.

Gran devota de Jesús Eucaristía –es considerara la precursora de los jueves eucarísticos- y de la Pasión, los éxtasis, las visiones de Cristo y de la Virgen María -con quien conversaba- pronto son del dominio público. Esta mística de la Cruz llegó a sufrir el tormento de la corona de espinas o a degustar las delicias de la hiel y el vinagre, como Jesús crucificado. Pasa su vida dedicada a la oración y la penitencia, y recorre Madrid con su hábito, procurando ayuda a los más pobres, niños, enfermos, cautivos y todo tipo de necesitados, a quienes socorre con limosnas y demás ayudas materiales. Pide para ellos por mandato de su confesor, algo que le suponía un gran sacrificio. La fama de sus virtudes, y la de las apariciones sobrenaturales y milagros que la acompaña, se extendió rápidamente, y su humilde vivienda se convirtió en el corazón de la Villa y Corte. Las reinas Margarita de Austria e Isabel de Borbón, y muchas personalidades de la época, acudieron a ella en busca de consejo espiritual.

El rey Felipe IV y miembros de la nobleza se cuentan entre sus devotos. Su compasión y su ternura dan para todos. A unos escucha, a otros ayuda con dinero y limosnas, incluso ofreciendo su propia comida, entre otros pone paz, soluciona conflictos, cura enfermedades, aporta consejos... Llega incluso a influir en fundaciones e instituciones. Su labor y su testimonio encuentran la aclamación de las gentes más sencillas de su querido Madrid. Y muchos fueron los corazones y las almas que, con el ejemplo de su vida y su oración, se volvieron a Dios.

Eran conocidas sus premoniciones o ‘visiones’ futuras, que con frecuencia eran consultadas. Y que, por ejemplo, ayudaron a que un santo madrileño, a quien profesaba una devoción muy especial –san isidro Labrador- llegara a los altares, al animar al embajador de Felipe III, agradecido al Santo por una presunta curación, a que fuese a Roma para solicitar la canonización del madrileño, asegurando que a su vuelta traería el Decreto firmado, y que su mujer, enferma crónica, vendría curada. Una vez canonizado, la estatua del patrono de Madrid fue colocada en la Puerta de Alcalá, junto con la de santa María de la Cabeza. Muerta Mariana, también su imagen fue puesta en dicha puerta, antes de ser beatificada, situada a uno de los lados de la Virgen de la Merced, y al otro san Pedro Nolasco, fundador de la Orden. Esa Puerta sería derribada por Carlos III para construir la actual.

También para las religiosas Mercedarias, en cuya orden profesó de manera privada, tuvo palabras premonitorias cuando no la recibieron en el convento: no me aceptáis en vida, pero me recibiréis una vez muerta. Y así fue. Fallecida en olor de santidad a los 59 años –el 17 de abril de 1624-, su cadáver fue expuesto al público durante tres días, y miles de devotos acudieron a darle su último adiós. Sus restos fueron enterrados en el antiguo convento de santa Bárbara, donde permanecieron hasta la ocupación francesa. En ese momento, las tropas napoleónicas robaron la arqueta de plata que contenía su cuerpo, regalo de los Duques de Alba. Los frailes, previsores, lograron entretener a las tropas francesas el tiempo suficiente para sacar el cuerpo antes del saqueo, tirándolo envuelto en una sábana a un convento de carmelitas colindante con el convento mercedario. El monasterio de las madres Mercedarias de don Juan de Alarcón solicitó después dicho cuerpo al obispado, siendo entregado por ser de la misma orden y profesión.

Así, sus restos fueron trasladados al actual convento de las Mercedarias, en la madrileña calle de Valverde 15, en cuya Iglesia permanecieron hasta la Guerra Civil, fecha en que las madres abandonan el convento por ser ocupado durante la contienda. El cuerpo de la beata será escondido en una ebanistería, para ser trasladado después al convento de la Encarnación, donde permaneció depositado hasta terminar la Guerra. Y una mañana muy fría de invierno fue trasladado, a hombros, por los Caballeros de la Orden de la Merced, al monasterio de Alarcón, donde descansan en la actualidad. El arca que contiene sus restos mortales, instalado en el retablo dedicado a la beata, es un regalo de la Casa de Medina Sidonia. Su cuerpo, que se venera cada 17 de abril –festividad litúrgica de la beata- permanece incorrupto.

Entre otros hechos extraordinarios, la beata ayudó a terminar la construcción de este convento de las madres Mercedarias, en cuya Iglesia reposa actualmente, y el de las Carboneras del Corpus Christi, de las monjas Jerónimas.

Aclamada como la ‘Santa de los pobres de Madrid’ desde el momento de su muerte, pronto se inicia el proceso de beatificación. Por unanimidad el pueblo llano, los nobles e incluso los reyes se unen dando testimonio de los incontables favores, prodigios y milagros obrados por su intercesión. La gente ‘acude’ a ella en busca de favores. Y se suceden ‘milagros’, como el de las lluvias que hubo en Madrid durante las terribles sequías que hubo en las dos Castillas en 1613 y en 1624. En ambas ocasiones, la Beata permaneció en oración hasta que logró que lloviera.

Beatificada en 1783 por el Papa Pío VI, el 8 de marzo de 2011 se abrió el proceso diocesano de canonización después de que la beata hubiera realizado el esperado milagro: la presunta curación de una niña hace 14 años.