La catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió el pasado martes, 7 de diciembre, la solemne Vigilia de la Inmaculada, que con el lema En camino con María, Reina de la Paz, incluyó el rezo del rosario y finalizó con la Eucaristía. Presidida po el arzobispo de madrid, cardenal Carlos Osoro, en ella también participaron el obispo auxiliar de Madrid monseñor José Cobo, el vicario general, Avelino Revilla, el dean de la catedral, Jorge Ávila, y el rector del Seminario Conciliar de Madrid, José Antonio Álvarez, entre otros.
«Hoy la Santísima Virgen María nos enseña a todos nosotros a cantar un cántico nuevo porque Dios hace maravillas», expresó el arzobispo de Madrid al comenzar su homilía. Un Dios que regala misericordia, aseguró, y muestra la fidelidad que le tiene a todos los hombres. La presencia de María «nos invita a preguntarnos siempre dónde está la meta de nuestra vida», dónde alcanzar la dignidad que Dios ha dado a cada hombre y cómo «proclamar que somos imagen real de nuestro Dios».
Esa pregunta que el Creador le hizo a Adán es la misma que repite a cada uno hoy en día: «¿Dónde estás?». Y el purpurado animó a interrogarse sobre «si estamos realmente viviendo en presencia de Dios», si la «oscurecemos» en nuestra vida o si no hay «apoyos reales» en los que sustentar la existencia. María, en este sentido, es quien sabe «dónde tenemos que estar», como Ella hizo: «abiertos a Dios» y «haciendo verdad su palabra en nuestra vida».
«Hemos sido elegidos —continuó el purpurado— por Dios para ser santos, para ser sus hijos». Nadie, aseveró, estaba en la catedral esa noche «por casualidad». Así, invitó a todos, «miembros de la Iglesia de Jesucristo que camina por esta tierra», a seguir anunciado a Cristo «con el testimonio vivo en nuestra propia vida». María «se sintió elegida por Dios, y nosotros en la Iglesia no estamos por pura casualidad». La cercanía de María, abundó, invita a «vivir en la alegría del Evangelio siendo testigos de Cristo en este mundo; alegres, construidos por Dios y testigos del Señor».
Sin miedos
La misión, declaró, «es misión de alegría», porque «estamos caminando por mandato mismo del Señor». Pero si hay peso en la misión, el hombre cuenta con la ayuda y la gracia de Dios. «No estamos solos», confirmó el cardenal Osoro. Como tampoco lo estaba María. A ella la llamó por su nombre, como sigue llamando hoy en día a cada uno. «Llamar por el nombre es la expresión del gran amor que Dios nos tiene […] Dios nos ama personalmente, nos ama como únicos». Y él, «siempre que irrumpe en nuestra vida, nos dice “no temas”». El miedo no puede dominar al hombre, «no puede paralizar nuestro camino».
Ante la llamada a una vida nueva, «Dios se encargará de todo». Por eso, el purpurado invitó a los presentes a «renovar nuestra confianza en Dios», viviendo, como María, «en esta radical confianza en Dios». La disponibilidad, las «ganas de vivir y de entregar vida», son frutos de esta confianza. Y «con María, la humanidad entera aprende a decir sí a Dios; esta humanidad en la que estamos necesita de María para poder seguir aprendiendo a decir sí a Dios».
El purpurado resumió para concluir la palabra que Dios tiene hoy para el hombre: «Estoy contigo; sé mi testigo, hazlo con la ayuda de mi Santísima Madre». Jesús invita a cada uno, subrayó, a que «demos rostro a Dios con nuestra vida, ante todas las situaciones que vivamos en nuestras familias, en nuestro trabajo, en las relaciones que tenemos».
