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Miércoles, 29 octubre 2025 10:04

Daniel Escobar, delegado episcopal de Liturgia, reflexiona sobre la solemnidad de los Todos los Santos y de los Fieles Difuntos: «Estas celebraciones miran hacia el futuro recordando a quienes nos precedieron»

Daniel Escobar, delegado episcopal de Liturgia, reflexiona sobre la solemnidad de los Todos los Santos y de los Fieles Difuntos: «Estas celebraciones miran hacia el futuro recordando a quienes nos precedieron»

A lo largo del año vamos recordando en las celebraciones no solo los acontecimientos de la vida de Jesús, sino también aquello que afecta a nuestra vida y a nuestra relación definitiva con Dios. Por eso, este fin de semana, los días 1 y 2 de noviembre nuestras celebraciones miran hacia nuestro futuro recordando a quienes nos precedieron. De este modo nos damos cuenta de que la muerte no es capaz de romper la relación entre nosotros y quienes ya han pasado de este mundo. En el credo resumimos esta realidad refiriéndonos a la “comunión de los santos”. Con respecto a la solemnidad de todos los santos es bueno detenerse en una llamada que es para todos, no solo para unos pocos. De hecho, las lecturas de este día son muy indicativas:

Es interesante ver qué nos dice el Evangelio del día de los santos. En él, Jesús pronuncia las bienaventuranzas ante una multitud de personas y no ante un grupo escogido, como podrían ser los 12 apóstoles o un grupo reducido de amigos. Ese gentío nos está diciendo que todos podemos ser bienaventurados, es decir, santos, porque Jesús nos llama a ello.

En este sentido, aunque de vez en cuando veamos que el Papa ha canonizado a algunas personas, más o menos cercanas en el tiempo, no hemos de pensar que son santos solo quienes han sido elevados a los altares, como decimos normalmente. Hay personas anónimas de todos los siglos que jamás serán venerados como santos con una fiesta propia, pero lo son realmente e interceden por nosotros. Y esto es un motivo de alegría doble: primero, porque hay alguien que nos cuida desde el cielo y, segundo, porque somos más conscientes de que nosotros estamos llamados a ello.

Con los difuntos, cuya conmemoración es el día 2 de noviembre la relación es, en cierto sentido inversa. Son ellos quienes necesitan nuestra intercesión y por eso ofrecemos la Eucaristía y nuestra oración por ellos de modo especial en este día.

De este modo, el bautismo que un día recibimos nos hace miembros de una comunidad que es la Iglesia, cuyos vínculos entre nosotros ni siquiera la misma muerte es capaz de borrar. Los santos interceden por nosotros y nosotros podemos interceder por aquellos que aún están en camino de vivir plenamente junto a Dios.