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Lunes, 04 abril 2022 10:12

Vía crucis de las hermandades: «El Señor nos invita a ponernos al nivel de quien está caído, derrotado, deprimido»

Vía crucis de las hermandades: «El Señor nos invita a ponernos al nivel de quien está caído, derrotado, deprimido»

La catedral de la Almudena acogió el pasado viernes, 1 de abril, en el marco de la vigilia de cada primer viernes de mes, el vía crucis de las hermandades, organizado por los jóvenes cofrades junto a la Delegación Episcopal de Jóvenes. La oración estuvo presidida por la réplica de la cruz de la JMJ que hace unas semanas visitaba toda la diócesis como preparación a Lisboa 2023. Una cruz que entregó el Papa san Juan Pablo II a los jóvenes con una misión: «Recordar al mundo que solo en Cristo crucificado hay redención y salvación».

El arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, que acompañó la celebración, quiso agradecer a los cofrades el «prestar vuestra vida» para su misión, la de «hacer una expresión pública de la fe». A la cita habían acudido representantes de las siguientes hermandades de petinencia y de gloria de la diócesis de Madrid: Virgen del Remolino de El Molar, Los Estudiantes, El Silencio, La Borriquita, Las Tres Caídas, Los Gitanos, Nazareno y Soledad de Villaverde, El Pobre, Gran Poder y Macarena, Medinaceli, San Isidro, Virgen de la Almudena y Virgen de Atocha.

Cada una de las estaciones del vía crucis contó con jóvenes de estas hermandades que portaban la cruz de guía y las insignias propias.

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Mirar al ser humano con la mirada de Jesús

En este camino «acompañando al Señor», les dijo el cardenal Osoro en su meditación al concluir el vía crucis, «quizá hemos podido sentir en nuestro corazón lo que Dios es capaz de hacer por cada uno de nosotros». Al hilo del Evangelio proclamado, el del quinto domingo de Cuaresma, el arzobispo de Madrid destacó lo que el mismo Jesús le dijo a la mujer adúltera: «Tampoco yo te condeno». Unas palabras que «necesitamos todos nosotros escuchar por dentro, en lo más hondo de nosotros».

Jesús, describió el purpuado, se inclinó ante la mujer, «se pone al nivel de aquella mujer pecadora» para «escucharla y comprenderla». Con este gesto, «el Señor nos invita a ponernos al nivel de quien está caído, derrotado, deprimido». A su vez, pone al hombre «frente a la propia conciencia y a la propia verdad» y se caen las máscaras, como le sucedió a aquellos que tenían ya en sus manos las piedras para lapidar a la pecadora. «Son pecadores, como todos». Ante la cruz, en adoración, animó a preguntarse «si somos tan buenos como para permitirnos juzgar a los otros duramente».

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«Tampoco yo te condeno» son las otras palabras «que nos dice el Señor a nosotros esta noche». «Resulta que donde nosotros vemos el pecado, Jesús descubre un sufrimiento, un grito de soledad», porque Él «es el único que puede ver lo hondo de nuestro corazón». Igualmente, Él es quien enseña a mirar a cada ser humano con su mirada. «Sólo una mirada de amor y de ternura puede cambiar este mundo», y «os quiero acompañar a hacer esta mirada». Es más, «gastaré mi vida para ver si podemos juntos hacer [...] la mirada de Jesús».