«La defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada han leído un manifiesto en el que han reiterado su compromiso firme y claro en la defensa de la vida humana desde la concepción hasta su fin natural». Así ha comenzado el Manifiesto preparado por la Delegación Episcopal de Familia y Vida, la Delegación Episcopal de Jóvenes y el área de Pastoral Social, al que se han sumado el resto de delegaciones, secretariados y vicarías sectoriales de la archidiócesis de Madrid.
El documento ha sido suscrito por la Delegación Episcopal de Familia y Vida, la Delegación Episcopal de Jóvenes y la Vicaría Episcopal para el Desarrollo Humano Integral, junto con el resto de Delegaciones, Secretariados y Vicarías Sectoriales de la Archidiócesis de Madrid.
Citando al Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, donde afirma que «la defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada», las delegaciones han querido reafirmar su compromiso con la protección de la vida desde su inicio, rechazando toda forma de violencia que atente contra ella.
Así, se ha enfatizado que la sacralidad de la vida no se limita al no nacido, sino que abarca también a todas aquellas personas que sufren marginación, pobreza, abandono o cualquier forma de vulnerabilidad, incluyendo a los ancianos, enfermos, migrantes y personas con discapacidad.
Un rechazo firme al aborto como solución
Uno de los puntos centrales del manifiesto ha sido la denuncia del aborto como una solución errónea ante embarazos no planificados o situaciones de dificultad. «El aborto en determinadas situaciones supone un conflicto para una mujer, pero no puede ser una solución», ha afirmado el documento, subrayando la necesidad de implementar acciones pastorales y sociales que acompañen a las mujeres en situaciones difíciles y les brinden apoyo para que puedan llevar adelante su maternidad en condiciones dignas.
En este sentido, el manifiesto ha destacado la urgencia de crear «lugares y redes de amor», espacios de acogida donde las mujeres y sus parejas puedan encontrar apoyo, así como centros de cuidados para personas mayores y enfermas.
El derecho a la vida como pilar fundamental de la sociedad
El texto también ha abordado las amenazas que suponen la cultura del descarte y el individualismo extremo, que ponen en riesgo la vida de los más débiles. «Garantizar una convivencia social y en paz exige, ante todo, que se defienda y se cuide la vida», han señalado haciendo hincapié en que la dignidad humana debe ser protegida en todas las etapas de la existencia.
En este sentido, han advertido sobre la creciente tendencia a considerar la interrupción voluntaria de la vida humana como un signo de progreso, cuando en realidad supone un atentado contra la dignidad del ser humano. Asimismo, el documento ha subrayado que «el grado de progreso de una civilización se mide precisamente por su capacidad de preservar la vida, especialmente en sus fases más frágiles o de mayor vulnerabilidad», denunciando situaciones como la muerte de migrantes en el mar, las pésimas condiciones laborales que ponen en riesgo la vida de los trabajadores o la desnutrición infantil como atentados contra la vida que no pueden ser ignorados.
Un llamamiento a la responsabilidad social y política
El manifiesto ha concluido con un llamamiento a la conciencia de todos los ciudadanos, especialmente de aquellos con responsabilidades políticas, para que trabajen en la defensa de los derechos de los más débiles y erradiquen la cultura del descarte. Por último, han recordado que los Estados tienen el deber de garantizar asistencia en todas las etapas de la vida, asegurando que cada persona se sienta acompañada y protegida hasta el final de su existencia. En este sentido, han insistido en que las leyes no deben olvidar la importancia de la familia como el entorno natural donde los seres humanos encuentran contención, amor y seguridad.
Manifiesto íntegro
La Delegación Episcopal de Familia y Vida, la Delegación Episcopal de Jóvenes y la Vicaría Episcopal para el Desarrollo Humano Integral a las que se adhieren el resto de Delegaciones, Secretariados y Vicarías Sectoriales de la Archidiócesis de Madrid, queremos manifestar, como expresa el papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate, que «La defensa del inocente que no ha nacido, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo» (GE 101)
Igualmente, sagrada es la vida de quienes se encuentran en situación de pobreza, abandono, soledad o trata de personas; lo mismo se diga de las personas con discapacidad, los migrantes sin derechos ni posibilidades de asilo o de integración, los que están enfermos o son mayores y padecen la soledad no deseada y la desatención.
Es necesario “reiterar que la vida humana, desde la concepción hasta su final natural, posee una dignidad que la hace intangible”1, por lo que requiere cuidado, protección, respeto y defensa, especialmente cuando en una sociedad se radicalizan conceptos como autodeterminación y autonomía individuales, olvidando la necesaria interdependencia de todo ser humano.
Frente a un horizonte cada vez más fluido y variable, muchos jóvenes no saben quiénes son, les cuesta reconocer cómo actuar y cómo proyectar su futuro; necesitan de un marco de contención y amor, que nadie puede ofrecer mejor que una familia. Ningún marco legislativo debería obviar estos vínculos.
Garantizar una convivencia social y en paz, en la que se respeten las diferencias, exige, ante todo, que se defienda y se cuide la vida. Esta es vulnerada en los conflictos bélicos, la violencia de todo tipo, el hambre y las enfermedades o la vejez no atendida. Considerar la interrupción voluntaria de la existencia humana como una elección de «civilización»2 es particularmente doloroso.
El aborto en determinadas situaciones supone un conflicto para una mujer, pero no puede ser una solución. Las dificultades prácticas, humanas y espirituales que tienen que afrontar mujeres en situaciones complejas son innegables. Por eso son urgentes acciones sociales y pastorales que acompañen a las mujeres y les ofrezca las condiciones necesarias para poder sostener la maternidad. Es necesario crear lugares y “redes de amor” a las que mujeres y sus parejas puedan acudir. Estos espacios son también imprescindibles para apoyar a familias cuidadoras de personas enfermas o mayores, así como centros de cuidados paliativos donde poder vivir la etapa final de la vida con dignidad.
El cristianismo siempre ha tenido un carácter contracultural y profético; nos reconocemos en esa corriente. El martirio y la “via caritatis” han sido los modos más habituales de los que se ha servido el Espíritu para mostrar con elocuencia las convicciones más arraigadas de nuestra fe. Los dos tienen en común una inequívoca provocación. Pero su incisiva interpelación no invita a agitar polarizaciones, ni a provocar confrontación. Tampoco pretenden estigmatizar al que piensa distinto. Bien al contrario, mediante el perdón, el respeto y la caridad, muestran la profundidad de las verdades que se testimonian, mientras convidan seductoramente a un proyecto ilusionante de vida que no deja a nadie a la intemperie.
Hacemos una llamada a la conciencia de los hombres y de las mujeres de buena voluntad,particularmente de cuantos tienen responsabilidades políticas, para que trabajen por tutelar los derechos de los más débiles y se erradique la cultura del descarte que, lamentablemente, muchas veces incluye a personas enfermas, discapacitadas y ancianas.
Los estados tienen la enorme responsabilidad de garantizar la asistencia a los ciudadanos en cada una de las etapas de la vida humana hasta la muerte natural, de modo que cada uno se sienta acompañado y cuidado también en los momentos más delicados de su propia existencia.
El grado de progreso de una civilización se mide precisamente por su capacidad de preservar la vida, especialmente en sus fases más frágiles o de mayor vulnerabilidad. En este sentido, nos recordamos que también es un atentado contra la vida dejar que nuestros hermanos y hermanas mueran al intentar cruzar el mar o determinadas fronteras. Es un atentado contra la vida cuando las personas mueren en el trabajo porque no se respetan las condiciones mínimas de seguridad. Es un atentado contra la vida que niños en muchos lugares del mundo sufran desnutrición. Se ataca a la vida con cualquier forma de violencia, terrorismo o guerra, Amar la vida supone cuidar a los demás, querer su bien, cultivar y respetar su dignidad trascendente.
Por lo tanto, al celebrar la Jornada por la Vida, en la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios, presidida por nuestro arzobispo, el Cardenal José Cobo, ratificamos nuestra firme oposición a toda acción que atente contra la vida humana, especialmente inocente e indefensa: el nasciturus en el seno materno es la víctima inocente por antonomasia. Concluimos recordando las palabras del Concilio Vaticano II: “La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et Spes, 51).
1 Papa Francisco, Discurso a los participantes de la Asamblea Plenaria de la Congregación de la Doctrina de la Fe, 26 de marzo de 2018.