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Jueves, 17 julio 2025 10:16

El testimonio de Milagros, Elhadji y Ousmane: migrantes que fueron acogidos y que ahora también acogen

El testimonio de Milagros, Elhadji y Ousmane: migrantes que fueron acogidos y que ahora también acogen

Milagros vive en Madrid desde 2002. Llegó aquí de Venezuela para trabajar en una aerolínea que acabó prescindiendo de ella. Después estuvo en una empresa de alquiler de coches que pasó de 100 a dos empleados y en otra de mensajería que fue absorbida por su matriz alemana. Ahora tiene contrato fijo limpiando aulas, labor en la que espera jubilarse. Forma parte de una generación que aterrizó en España cuando la migración no era tan frecuente y lo ha vivido todo: alquilar una habitación minúscula, necesitar ayuda de Cáritas para llenar la despensa o verse sola como madre después de que su pareja no se encargara como debía de su hija, ahora de 21 años.

Pero aunque Milagros pasara por un sinfín de domicilios en esta urbe volátil, «adonde me mudara, me acercaba a la iglesia. Es una manera de estar con Dios y de sentirte apoyada». Lo aprendió de su padre, un italiano que «siempre mantuvo la fe y la constancia de conversar con el párroco». Siguiendo su ejemplo, ella ha hecho lo mismo en su vida. «Un día, leyendo el tablón de la parroquia, vi el cartel de Educadores de Calle y me llamó la atención». Es uno de los proyectos de la parroquia San Millán y San Cayetano, la iglesia en pleno barrio de Lavapiés que cada vez cuenta con una feligresía más diversa.

Todos los meses se reúnen y sus voluntarios recorren las calles por parejas para que, todos los días, alguien de la parroquia charle con las personas de origen migrante de los alrededores. Sorprendidos porque salgan a su encuentro, «al principio te tienen un poco de miedo, pero luego te cuentan sus historias. El educador de calle tiene que aprender a escuchar», explica Milagros. Lo más interesante es que los agentes pastorales de esta iniciativa, salvo «dos o tres españoles», vienen de Venezuela como ella, de Perú o de Senegal. Y en tiempos pasados también hubo alguno de Bangladés.

Milagros se define como «muy agradecida a Dios» por poder asistir a los demás. «Si uno toca a su puerta, Él no te va abandonar nunca», apostilla. Tras el trabajo, aprieta su agenda y conquista tiempo para esta misión porque, «siendo migrante, me da ánimo». «Nunca me siento sola y es mucho mejor que quedarme en casa». Recuerda cuando, al llegar, necesitaba recibir alimentos y reconoce que «no podría haber conseguido» echar raíces «sin la Iglesia. Jugó un papel muy importante». Dada la importancia que estos servicios tuvieron en su vida, reconoce que algunos discursos políticos contra esta labor o incluso hablando de deportaciones hacen que entre los migrantes «todo esté muy tenso». Aun así, «yo tengo fe en que no lleguemos a extremos».

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Ceebujen para otros africanos

Aunque de orígenes diferentes, la historia de Milagros guarda algún paralelismo con la de Elhadji, que vino desde Senegal en 2020. Nuestro nuevo protagonista llegó en cayuco, pasó ocho meses en Tenerife, otro en Fuerteventura y, nada más llegar a Madrid, se alojó en la Cruz Roja de Vallecas. Sin embargo, cuenta que su verdadera inserción comenzó cuando conoció SERCADE, la obra social de los capuchinos. Gracias a su reputado Programa Afrique para aprender español, conoció voluntarios que le orientaron y, tras recorrer los diferentes almacenes en la Comunidad de Madrid de un famoso centro comercial, tiene desde 2022 contrato fijo en uno de sus supermercados del centro. Y al igual que Milagros, cuenta que «en cuanto empecé a trabajar supe que prefiero ayudar a que me ayuden».

Ahora hace turnos en la parroquia de San Ireneo, ubicada en el Barrio de la Concepción y una de las que, gracias a la Mesa por la Hospitalidad de la archidiócesis, presta un techo de emergencia a los migrantes mientras realizan sus trámites. «En cuanto me dijeron que necesitaban voluntarios, me ofrecí para cenar con los chicos y motivarlos», nos revela. Aparte de español y francés, habla wolof, serer y pulaar, por lo que les puede acoger con una cercanía que difícilmente encontrarían en otra persona. A veces les prepara ceebujen, el plato nacional de Senegal, compuesto por arroz y pescado. O recetas de Guinea Conakry, de donde son sus padres —el grueso de la migración africana se da entre países del propio continente—. Y aunque no tiene una situación desahogada, al haberse estabilizado muchos recién llegados le ven como un ejemplo. «Intento orientarlos para los trámites porque conozco el consulado».

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«Hay mucha gente sola»

También ha pasado por SERCADE y es voluntario en San Ireneo Ousmane. Tiene 20 años, salió de Guinea Conakry con 14 y ha atravesado Mali, Argelia o Libia, donde pasó dos semanas retenido en un centro para extranjeros. «Fue muy duro, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Comíamos una vez al día y hacíamos nuestras necesidades en una botella». Tras pasar por Italia y Francia, es en España donde se quiere establecer. Lleva aquí dos años y, apenas consiga la residencia por arraigo, «me gustaría visitar a mi madre». Tiene un precontrato en una empresa de papelería, pero antes descargó camiones en un famoso mercado donde le pagaban cinco euros por cada uno.

Pudo asentarse también gracias a la Iglesia, donde encontró «gente buena que me ha enseñado todo». Y descubrió que «si te han ayudado, también puedes hacer algo por los demás». Por eso ahora es el primero en salir hacia sus paisanos, porque «hay mucha gente sola y es muy difícil». Su prioridad es que «no se pierdan en la calle». Él se libró porque «tuve la suerte de encontrarme con gente buena a la vuelta de la esquina».