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Viernes, 14 marzo 2025 10:32

La historia de Rosa y Eduardo junto con sus siete hijos: una familia misionera madrileña que lleva el amor de Dios a los más alejados en un barrio periférico de Costa Rica

La historia de Rosa y Eduardo junto con sus siete hijos: una familia misionera madrileña que lleva el amor de Dios a los más alejados en un barrio periférico de Costa Rica

El matrimonio madrileño formado por Rosa Lobo y Eduardo Aymerich, junto a sus siete hijos, forman una familia misionera. Desde hace diez años viven en San José de Costa Rica, aunque su vocación misionera nació cuando aún eran novios. «Nos conocimos en unas misiones universitarias y, desde ese momento, tuvimos claro que ese rostro de la Iglesia que sirve y sale al encuentro era el que nos enamoraba», explican. «Ese Cristo sufriente en los pobres, que habiendo nacido entre ellos busca ser su consuelo y su respuesta».

Rosa y Eduardo se casaron hace 20 años y, por motivos laborales, se trasladaron al extranjero. Fue en Londres donde surgió en ellos una pregunta clave: ¿Qué quiere Dios de nosotros? Allí descubrieron que en la Iglesia había familias que partían en misión, y sintieron que ese podía ser también su camino. Con esa inquietud, decidieron viajar a la India para discernir si la misión no era solo una experiencia puntual, sino un proyecto de vida. «Aquel tiempo en la India —donde nació nuestro primer hijo— fue absolutamente maravilloso, pero también lleno de desafíos y dificultades. Sin embargo, allí el Señor confirmó nuestro deseo de dedicar nuestra vida a la misión», recuerda Rosa.

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«La fuerza de la comunidad es la que evangeliza»

Tras su experiencia en la India, regresaron a España, donde, de alguna manera, también continuaron su misión. «Ayudábamos y servíamos en una parroquia con una pastoral muy activa entre migrantes», explican. Fue en este tiempo cuando se abrió una nueva puerta: la posibilidad de partir en misión a Costa Rica. Al llegar, comenzaron su labor en la pastoral juvenil de una zona más acomodada. Aunque había pobreza y necesidad en todos los estratos de la sociedad, Rosa recuerda que «en nuestro corazón había una llamada muy fuerte hacia los pobres».

Hace cuatro años, sintieron de nuevo la voz del Señor, que «volvió a encender ese fuego que nunca se había apagado, pero que en aquel momento se reavivó». Percibieron que Dios les pedía dar un paso más en su misión: trasladarse a otro lugar para llevar su amor a los más alejados, a través del servicio y de respuestas concretas a sus necesidades vitales. Fue entonces cuando el Señor les inspiró un nuevo anhelo: no hacerlo solos, sino en comunidad. «La fuerza de la comunidad es la que evangeliza, la que te sostiene, ampara y empuja», afirma Rosa. Así nació Ignis Mundi.

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«Un lugar de encuentro»

Ignis Mundi quiere ser un hogar para quienes no lo tienen, «un lugar de encuentro, de familia y de vínculos», explican. Pero también un espacio de formación, donde las personas puedan adquirir herramientas para la vida, tanto en el plano psicológico como en el educativo. En definitiva, «un lugar donde la gente pueda venir a estar en paz».

Desde hace un año, viven junto a otras cinco familias misioneras en Los Guido de los Desamparados, un barrio de San José. «En los años 90, la droga provocó una gran ola de violencia», cuenta Rosa. «Hoy esa violencia ha desaparecido, pero solo porque el narcotráfico mantiene, por así decirlo, la paz». Aun así, la zona sigue marcada por profundas necesidades derivadas del consumo de drogas: familias desestructuradas, adicciones, abuso y violencia familiar.

En medio de esta realidad, han abierto un centro de misión. «Por obra y gracia de Dios, se compró un terreno donde se encuentran las casas de los misioneros», señala Rosa. Allí también han levantado una casa de misión, donde imparten talleres, ofrecen acompañamiento psicológico y apoyo escolar, y cuentan con instalaciones deportivas, entre otras iniciativas.

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«Una respuesta a la calle»

«Es un espacio verde en un barrio donde prácticamente no hay áreas verdes, un lugar abierto donde las personas pueden venir», explican. En definitiva, «una respuesta a la calle». Rosa destaca que la misión de las familias no se limita a realizar visitas o actividades puntuales, sino que forma parte de su vida diaria. «No somos personas que van y vienen, sino que vivimos aquí, somos sus vecinos, sus amigos; vamos al mismo supermercado y centro de salud». Sin embargo, su forma de vivir es diferente, porque «no podemos olvidar que esta comunidad está profundamente necesitada».

Concluye con una pregunta que guía su labor: ¿Cómo podemos darles herramientas para que salgan de la espiral de la pobreza? Para ello, llevan a cabo una intensa acción social, pero también evangelizan. «Porque lo único que hace plena, feliz y libre a una persona no es otra cosa que el amor de Dios».

 

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