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Jueves, 15 septiembre 2022 12:22

Jóvenes de Tres Cantos con los migrantes del CETI de Melilla: «Nos dijeron que les hacíamos sentir que están viviendo y no sobreviviendo»

Jóvenes de Tres Cantos con los migrantes del CETI de Melilla: «Nos dijeron que les hacíamos sentir que están viviendo y no sobreviviendo»

El salto a la valla de Melilla es solo el final de un periplo que, en ocasiones, ha durado cuatro años. Huyendo de la ruta de la costa, en la que hay que pasar por una Libia tomada por las mafias, los subsaharianos que tratan de llegar a Europa atraviesan Chad, Níger, Argelia…

Si en vez de saltar la valla se deciden a cruzar a nado, deben hacer una travesía de unas seis horas sorteando la playa de Melilla porque, si son detectados, son devueltos automáticamente. Uno de cada dos no logra sobrevivir. Es frecuente que las corrientes marinas arrastren los cadáveres hacia las costas de Tarifa, en cuyo cementerio hay una fosa común para ellos, además de nichos cuya lápida lleva por nombre Inmigrante de Marruecos. Hay quienes se suben a una patera. Costas que casi se tocan. Aunque si el trayecto se hace en modo contemplativo-orante, desde el ferri, se ve la inmensidad del mar.

Esto, entre otros muchos impactos, se lo han traído en el corazón un grupo de 20 jóvenes de la parroquia Santa María Madre de Dios de Tres Cantos tras una experiencia en contacto con la realidad de la migración, del 12 al 23 de agosto; 13 días, de los que ocho han sido de voluntariado en el CETI de Melilla.

Allí aún residen supervivientes del salto del pasado 24 de junio, en el que murieron, según las ONG, 37 personas. Chavales en su veintena, la mayoría de Sudán aunque también de Chad y Malí, que han acabado forjando lazos de amistad con los tricantinos.

Ceti tres cantos mar

Conectaron gracias al juego

Los primeros días les costaba hablar. Fue poco a poco, gracias a partidos de fútbol y baloncesto, o partidas de dominó y damas, como los migrantes se fueron abriendo. Y, entonces, los madrileños empezaron a verlo todo «con ojos nuevos» y le devolvieron a su catequista, Belén Martínez (26 años), «el corazón de carne».

Lo dice como si se le hubiera ido acostumbrado, ella que desde los 12 años está integrada en los grupos juveniles de la parroquia, estudió Derecho y Ciencias Políticas, su trabajo de fin de máster fue sobre migraciones y profesionalmente se dedica al sector social.

Menos familiarizada con el mundo migratorio estaba Cristina, que habla con nosotros mientras hace la etapa de Palas de Rei a Arzúa del Camino de Santiago: 29 kilómetros, «¡la más larga!». Más de esto, muchos días más, necesitará esta joven de 21 años para reposar todo lo vivido. «Todavía quedan muchos meses, porque aún estoy como en una nube». Y quizá, reconoce, nunca lo pueda llegar a explicar en su totalidad con palabras.

En realidad, Cristina tenía otros planes para este verano, pero se cayeron a tiempo para que pudiera ir a Melilla. «Dios te coloca». A ella, ante una realidad de la que «no conocía la parte humana que hay detrás; no te paras a pensar en lo que ellos han vivido realmente». También ante la parte «más espiritual: cómo se encaja a Dios dentro de todo esto».

De allí se trae que «es muy importante escuchar a estas personas, pero también la pausa para asentar». «La contemplación es muy importante para mi fe —añade—; al final del día paras y eres capaz de darte cuenta de que Dios está ante todo».

Esos ratos de contemplación, de oración, de retiro, fueron prioritarios en la experiencia. Lo explica José Manuel Aparicio, el párroco, que ha acompañado a estos jóvenes a Melilla, pero que en realidad los lleva acompañando muchos años ya desde la parroquia.

Una de las experiencias de contemplación fue el paseo por la valla. «Me dejó muy tocada», reconoce Cristina. Diez kilómetros recorriendo a pie la frontera de Melilla con Marruecos, «por el desierto».

Ceti tres cantos valla

Peregrinación a las periferias

En realidad la experiencia, toda una «peregrinación a las periferias» como la llama el sacerdote, comenzó en Tarifa, en el cementerio. Allí, cuenta Aparicio, «ellos entendieron que estamos en el marco de una tragedia, un drama».

De ahí, a la Línea de la Concepción, donde, frente al Peñón de Gibraltar, reflexionaron, ante una «piedra que es el Reino Unido, y ni siquiera ya Unión Europea», sobre «que esto no es tan fácil, no es “quitamos las fronteras y punto”, sino que detrás hay una historia con sus aciertos y sus errores, una cultura…». Se trataba de generar un conocimiento crítico.

El primer contacto directo con migrantes fue en el Centro Contigo que la familia vicenciana tiene en la Línea. Algunos de ellos eran menores llegados en patera en un viaje que los voluntarios tricantinos repitieron, en ferry, al día siguiente, hasta Melilla. Fue otro de los momento de oración y meditación, acompañado de lectura evangélica, para ser conscientes de lo que significa cruzar el Estrecho en esas condiciones.

Ceti tres cantos cementerio

Nador fue punto de inflexión. Allí, en la parroquia de Santiago Apóstol, de cuando el protectorado español de Marruecos, atendida por jesuitas, la mitad del templo tiene bancos y la otra mitad, kits de supervivencia para los migrantes. Algunos, los católicos, bajan del Gurugú cada domingo para la Eucaristía. Son varias horas andando, un esfuerzo que interpela a los chavales madrileños. «Y yo con pereza para ir a Misa».

Ya en el CETI hicieron un voluntariado más «convencional»: talleres, juegos, clases de español… No solo enseñaron; aprendieron a coser de la mano de algunos de los migrantes, que habían sido sastres en su tierra de origen. Y, entre medias, mucha escucha y conversación.

El último día, antes de embarcar para volver a la península, vieron aparecer a varios de los residentes del CETI en el puerto de Melilla; también algún funcionario. Para decirles adiós porque, como subraya Cristina, los migrantes los habían acogido con «rapidez y naturalidad» y pronto «te acaban integrando como parte de su familia». Se quedan para el recuerdo fotos de la despedida; también «la llorera que hay detrás» de ellas, añade Belén.

«Más allá de todo dolor y sufrimiento, también ha habido mucha felicidad y alegría», asegura Cristina. «Me explotó la mente cuando nos dijeron que éramos las primeras personas [al margen de los trabajadores del CETI] que les habíamos hecho sentir que están viviendo y no sobreviviendo».

Ceti tres cantos taller

Itinerario en la caridad

El objetivo para estos 20 jóvenes de la parroquia era que pudieran establecer un «vínculo entre la contemplación y la caridad», y que aprendieran «lo que significa la fe contemplada desde esta experiencia». En el fondo, apunta Aparicio, «esto es lo que dice el Papa en Fratelli tutti: desarrollar la conciencia samaritana». Que ante el dolor vean «si tienen entrañas de indiferencia o de compasión».

Lo que lleva al párroco a reflexionar sobre el perfil de los jóvenes que han ido. Ellos, todos de la pastoral juvenil, tienen detrás un itinerario: han hecho experiencia en los camilos, con Cáritas, con chavales de exclusión en campos de trabajo, «pintando iglesias…». Es imprescindible en las parroquias, por supuesto, el itinerario catequético y litúrgico, afirma, «pero, ¿y el itinerario en la caridad?».

Ahora, los chicos «tienen que volver a sus vidas» integrando todo lo vivido de «forma natural», aunque para muchos, como le sucede a Cristina, de momento es todo abrumador. Una experiencia así, de «encuentro con el Señor», «condiciona la forma de vivir, de situarse en el mundo», observa el sacerdote. De hecho, en la oración final de la peregrinación que hicieron en la playa de Melilla, los jóvenes se manifestaron con frases del tipo «yo no me puedo volver a quejar hasta que me muera» o «no sé qué puedo contar que no parezca una frivolidad al lado de esto».

El sacerdote les recordó: «Has vivido la vida que te toca y todo eso es el paso de Dios por tu vida, pero es verdad que a veces nos creemos las estrellas del universo» y, ante eso, la vivencia Melilla supone una «ruptura de un mundo de bienestar que ellos pensaban que era universal». Como expresó uno de los jóvenes tras el encuentro en el centro Contigo, «me parece tan inhumano… Me recuerda al Viernes Santo».

Cei tres cantos grupo