Este jueves, 23 de octubre, la catedral de Santa María la Real de la Almudena ha acogido la Misa funeral por el eterno descanso de José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid, fallecido el pasado 1 de octubre. La celebración, presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, ha sido un momento de oración y gratitud por la vida y el ministerio de quien sirvió con sencillez y entusiasmo a la Iglesia madrileña.
Entre los concelebrantes se encontraban el cardenal Carlos Osoro, arzobispo emérito de Madrid, y monseñor Vicente Martín Muñoz, obispo auxiliar de Madrid. También participó en la Eucaristía el arzobispo metropolitano ortodoxo de España y Portugal, Bessarión, junto a numerosos sacerdotes, consagrados, seminaristas, familiares y fieles de la diócesis que quisieron despedirse de quien fue «un pastor cercano y entregado».
En el inicio de la homilía, el cardenal José Cobo recordó que la Iglesia de Madrid se reunía «después de unos días de silencio y serenidad» para poner ante el Señor la vida de su hermano en el episcopado: «Venimos con el alma entrelazada entre la tristeza y la gratitud, sostenidos por esa palabra que hemos escuchado: “Tú, hijo mío, fortalécete en la gracia de Cristo Jesús”. También nosotros necesitamos ser fortalecidos en la gracia», afirmó.
El arzobispo subrayó que la muerte del obispo auxiliar José Antonio Álvarez, repentina y desconcertante, deja a la comunidad «frágil y vulnerable», pero también abierta a la esperanza: «Su partida repentina nos deja frágiles, vulnerables, en un mundo que a menudo quiere pasar página, olvidarnos de lo que ha pasado, en un mundo que a menudo intenta ocultar la fragilidad que llevamos dentro». Recordando las palabras de san Pablo a los romanos —“Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con Él”—, el cardenal destacó que «somos frágiles en nuestro cuerpo, en nuestra salud, y en nuestra humanidad. Pero al ser bautizados aprendemos que la fragilidad puede convertirse en siembra de vida».
«José Antonio nos recuerda que podemos ver la muerte como fragilidad o fracaso, o como una semilla que esconde la resurrección. Si la muerte se abraza con la fe, se convierte en semilla fecunda. Todo dependerá de nuestra unión con Cristo, del amor de nuestro corazón y de la intensidad de nuestra oración».
El cardenal Cobo recordó la figura del obispo auxiliar fallecido el pasado 1 de octubre: «Despedimos a alguien que vivió el servicio a la Iglesia con sencillez y entusiasmo, muerto repentinamente, José Antonio tenia lo que a veces nos falta: un corazón evangelizador, una confianza firme en Jesús en medio de la noche».
Durante su homilía, el arzobispo de Madrid insistió en la necesidad de dar espacio al silencio y al duelo: «Para aprender a vivir y morir con Cristo hemos aprendido que no vale pasar pagina y decir que todo pasa. Necesitamos tiempo. Sí, necesitamos tiempo. Tiempo de madurez, tiempo de silencio, la vida y la muerte no pueden suceder delante de nosotros y que no pase nada. Porque la vida y la muerte de los nuestros nunca pasa sin dejar huella».
«A veces, como en este caso que la muerte llega de repente, nos quedamos en silencio y sin entender, tentados a mirar hacia otro lado. Tenemos la tentación de seguir adelante como si nada hubiera pasado, pero no todo puede seguir igual. Necesitamos tiempo para que su muerte y su vida resuene en nosotros. Para que se busque lo verdaderamente importante, a revistar nuestras prioridades, nuestra manera de oración. También necesitamos tiempo para continuar esa corriente que él ha iniciado, a continuar lo que a él no le ha dado tiempo a hacer».

Por último, el cardenal destacó cómo la muerte de monseñor Álvarez ha suscitado un renovado sentido de comunión en la diócesis madrileña: «La partida de nuestro hermano ha despertado la conciencia de ser una familia diocesana, nos hemos consolado mutuamente, laicos, seminaristas, sacerdotes, consagrados, con su propia familia. En este dolor compartido hemos reconocido algo que a veces olvidamos, os necesitamos unos a otros. Somos cuerpo, somos comunidad, juntos somos Iglesia. Eso es lo que hemos vivido. Su muerte nos ha recordado que el camino del Evangelio se recorre siempre con otros, con los hermanos, con el Pueblo de Dios, por encima de las diversidades y de los olvidos». Esa comunión, aseguró, «no termina aquí, es la herencia más hermosa que un pastor puede dejar: una comunidad unida, orante y esperanzada».
La homilía concluyó con una oración de acción de gracias por la vida de monseñor José Antonio Álvarez, «por su fe, su entrega episcopal y por todas las veces que mostró el rostro misericordioso de Dios». El cardenal Cobo pidió al Señor que lo reciba en su Reino y que conceda a la Iglesia de Madrid el consuelo necesario «para perseverar juntos en la fe, sostenidos por la gracia y la esperanza».