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Sábado, 27 marzo 2021 09:00

La Semana Santa de la parroquia de Santa María (parte I)

La Semana Santa de la parroquia de Santa María (parte I)

La Semana Santa es una festividad destacada dentro del calendario litúrgico. En la parroquia de Santa María la Real de la Almudena, ya desde el siglo XVII, se preparaba con gran esmero y anticipación, cuidando los pequeños detalles.

La Congregación de la Real Esclavitud de Santa María la Real de la Almudena, participaba de manera activa, sosteniendo y asistiendo los distintos actos que conformaban la vida parroquial, tal y como sucedía el resto de las iglesias de la Villa y Corte.

Ya en el mes de febrero comenzaban los preparativos de las celebraciones, que transcurrían entre los meses de marzo y abril. Las labores de preparación consistían fundamentalmente en el acondicionamiento y limpieza del templo: alfombras, lámparas y otros objetos para el culto. Se traía abundante cera y el aceite necesario para la lamparilla del Santísimo Sacramento, puesto que estaría descubierto todos los días de Cuaresma.

También se disponía de agua para la pila bautismal, para los bautizos que tendrían lugar durante la celebración de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo.

En los libros de cuentas encontramos anotaciones sobre la compra de incienso y para la decoración floral, ramos de rosas y otras hierbas, que se usaban para el adorno del altar y la capilla del bautismo.

Asimismo, se recoge en los documentos del archivo de la Real Esclavitud cómo en esta preparación de la decoración de la parroquia, el duque de Pastrana, hermano mayor de la congregación, prestaba hermosos tapices para colgar en las paredes, revistiendo tanto el exterior como el interior.

Un apartado importante durante los oficios de la Semana Santa era la música. Durante muchos años fue la Capilla Real quien se encargó de ello en Santa María, hasta 1767, cuando se creó la Capilla de música de la Congregación de Esclavos. En otras ocasiones se contrataban a músicos particulares que cantaban las Pasiones. En algunos casos se conocen los nombres, como Alonso Minegra o Juan Martínez Oliver.

Un gasto añadido durante la Cuaresma y la Semana Santa eran los predicadores. Además del párroco, se traían también oradores de fuera. Según los libros de cuentas, recibían unos 50 reales cada uno. Además, de traerlos y llevarlos, se atendían también otras necesidades, pues desayunaban en la iglesia y tomaban durante el día alguna bebida. De nuevo, era la Real Esclavitud la que se ocupaba de asumir estos gastos.

1.835 sermones en Madrid

Como dato curioso, en un librito titulado Guía cuaresmal para la Villa y Corte en 1769 dedicado a los sermones y predicadores de ese año en la capital, se llegaron a contabilizar 1.835 sermones predicados entre las diferentes iglesias y conventos madrileños, desde el Miércoles de Ceniza al Lunes de Pascua.

Durante la Semana Santa, parte fundamental era la construcción del monumento para la reserva eucarística del Jueves Santo. Este aspecto ha sido estudiado en detalle por María Cristina Tarrero Alcón, directora del Museo Catedral de la Almudena, en su tesis doctoral.

Debemos recordar que uno de los ritos más característicos de los oficios del Jueves Santo es la celebración de la reserva eucarística en el monumento. Se traslada el Santísimo Sacramento del altar a un lugar especial que recibe el nombre de monumento, donde es velado y adorado por los fieles hasta el día siguiente. Con este acto se pretende rememorar la presencia de Cristo en el Santo Sepulcro, y facilitar la meditación sobre la devoción eucarística en su marco propio de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor.

Los monumentos estaban pensados para tener un uso temporal, que se repetía cada año. Eran auténticas construcciones, de gran desarrollo material y artístico, y con un fuerte carácter teatral, concebidos como arte efímero.

A su montaje se dedicaba mucho tiempo y dinero, como reflejan las tablas de gastos de la congregación. La pretensión era lograr crear un monumento con numerosos elementos decorativos y que luciera con esplendor.

Entre las partidas de pagos recogidas en el año 1646, se especifica que se alquilaron entre 90 y 100 candeleros a los orfebres, bien a Pedro Romero o a Luis Domínguez. Al pintor Francisco Morales se le encargó la realización de ocho lienzos ornamentales. Y el monumento fue realizado por Domingo Rodríguez o Pedro Romero.

Hasta 1651, la parroquia de Santa María disponía todos los años de un monumento nuevo, se adquiría la madera suficiente y se componía con lienzos, pilastras y candeleros. Sabemos que muchos de estos ornamentos se alquilaban: los veladores, blandones, blandoncillos y velillos, mientras otros eran propiedad de la parroquia.

Al año siguiente, en 1652, la Junta de la Real Esclavitud vio la necesidad de encargar un Monumento con carácter definitivo, ya que gran parte de los maderos estaban prácticamente podridos y en mal estado: «Pinturas nuevas, pilastras y demás ornato que se concertó para el Monumento y ornato por que antes no tenía la iglesia y costaba cada año el alquiler y se concertó con Juan Bautista de Agustín». El precio de este monumento fue de 700 reales.

Por eso, a partir de este año, solo aparecerá el comentario de «armar y desarmar el monumento», junto con los pagos a los carpinteros y madereros, relativos a la colocación y disposición de este. Los sacristanes también colaboraban en estas tareas de construcción.

Una vez que se tenían todas las piezas que integraban el monumento, el montaje duraba unos dos o tres días, y otro tanto se tardaba en desarmarse. Probablemente, debía instalarse en la capilla de Santa Ana, que era la estancia más grande y de mayor calidad artística de la iglesia.

En el inventario de 1693 se describe un arca del Santísimo Sacramento: «Un arca casi cuadrada con sus molduras de ébano de Portugal, y lo demás todo de plata de figuras cinceladas y en cada esquina lleva una bicha de plata que sirve de pie y a los lados lleva sus dos asas de plata y en cada una sus mascarones y son dos donde pende el asa y no le falta nada».

Y en 1777 se especifica que el arca es utilizada para el monumento del Jueves Santo, colocada probablemente en la parte superior del mismo: «Con sobrepuesto de ébano de tercia de alto guarnecida de chapas de plata cincelada con flores y diferentes figuras y por cuatro delfines de plata con dos hojas de lo mismo y encima un Agnus Dei, con su bandera de tercia de alto, también de plata cincelada que sirve para reservar el Santísimo Sacramento».

Es casi seguro que esta fuera la arqueta eucarística que se utilizó en Santa María hasta el derribo del templo en 1868. Desgraciadamente no ha llegado a nuestros días ningún testimonio gráfico o material de la misma.

La Real Esclavitud participaba y preparaba gran parte de las celebraciones, convirtiéndose en un elemento imprescindible en la vida parroquial. Así, estos días del Triduo Pascual eran vividos con intensidad y fervor tanto por la congregación como por la parroquia.

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