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Jueves, 18 diciembre 2025 12:00

Martín Rodajo, sacerdote, colaborador de la Delegación de las Causas de los Santos, sobre los nuevos mártires: «Cumplieron con creces lo que Dios tenía pensado para ellos»

Martín Rodajo, sacerdote, colaborador de la Delegación de las Causas de los Santos, sobre los nuevos mártires: «Cumplieron con creces lo que Dios tenía pensado para ellos»

En la reciente beatificación de los 124 mártires de Jaén, el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos, destacó de ellos que «su única arma fue el amor y murieron perdonando a sus verdugos; este perdón martirial es el fruto más sublime de la esperanza que no se rinde ante el mal». Por su parte, el Papa León XIV se expresó de la siguiente manera: «¡Alabemos al Señor por estos mártires, valientes testigos del Evangelio, perseguidos y asesinados por permanecer junto a su gente y fieles a la Iglesia!».

Testigos de Cristo hasta el final, fueron asesinados en las inmediaciones de la estación de El Pozo en agosto de 1936. Habían sido traídos hasta Madrid procedentes de la catedral jienense, habilitada como cárcel. Entre ellos, el joven Ramón Ruiz Pérez (24 años), seminarista de Toledo, archidiócesis a la que pertenecía su pueblo natal, Peal de Becerro (Jaén).

Su nombre se incluyó en la causa de Ignacio Aláez y diez compañeros seminaristas y familiares muertos en Madrid en la persecución religiosa del siglo XX. Su martirio ha sido aprobado por el Santo Padre, tal y como ha publica este jueves, 18 de diciembre, el Boletín del Vaticano. Se trata de Ignacio Aláez Vaquero, Ángel Trapero Sánchez-Real, Antonio Moralejo Fernández-Shaw, Cástor Zarco García, Jesús Sánchez Fernández-Yáñez, Miguel Talavera Sevilla, Pablo Chomón Pardo, Mariano Arrizabalaga Español, Ramón Ruiz Pérez, Julio Pardo Pernía (sacerdote, tío de Pablo) y Liberato Moralejo Juan (laico, padre de Antonio).

Martires seminario cartel 2

Nombre de mártires

De nuevo Madrid vuelve a llevar el nombre de mártires. Martín Rodajo, sacerdote diocesano, estudió en 2017 la causa siendo seminarista. Lo hizo para preparar, por encargo de entonces rector del Seminario Conciliar de Madrid, Jesús Vidal —actual obispo de Segovia—, una publicación divulgativa que recogiera los datos más relevantes de sus vidas.

Así, en el verano de 4º a 5º curso, leyó toda la documentación que se había recogido en la fase diocesana. «Me lo tomé como un reto, y también como una responsabilidad», reconoce. «Me interpeló muchísimo; me sirvió para centrar bien lo que significa el discernimiento», porque el seminario «sirve para formarte según el corazón de Cristo Buen Pastor y discernir si la llamada vocacional es verdadera».

«Lo importante —continúa— no es ser sacerdote, sino hacer la voluntad de Dios». Y los mártires seminaristas «cumplieron con creces lo que Dios tenía pensado para ellos», que en definitiva es «la santidad». Y esto coincide, asegura, con aquello en lo que el cardenal José Cobo está poniendo el acento: la «importancia de la vocación bautismal».

Los seminaristas mártires enseñan la importancia de «entregar la vida en las circunstancias históricas que nos toquen vivir», y también en la vocación concreta. En realidad, ellos fueron laicos, y se podría llegar a decir, como Madeleine Delbrêl, que «hay martirios que se manifiestan en la vida cotidiana».

Con su martirio, estos jóvenes «celebraron lo que un sacerdote celebra en la Misa: hacer presente la entrega de Cristo». Vivieron en su propia realidad el «este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre»; es como si hubieran celebrado «su primera Misa el día de su fusilamiento» (imagen inferior, grupo de seminaristas de Madrid en los años 30).

Martires seminario seminaristas

Los hechos

El 18 de julio de 1936, sábado, se celebraba en el Seminario Conciliar de Madrid un retiro para los seminaristas. La actividad formativa normal había sido suspendida por las circunstancias y la mayoría se había ido a sus casas de vacaciones.

Predicaba el retiro el párroco de San Sebastián, de Carabanchel Bajo, Hermógenes Vicente, que también iba a ser mártir. Le acompañaban el rector, Rafael García Tuñón; el director espiritual del Seminario, José María García Lahiguera; y el director espiritual del seminario menor, Hermenegildo López. Aunque no haya datos concluyentes, se presume que, por el hecho de vivir en el centro de Madrid, en el retiro estaban el propio Aláez, Antonio Moralejo, Cástor y Jesús Sánchez.

Mientras están comiendo, un grupo de milicianos armados asaltan el edificio. El portero avisa a los presentes, quienes acuden a la capilla para consumir las sagradas formas y, vestidos de paisano, huyen por la puerta de la huerta (imagen inferior, fachada del Seminario que da a la huerta).

A partir de entonces, los 215 jóvenes seminaristas sufrirán a su manera la persecución y el martirio. Quedan unidos al seminario tan solo por los archivos en los que constan sus expedientes con sus direcciones, que son utilizados para localizarlos y darles muerte.

El seminario queda clausurado y en sus instalaciones se instala una checa y después una cárcel. La mayoría de los mártires de esta causa mueren entre septiembre y noviembre de 1936, buscados expresamente o por delación debido a su condición cristiana, a excepción de Cástor Zarco, que fue asesinado un año después.

Martires seminario huerta 2

Hilos conductores en todos ellos

A pesar de sus orígenes y vidas diferentes, hay en la trayectoria vital de todos los futuros beatos unos hilos conductores. El primero, apunta el sacerdote, es que en el seminario, «el rector y el director espiritual trabajaron para imprimir en ellos la posibilidad de entregar la vida por Cristo en el martirio; y esto lo van madurando en su corazón». De hecho, el clima de persecución había comenzado años antes de sus muertes. «Fueron a por ellos». Al martirio no se llega de un día para otro. «No es como una seta, que sale de pronto, sino que hay un humus que lo favorece».

Otro rasgo que los une era su «profunda espiritualidad eucarística» y la «importancia de la familia como escuela de fe». Junto a ello, algunos llegaban de ambientes rurales en los que se habían fraguado en el esfuerzo. Así, «en su corazón ha sido grabada la importancia de la oración y la dureza de la vida». Fueron todos ellos jóvenes recios, con una «madurez muy cuajada desde pequeños». Entregaron su vida por amor a Cristo in odium fidei.

Martires seminario antonio liberato

A excepción de Julio y Liberato (imagen superior, junto a su familia; su hijo antonio es el pequeño de la derecha), los seminaristas tenían entre 18 y 24 años. Algunos venían de familias acomodadas; otros eran de origen más humilde. Cástor pudo estar en el seminario gracias a una beca solicitada por su maestro, que le sufragó la mitad de los gatos; la otra mitad corrieron a cargo de una benefactora. Ramón alternó los estudios con el trabajo en el campo. Pablo, asesinado junto a tu tío, era hijo de padres separados. Alumno brillante, de sobresalientes en todo, un poco contrario a Antonio, que no fue tan avezado en los estudios, pero sí en su defensa de la fe. Quiso ser sacerdote desde los 12 años.

Este amor a Jesucristo lo resumía bien los versos de Ignacio, a quien definieron también su caridad con los más pobres y su veta artística: «Yo quisiera incendiar el orbe entero / Yo quisiera volverme misionero / y al infiel tus “locuras” predicar / Y morirme después martirizado / ¡Qué me importa, Jesús Sacramentado / si al fin he conseguido hacerte amar!».

La vida de fe en la familia forjó a todos, como a Jesús, a Miguel, monaguillo desde pequeño en su parroquia, o Mariano, de quien el Seminario conserva la camisa que llevaba el día de su fusilamiento. De Julio, el tío sacerdote de Pablo (imagen inferior, su firma), dijeron los que más adelante le causarán la muerte que era un «confesor santo». Liberato, el padre de Antonio, estuvo muy unido a su hijo; tanto, que decidió acompañarlo allá donde se lo llevasen. Hasta la muerte… y hasta el cielo.

Martires seminario pablo

Caminar juntos

En las biografías entrelazadas de estos mártires —Madrid-Jaén, seminaristas compañeros, familiares— se refleja la comunión de los santos. «Caminamos junto a otros», en diocesaneidad, yendo juntos como Pueblo de Dios. El «haberse dejado hacer hasta ese punto —a ellos los capacitó Cristo para el martirio, y ellos se pusieron a tiro— sirve para el resto de la Iglesia como semilla de santidad». Asimismo, «su entrega de vida nos sirve, porque el Señor derrama sus gracias en nosotros a través de ellos».

Para Martín Rodajo, estudiar «la reciedumbre cristiana de estos muchachos» le hizo «caer en la cuenta de la obligación moral de aprovechar todos los recursos formativos del Seminario». De hecho, la inmensa mayoría de los mártires tenían muy buen expediente académico (imagen inferior, notas de Cástor). «El estudio de la teología también forma un corazón sacerdotal, que se entrega». Sin dejar de lado el ejercicio de la caridad y una «seria vida de oración y piedad cristiana».

Todos ellos fueron modelos de «amor hasta el extremo».

Martires seminario castor notas

Los santos atletas de al lado

En el año 2017, en las vísperas de la Solemnidad de la Inmaculada, los restos de Ángel Trapero se trasladaron a la capilla del seminario. Es el único de los futuros beatos que pudo ser localizado e individualizado. Había sido enterrado en el cementerio de Navalcarnero y su familia siempre cuidó la tumba. Los otros, o se desconoce su paradero o bien fueron enterrados en fosas comunes.

La sepultura de Trapero está bajo el altar de san Dámaso. En la lápida se grabaron las palabras del Papa Clemente a los corintios, «mirad a los atletas próximos», los que han corrido la carrera y han llegado a la meta, que diría san Pablo. «Es un impulso para vivir las situaciones de dificultad con la altura del Evangelio, que es la altura de la cruz», indica Rodajo.

Ellos fueron jóvenes que vivieron también entre esas paredes que han seguido siendo ocupadas, hasta nuestros días, por seminaristas. «Alguna bala llegó aquí —escribía Cástor a sus padres ya en 1934, en la revolución de octubre—, clavándose en el techo de una celda después de perforar el cristal y la recia madera de la ventana». «Esa proximidad esponja el corazón», concluye Rodajo.

Martires seminario tumba