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Viernes, 10 junio 2022 10:57

Miguel y Begoña, 25 de años de matrimonio que son «una escuela de felicidad»

Miguel y Begoña, 25 de años de matrimonio que son «una escuela de felicidad»

La historia de Begoña y Miguel comenzó cruzando un semáforo en Argüelles. «El primero que vio al otro fui yo», cuenta él. Era enero del 93 y Miguel, que entonces tenía 26 años, acudía a la reunión semanal de la Congregación de la Asunción, en ICAI. Ya llegando vio a Begoña en el paso de cebra. «¡Vaya chica más guapa!», pensó, haciéndose a la idea de que era extranjera. El encuentro comenzaba con una Misa, y justo «entró ella». «La típica au pair de alguna de las familias», se dijo.

La realidad es que Begoña (28 años entonces) había nacido en Barcelona, llevaba ya tiempo viviendo en Madrid y aquel era su primer día en la congregación. «Quería integrarme en un grupo religioso». Esa fue la primera vez que se vieron. Ahora celebrarán sus bodas de plata en la Misa que este domingo, 12 de junio, presidirá el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, en la catedral de la Almudena, para todos los matrimonios que este 2022 cumplen 25 y 50 años casados.

Cuando Begoña echa la vista atrás, piensa en que «éramos como dos marionetas con hilos, y el Señor nos estaba moviendo el uno hacia el otro». Dos meses después de ese primer encuentro, acudieron con su grupo a la Javierada. Ahí ella se fijó en él, que iba con el coche escoba recogiendo a los rezagados. «Imagen chico-coche… ¡qué buena pinta tiene!», pensó Begoña, y ahora se ríe porque «qué frívola». Pero no; también le llamó la atención lo servicial que era, llevando en el coche, curando ampollas... Ella, bromea, lamentó no tener «una heridita para que me atendiera ese chico tan guapo».

Bodas plata Bego y Miguel posado

Al día siguiente, en el castillo, Miguel se acercó y comenzaron a hablar… Y no han parado hasta hoy, porque el diálogo es una de las «claves de supervivencia» de su matrimonio. La suya, asegura Begoña, «es una conversación que no acaba nunca». Comenzó en el noviazgo, de cuatro años, más largo de lo que hubieran querido, pero, con el tiempo, ideal para conocerse bien. Hablaban mucho, fueron muy sinceros el uno con el otro, conocieron a las familias y cómo cada uno las trataba, cómo se comportaban con sus amigos, en el ámbito laboral, cómo vivían la fe…

Y se hicieron amigos. «Tu primer amigo tiene que ser tu pareja», afirma Miguel, y Begoña añade otra clave, «pasarlo bien juntos, que no te aburras con el otro: tener ratos para nosotros, reírnos, salir algún fin de semana…». Esto son «balones de oxígeno» a los que Begoña y Miguel han procurado agarrarse, ahora con más facilidad que los hijos son mayores, pero también cuando eran más pequeñitos. Una escapada al cine, a cenar, o aprovechar cuando los niños se acostaban para tener su momento.

Bodas plata Bego y Miguel coche

De la mano de la Providencia

La Providencia a la que hace alusión Begoña los ha acompañado siempre. Dos meses después de aquella charla en el castillo de Javier empezaron a salir, y el 20 de septiembre de 1997 se casaban en los jesuitas de Serrano. «Parecía que estaba todo preparado» porque pudieron aprovechar una prereserva de boda de una pareja que no daba señales de vida. Además, Miguel, que se había quedado en paro nada más hacerse novios, acababa de aprobar las oposiciones al Banco de España. El número 1 de su promoción, y Begoña lo extrapola: «¡Imagínate con quién me he casado, con el number one!».

Llegaron los hijos: el primero, Javier (23 para 24), obvio por cómo había empezado todo; después, Jorge (21), Paula (18) e Inés (13 para 14). «Igual que entre nosotros hablamos mucho, también con los hijos». Begoña tuvo «la suerte» de poder dejar de trabajar fuera de casa, y esto «nos ha ayudado a organizar nuestra familia». Destaca que, con los hijos, «siempre hemos intentado que no olviden de dónde proceden y las verdades de su fe». «Si hay que decirles que algo está mal, hay que decirlo», por mucho que contradiga a «los amigos» o a «los tiempos que nos toca vivir». Y aunque a ellos nos les guste o no lo entiendan, porque la adolescencia es lo que es, lo que sí «perciben», apunta Miguel, es que «siempre lo hacemos por su bien». Begoña apostilla: «Que no quede el haber educado su conciencia».

Bodas plata Bego y Miguel comunion

Al servicio de la Iglesia

Al cuarto año de casados, Begoña y Miguel empezaron a impartir cursillos prematrimoniales, y además ella es monitora de métodos naturales de regulación de la fertilidad. Así como los jóvenes se preparan para la vida laboral estudiando, con másteres y cursos, «para la vida matrimonial también hay que prepararse», hablando de todo y también abordando, explica Miguel, «los defectos y las virtudes humanas, que con eso también se va al matrimonio». Reconocen, con los años, que habría que impartir una sesión 0, Pautas para elegir un buen novio, porque a veces… «Lo habitual es que piensen que lo suyo va a durar, pero si no lo trabajas y no tienes la voluntad previa…».

A Miguel le ayudó mucho aquello que le dijo un sacerdote hablando de la educación en la adolescencia: «El mayor interesado en el bien de tus hijos es Dios; tú colaboras, y Él hará su obra buena». Y así es como Miguel-padre entendió mejor a Dios Padre, «que quiere lo mejor para cada uno». Por eso, en los cursillos invitan a los novios a tenerlo en sus vidas. Y esto entronca con otra de sus «claves de supervivencia»: estar siempre integrado en grupos matrimoniales de Iglesia. Ellos lo hacen con las Familias de Betania; «en momento de dificultad o debilidad ayuda», explica Miguel. También ayuda formarse juntos, como pareja, para su servicio a la Iglesia, que hacen desde la Vicaría V.

Bodas plata Bego y Miguel verano

La importancia del perdón

«Ya antes de que el Papa Francisco lo dijera», bromea Miguel, procuraban irse a dormir habiendo hecho las paces. El perdón es vital en la relación, subraya. La gestión de los conflictos en la pareja es más fácil «que pedirle un aumento de sueldo al jefe»; el amor juega a favor. Así, fundamental «que no se quede en la gatera algo escondido, porque por la noche se enfría y al día siguientes estás más endurecido». Lo que no quiere decir que «siempre lo hagamos así», ríe Begoña, pero «precisamente porque has caído, sabes cómo resolverlo».

25 años después, y a punto de celebrarlo con sus hijos en la catedral –«después iremos a comer fuera, que es día de fiesta»–, Begoña resume: «El matrimonio exige mucho, pero también da mucha felicidad. Es una escuela humana y de felicidad muy grande».