María Cobo Vergara tenía 20 años y vivía su fe en la parroquia Nuestra Señora de la Paz. Su historia es la de una joven madrileña que se tomaba en serio a Dios. Una historia tejida durante cuatro años de enfermedad, de oración compartida, de silencios acompañados. Y también de alegría. Porque no se puede entender su paso entre nosotros sin esa luz serena con la que afrontó su camino.
Durante la Eucaristía celebrada en San Lorenzo, Roma, el jueves 31 de julio, en el marco de los Jubileo de los Jóvenes, el cardenal José Cobo, arozbispo de Madrid, mencionó su nombre ante miles de jóvenes. «Queríamos acordarnos hoy de ella, de su familia y de su parroquia». María había fallecido el día anterior.
Poco después, en un gesto de comunión tan simple como el Evangelio, la Oficina de Peregrinaciones del Jubileo entregó para su familia el Testimonium, documento que se emite al cruzar la puerta santa: María ha peregrinado a Roma. Y ha atravesado, simbólicamente, la verdadera Puerta Santa. Los jóvenes de su parroquia entregarán este documento a la familia.
El eco de una vida entregada
Pablo Galiot, sacerdote en la parroquia de María, fue quien habló en su nombre y en el de la comunidad que la ha visto crecer. «María llegó con una inquietud muy grande de conocer a Dios y de vivir la fe en comunidad», explicó. La enfermedad, lejos de apagar esa búsqueda, se convirtió en su camino. «Comprendió muy bien lo que significa la cruz de Cristo. Que Cristo ha querido vivir todo lo que nosotros vivimos: el dolor, el miedo, los fracasos”.
De aquel proceso nacieron dos frutos. El primero, aprender a mirar el sufrimiento con los ojos de Cristo. El segundo, abandonar el control y confiar radicalmente en la voluntad del Padre. «Al principio pedía la salud, pero llegó un momento en que entendió que lo más importante era que se cumpla su voluntad».
Días antes de morir, María escribió haciendo la peregrinación jubilar con un grupo de la parroquia en los Alpes, camino de Roma, donde llegarían el día 30 de julio (en la imagen inferior, ya en Roma): «Si se me preguntara si volvería a repetir estos últimos cuatro años, no dudaría en decir que sí. He conocido verdaderamente el amor de Dios. Si Cristo permite esto, es porque lo que está en sus manos es enorme. Su propósito es magnífico».

Una red que no se rompe
Durante la homilía en Roma, el arzobispo recordó que la red que nos une como Iglesia está hecha también de quienes ya están en Dios. «En esta magnífica red no solo estamos los que estamos aquí. Están los que están en el corazón y los que están en Dios. Esta es una red preciosa». María forma parte de esa red. Y su historia, lejos de cerrarse con su muerte, sigue siendo semilla.
«No le tenemos miedo a la enfermedad, ni a la muerte, ni a la frustración», insistió el cardenal. «Porque sabemos que el Señor nos abraza. Y porque creemos, desde la fe, que María ha llegado mucho más lejos que nosotros. Nosotros estamos en Roma; ella, en casa».
Un rostro para los que vienen detrás
Muchos jóvenes de Madrid no conocieron a María. Pero eso no impide que su vida les interpele. Su historia resuena como un recordatorio de lo esencial. «Que María siga ayudando a los jóvenes de Madrid», pidió el cardenal Cobo al final de la celebración (vista general, en la imagen inferior), «como lo hizo en vida». «Que nos enseñe a vivir sin miedo y a mirar con confianza lo que tenemos por delante».
Hay vidas que no necesitan demasiadas palabras, que son parábolas vivientes, en palabras de Paul Claudel. Vidas que, por su forma de estar y de partir, dejan un rastro que otros pueden seguir. María fue una de esas vidas. Hoy, en plena peregrinación jubilar, su ejemplo se convierte en compañía. Silenciosa, sí. Pero real.
Y con ella, la certeza de que quien vive unido a Cristo no se pierde. Solo llega antes.
