Madrid

Viernes, 17 octubre 2014 06:59

“El matrimonio y la familia son una realidad santa, no sólo porque son caminos de santidad, sino porque ellos mismos tienen un origen santo”

Ayer por la tarde, la sede de la Fundación Universitaria Española acogió la inauguración del curso 2014-2015. Tras las palabras del Presidente del Patronato de la Fundación, Gustavo Villapalos, el Cardenal Antonio Mª Rouco Varela, Arzobispo Emérito de Madrid Administrador Apostólico, fue el encargado de impartir la conferencia de apertura, titulada “El matrimonio y la familia a la luz del Concilio Vaticano II”.

Comenzó subrayando su estima hacia la Fundación Universitaria Española por su labor, recordando que hasta que su nombramiento como obispo fue siempre universitario. “Recién ordenado sacerdote, me mandaron a estudiar a Munich, y eso marcó mi vida pastoral. Dediqué mucho tiempo a la universidad, de ahí pasé al episcopado, y ahora de nuevo vuelvo a la universidad. La universidad es un cauce y un vehículo de evangelización de primer orden, de extraordinaria importancia, tanto por lo que se refiere a lo que promueve –que es la ciencia-, como por lo que tiene que ver con la formación de las nuevas generaciones en aspectos de su desarrollo personal y de su proyección social de enorme importancia. Por lo tanto, la Iglesia, los católicos, tienen que estar en la universidad, y debe de haber jóvenes que sientan la vocación –incluso la sacerdotal, la consagrada y la de vida apostólica- proyectada y centrada en la vida de la universidad”.

A continuación se centró en el matrimonio y la familia a la luz del Concilio Vaticano II, tema de su ponencia, manifestando su deseo de que la Tercera Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que se está desarrollando, “arroje luz para conocer la problemática del matrimonio y de la familia en estos momentos tan difíciles para la realidad y la institución familiar. Por eso es bueno fijarnos dónde están los fundamentos doctrinales, sobre todo los más recientes, que son los del Concilio Vaticano II. El Vaticano II es, con respecto a la teología y la pastoral de la familia, un momento clave en la historia contemporánea del problema”.

Así, hizo un repaso de la problemática, a partir de sus experiencias y recuerdos personales desde 1959, “en una Alemania muy metida en el corazón de Europa, con una serie de grandes teólogos e intelectuales que influían en la marcha y el desarrollo de la teología y del pensamiento teológico, y muy concretamente en el problema del matrimonio y de la familia” . Con respecto a temas como el aborto, el divorcio o la píldora, en aquella época, y de las doctrinas y teorías que los justificaban, recordó que “se planteaban una serie de cuestiones de principio teológico y filosófico”. Señaló que en esos años previos al Concilio, la discusión en cuanto al matrimonio estaba abierta. Y habló de los requisitos para contraer matrimonio sacramental, explicando que “la realidad sociológica de aquellos años 50 y 60 también estaba muy condicionada por el avance del principio del matrimonio civil, de la no consideración por la parte de los estados del matrimonio canónico”.

“En la vida interna de la Iglesia”, dijo, “se plantea la vocación a la santidad como la razón de ser o la nota específica que tiene que admitir que en la vida del seglar, consagrado o no, casado o no, el objetivo tiene que ser aspirar a la santidad. Ser cristiano quiere decir estar llamado y aceptar estar llamado a la santidad”. Y confesó que “el problema de vivir la santidad en el matrimonio se debatió mucho en aquellos años, con una profunda espiritualidad, y como camino de santidad”.

El Concilio, señaló, responde en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, “explicando cómo se articula el pueblo de Dios dentro de la Iglesia. Analizado meticulosamente, da respuesta a la problemática del matrimonio y de la familia de la Europa de los año 50 y 60, y que venía reflejando un problema que comienza con la Ilustración, en los siglos XVIII y XIX. Concreta el Concilio que el matrimonio es, para la Iglesia, como sacramento, uno de los cauces en que Cristo ejerce la esponsalidad con respecto a toda la iglesia, y el cauce a través del cual todos los fieles cristianos viven la unidad en el amor de Cristo y de toda la Iglesia”.

Para el Concilio, “esa enseñanza de comportamientos, de facilitar la creación de ambientes eclesialmente vivos y fecundos para la vida del matrimonio y de la familia, comienza asentando el principio de que la iglesia y los cristianos tienen un deber principalísimo desde el punto de vista de sus responsabilidades morales, espirituales y de fe con respecto al matrimonio y a la familia, que es fomentar la dignidad del matrimonio y de la familia. La expresión es de un gran calado intelectual porque, efectivamente, no se reconocía su dignidad para el crecimiento maduro, humano y espiritual del hombre y los entornos en que la existencia de la persona se desarrolla, sobre todo los que tienen que ver con la sociedad y la cultura”. Y aseguró que “el matrimonio y la familia son una realidad santa, y no sólo porque son caminos de santidad, sino porque ellos mismos tienen un origen santo”.

Respecto al tema de los hijos dentro del matrimonio, recordó que “por razones de imposibilidad o incapacidad física, puede haber un matrimonio de donación completa y plena que no pueda terminar en el don de los hijos, y no significa culpa ninguna para los esposos”. El Concilio, añadió, “señala que toda fórmula que se utilice y vaya en contra de la donación mutua no es admisible desde el punto de vista de la concepción cristiana del matrimonio y la familia. O sea, que el amor conyugal debe compaginarse con el respeto a la vida humana”.

Finalmente, tras alabar el empeño y el compromiso de Juan Pablo II y de Benedicto XVI con la doctrina sobre el matrimonio y la familia, advirtió que “una de las consecuencias de la ola divorcista y abortista que invadió Europa es el desierto demográfico en que nos encontramos: si hubiesen nacido todos los niños abortados en la Europa libre, desde el año 1963 hasta ahora, tendríamos en Europa 20 o 30 millones más de personas jóvenes, no habría crisis económica”. Y “el Papa Francisco, con su ‘permiso, gracias y perdón’, daba en la vida del matrimonio este triple consejo: saber pedir permiso, saber dar gracias y saber excusarse, y terminar el día excusados. Esperemos que la Asamblea Extraordinaria del Sínodo nos ayude en esa gran respuesta teológica y pastoral del Concilio Vaticano II a los problemas del matrimonio y de la familia de nuestro tiempo”, concluyó.

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