Madrid

Jueves, 11 diciembre 2014 05:59

La dulce y confortadora alegría de evangelizar

“Estamos viviendo en este tiempo de Adviento una llamada especial a hacer presente la alegría del Evangelio”, afirma el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, en su carta semanal. “Faltan muy pocos días para que D. César Franco tome posesión de su nueva Diócesis de Segovia. En su ministerio que comienza y en las vidas de todos nosotros veo la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Que mis palabras sean expresión de un recuerdo agradecido por tantos años dedicados al servicio del la Archidiócesis de Madrid”.

A continuación, retoma la explicación sobre el tiempo litúrgico que estamos viviendo, asegurando que “la alegría dulce y confortadora que es el mismo Jesucristo” es la que “deseamos que llegue a todos los hombres, a través de todos los caminos; en todos los lugares en los que están, en las circunstancias reales de sus vidas, queremos que llegue Jesucristo, porque sabemos que Él es la alegría del Evangelio”. Así, “Vamos a poner todas nuestras fuerzas en anunciar a Jesucristo con nuestras propias vidas”. “¡Qué fácil es quedarnos en la vida sin caminos abiertos hacia Dios y hacia los demás!”, apunta. Por eso, exhorta a no quedarse “vacíos por dentro”.

“Hemos recibido la alegría de Cristo. Es una alegría que mueve nuestra vida y nos impulsa a salir a la búsqueda de todos los hombres. No es una alegría que se cierra en nosotros, es abierta, comunicativa, va siempre en búsqueda, nunca se detiene, siempre sale. Se trata de construir un mundo mejor, de ahí también la urgencia de evangelizar y comunicar el don del encuentro con Jesucristo. Ello nos está pidiendo a toda la Iglesia que hagamos posible la promoción y formación de discípulos misioneros, como nos recuerda el Papa Francisco”. En este sentido, asegura que “para un discípulo del Señor hay tres imperativos para que sea verdad ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar’.

El primero, “‘Id, siendo sal’: Hay que salir a todos los lugares en los que se encuentren los hombres, a todas sus situaciones existenciales. Pero hay que salir siendo sal, es decir, con la gracia, la alegría, la gratitud que brota siempre de un corazón que está unido a Jesucristo. El encuentro con Jesucristo es indispensable”, ya que “el discípulo misionero sale llevando a Cristo, su fuerza y su amor, su gracia y su vida”. Afirma que “hay que salir, pues si nos encerramos en nosotros, nos quitamos el oxígeno que necesitamos para vivir… Nuestra fe se hace viva, se hace fuerte, se dinamiza, en la medida que más se comparte y se transmite. Y es que hay una realidad ineludible: cuanto más se conoce a Jesucristo, más ganas tienes de darlo a conocer. Dar a conocer a Jesucristo, salir a todos, debe ser nuestra pasión”.

El segundo de ellos, “‘sin miedo, no volviéndonos sosos’: Los miedos nos ponen tristes, nos encierran, nos incomunican, nos hacen culpabilizar a los demás. Es necesario escuchar al Señor, que nos dice: ‘no les tengas miedo’. La tentación de siempre, de todo discípulo, es decir que no estamos preparados. Así nos volvemos sosos y llenos de miedos”. Por eso, invita a dejarse “envolver por el amor tierno y dulce que Dios te ha manifestado en Jesucristo. Él te ha dado su vida, te hizo partícipe de la vida de Dios. No tengas miedos”. Y es que “el miedo, el temor, paraliza e instaura la incapacidad de dar sabor. Nada ni nadie nos puede apartar de ese Amor, que nos hace salir de nosotros mismos. El miedo nos vuelve sosos, sin capacidad para dar sabor. El miedo entristece y da cansancio para creer, esperar y amar. El discípulo misionero cree, espera y ama”.

Por último, “‘Siempre sirviendo y dando sabor’: Solamente el discípulo se hace misionero si entra en la lógica de la donación de la vida y del amor que tienden siempre a comunicarse con todos los hombres”. “La dulce y confortadora alegría de evangelizar siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, siempre nos hace salir de nosotros mismos... Sirviendo y dando sabor hacemos esa gran revolución que necesita esta humanidad, nada más ni nada menos que la ‘revolución de la ternura’ que es Jesucristo mismo, a quien queremos entregar. Dar sabor y servir es hacer ese cántico nuevo, que se hace cuando se ha acogido la vida de Jesucristo con todas las consecuencias. Y se hace canto con una vida vivida en comunión con Jesucristo y teniendo la vida de los hombres, en la situación que estén, como pentagrama en el que escribimos las notas del canto, que no son otras que el mismo Jesucristo”.

Concluye exhortando: “Nunca nos cansemos de mirar con los ojos del Señor a los demás y a todas las realidades en las que estamos o viven los hombres. La mirada de Jesús es la que necesitan los hombres, ella es el inicio de un encuentro verdaderamente humano, con ese ‘humanismo verdad’ que tan bellamente se revela y manifiesta en Jesucristo”.

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