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Jueves, 19 julio 2018 09:00

«El encuentro con Jesús me lleva a compartir mi alegría con los más pobres»

La Delegación de Vocaciones de Madrid ha hecho público un nuevo vídeo en el que Chandana Kommu, misionera cruzada de la Iglesia, descubre que «la felicidad está en el seguimiento de Jesús, seguirle y actuar como Él». Ese encuentro «íntimo con Él», destaca la religiosa, «me lleva a compartir mi alegría con los demás, especialmente con los más pobres». Y esa es su misión: «Levantar a los caídos».

El vídeo se enmarca en una iniciativa de la delegación –en colaboración con Medios de Comunicación del Arzobispado de Madrid– para ir presentando testimonios de sacerdotes, religiosos y religiosas. Cada martes y viernes, uno de ellos contará cómo vive su vocación y cómo su incondicional «sí» al Señor le ha cambiado la vida. 


Yoselin Bonafon Baldeón, misionera cruzada de la Iglesia, revela que «la felicidad que encuentro en la vida consagrada es el seguimiento a Cristo», aquello que «realmente me mueve a salir y me ayuda a encontrarme con los demás». Y es, en ese compartir la alegría de Cristo, donde la religiosa descubre y fortalece su vocación: «Eso me lleva a seguirle cada día y a decirle ».

Avanya Kallepallimisionera cruzada de la Iglesia, confiesa que «la belleza de la vida consagrada es estar con Jesús» y, desde Él, «compartir esa alegría a aquellos que le rodean». Un encuentro, reconoce, que «me hace abrir nuevos horizontes para encontrar a los demás».

Chanele Eugenia Rivamontan Coca, misionera cruzada de la Iglesia, cuenta que «servir al Señor es una gran riqueza», así como «amarlo apasionadamente desde una comunidad y desde el servicio a los que más lo necesitan». Dentro de este servicio, reconoce que es muy importante para ella «sentir en cada uno de ellos cómo es una mirada de Dios, a través de sus ojos, de sus gestos y de sus muestras de cariño».

Asunción González Peña, hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, reconoce que «ser hija de la Caridad es ser hija de Dios». El encuentro con los enfermos mentales, confiesa, «me llevó a ver ese misterio de la persona y me hizo pensar más en el interior». Esa experiencia «me hizo ver la esencia misma de las personas y de mí misma como seres semejantes a Dios». 

Carmen María Úgidos Domínguez, de la congregación de Hermanas Carmelitas Teresas de San José, reconoce que, después de 46 años como religiosa, es feliz porque «el amor de mi vida es Jesús y ya no puedo estar sin Él». Compartiendo con la gente sencilla y pobre, descubre Carmen María, encuentra el sentido de su vida, «con la gente más necesitada y con aquellos que no tienen voz». 

Fiona Caldeira, hija de San Pablo, confiesa que «la vida es un regalo» y, por ello, entiende que «una persona agradecida es más alegre y esparce una bendición a su alrededor». La religiosa subraya que «seguir al Señor con alegría es asumir que cada experiencia que vivas es un regalo».

Jackline Muthoni Warui, misionera de Cristo Sacerdote, reconoce que «mi alegría en el seguimiento de Cristo es la certeza de saber que Dios me ama». Desde ese amor, descrube que «es un regalo que Dios nos hace sin merecerlo». Además, la religiosa subraya que formar parte de la congregación con un carisma concreto, desde donde «Él me pide entregarme por completo por la santificación por los sacerdotes», ese cumplimiento de su voluntad le hace feliz. 

Puy Araujo, carmelita vedruna, confiesa que la alegría del encuentro con Jesús «es una experiencia de viaje hacia lo profundo», que «tiene que ver con un Señor que vence toda muerte, que es consuelo, fortaleza y sostiene la vida». Y ese fuego, reconoce, «me lanza a abrirme a los demás y a cantar la alegría que he descubierto». 

Pilar Moreno Sánchez, de la congregación Siervas de María, Ministras de los Enfermos, descubre que «la razón y el fundamento de mi alegría como consagrada es sentirme amada y llamada por Jesús para vivir mi vida y mi misión junto a los enfermos y las personas necesitadas». Esa alegría de sentirse querida y de poder querer a los demás «es algo muy profundo», que «no puede quitarte nadie». Una alegría, confiesa la religiosa,que «no se nos va con los problemas ni con la enfermedad» porque «es un motor que ilumina mi vida». 

Rocío Vázquez Odero, religiosa calasancia, confiesa que ser feliz «porque el Señor me ha hecho tener una memoria agradecida de todo lo que ha hecho en mi vida». En esta línea, Rocío descubre que «toda la felicidad que brota del encuentro con el Señor, no me la puedo quedar». Y por ello, la religiosa manifiesta –con su vida– a Dios «por los pasillos, entre los niños, jóvenes y compañeros», así como «en la misión que cada día tengo que realizar». 

Mª Jesús González Alonso, hermana del Amor de Dios, revela que, a lo largo de 35 años como religiosa, «ha permanecido en mí la conciencia de que Jesús es el centro de mi vida». Haber conocido su amor por ella y por el resto de las personas, reconoce, «me impulsa a vivir desde ese amor y a compartirlo con los demás», y «eso es motivo de alegría». A lo largo de estos años no siempre ha sido fácil, descubre Mª Jesús, «pero la cercanía de las hermanas y vivir la fraternidad ayudan a descubrir que Dios sigue fiel en mi vida».

Marta Mozo Pozuelo, postulante de la congregación de Hermanas del Amor de Dios, reconoce que la llamada del Señor «ha estado presente durante mucho tiempo en mi corazón», aunque «tardé bastante en decicirme y dar una respuesta, que en mi caso fue un ». Un , confiesa, «a probar el camino del Señor». Por eso, Marta anima a decir  «a las cosas nuevas» y a «no quedarnos en nuestra zona de confort».

Pilar Cano Pinto, hermana del Amor de Dios, reconoce que «son muchos los factores que podría contar, pero lo que realmente me mantiene es pura gracia de Dios, su amor». El mantener ese amor primero, confiesa, «es lo más fuerte». En este sentido, la religiosa descubre que «no hay vida si no hay misión», y Jesús, a través del Evangelio, «vino a extender el Reino de Dios, y esa es nuestra misión».

Celestina Fernandes Soares, hermana de la Virgen María del Monte Carmelo, confiesa que, tras 19 años viviendo en la congregación carmelita, «me siento muy feliz porque Dios me ama y me quiere tal y como soy». Dedicada a la enseñanza, revela que «Dios está siempre presente en mi vida y por eso estoy feliz». 

Camino Olivera Esteve, hermana de la Virgen María del Monte Carmelo, descubre que experimenta la alegría de ser religiosa «cuando siento un amor correspondido, tanto por lo que yo amo como por el amor que llena mi vida y mi corazón». La consagrada confiesa sentirse «satisfecha» por «estar donde el Señor quiere que esté», siempre «con una epseranza de que el Señor está conmigo y de que el sueño de Dios está cumplido en mí».

Azucena María Agustín, hija de Santa María del Corazón de Jesús, confiesa que para ella el seguimiento de Cristo «ha sido una experiencia de gozo y de alegría». Una alegría «no siempre exenta de sacrificio y cruz», subraya la religiosa, «que nace de sentirse elegida a una vida vida de profunda intimidad con Él». Alegría que, a lo largo de sus años de consagrada, «no siempre es fácil», pero «ante todo prevalece una alegría de sentir que Dios siempre está conmigo».

Almudena Barta Álvarez, consagrada del Regnum Christi, reconoce no sorprenderse de ser feliz en su vocación, sino de «que el Señor se haya querido fijar en un pequeño desastre como soy yo para que sea su esposa y completamente suya».

Rocío Caballero García, consagrada del Regnum Christi, manifiesta que «la vocación es un don maravilloso de Dios» y, a la vez, «un misterio que no puedo dejar de agradecerle cada día». La consagrada anima a los jóvenes y a las personas con inquietud a «que no tengan miedo» y a «que hagan una experiencia del amor de Cristo y verán sus vidas reconfortadas con una felicidad muy grande».

Nubar Hamparzoumian Herrero-Botas, de la Compañía de Jesús, revela que «seguir a Jesús para toda la vida es lo mejor que me ha pasado». Y «mil veces naciera, mil veces sería jesuita». Nubar, que será ordenado sacerdote dentro de cuatro años, reconoce que «lo más importante que nos ha pasado en la historia es encontrarnos con Dios», y «descrubir que Él tiene un proyecto y una misión para cada uno de nosotros, para mayor beneficio y salvación de los demás».

Francisca Hernández Martín, hermana Hospitalaria del Sagrado Corazón de Jesús, revela que se siente feliz en la vida consagrada «porque es una belleza impresionante poder seguir al Señor». Seguir a Jesús, reconoce, «da una belleza tremenda porque sentir que Dios se ha enamorado de ti a través de Jesús de Nazaret, que te ha mirado el más bello de los hombres y que te ha llamado, embellece todo lo que haces». Cuando hay amor, y Él te ama y te sientes amada, confiesa la religiosa, «todo es bello».

María José Marcos Cordero, hermana Hospitalaria, manifiesta que «la alegría en el seguimiento de Jesús la vivo de lleno en la Hospitalidad, trabajando y compartiendo vida con los jóvenes». Así, la consagrada reconoce que «la Hospitalidad enamora al corazón del joven: lo hace más bello, más valiente y más sonriente».

Ángeles Bengochea Ibaseta, hija de Cristo Rey, reconoce que es feliz porque se siente realizando un proyecto que Dios tiene pensado para ella desde siempre: «Vivo con la confianza de que Él me quiere para Él y me hace feliz». Por ello, subraya la religiosa, «vivo con gozo el encuentro con Jesús, que es fundamental para mí y me dice: "Te sigo queriendo"». Soy feliz «porque Dios me sigue pensando para Él». Es «un regalazo», confiesa, «y así lo vivo».

José Miguel Granados Temes, revela que se siente feliz después de tantos años de sacerdocio porque «mi vocación es mi salvación y la de muchas personas». Dar a Jesús «en los sacramentos» y «acompañar a gente que sufre, que tiene problemas, inquietudes y estar día a dia con ellos es realmente precioso», reconoce. El sacerdote se siente agradecido y confiesa que «no pararé nunca de dar gracias a Dios por haberme llamado al sacerdocio».

Inma Naranjo, monja de la Compañía de María, revela que mantiene la alegría en el seguimiento a Jesús porque «cuando una persona siente que ha encontrado su lugar en el mundo, eso da una paz y una alegría profundas». La religiosa, que también es economista, reconoce que «seguir a Jesús ha sido una inversión segura, a largo plazo y que da una buena rentabilidad: el ciento por uno».

Miguel Ruiz de Zárate, sacerdote diocesano, reconoce que «a raíz de la vocación y el seguimiento a Cristo en el sacerdocio, el horizonte se me hizo infinito». Lo confiesa hoy, 31 años después de su ordenación, y subraya que «en la aventura a la que estoy llamado siempre descubro que Jesús cuenta conmigo».

Milagros Guijarro Moral, postulante de la congregación Hermanas del Amor de Dios, reconoce que ser postulante no le hace ajena «ni vivir fuera de la onda de la gente», ya que vive «cercana a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos». Jesús, confiesa, «es el motor de mi vida», la razón que «me hace más humana». Con su 'sí', Milagros subraya que «no solo vale la pena», sino que «vale la vida»

Pablo López Vizcayno subraya que ser sacerdote es «ir por la vida viendo a Dios, caminar de su mano y disfrutar de la belleza de la vida». Es, tal y como reconoce el sacerdote diocesano, «un camino precioso en el que participo de cómo Dios se acerca a cada hombre y le lleva su Espíritu a cada alma». Ver crecer a las personas, confiesa, «es lo más bonito que existe», es «ver la belleza de la vida y cómo Dios va cuidando de cada persona». 

Laura Cela Cousido, hermana servidora de Jesús del cottolengo del padre Alegre, reconoce que la razón de su alegría está en Dios: «Cuando uno conoce a Dios, se da cuenta de que es todo misericordioso y todo cariñoso con sus hijos». La religiosa cuenta cómo, en el cottolengo, viven esa alegría, «la de que Dios nos ama con todo su corazón» y «la de que nosotros amamos a Dios con todo nuestro corazón, por medio de la adoración a la Eucaristía y a nuestros enfermos».

Mario Fernández Torres confiesa que es feliz después de 18 años como sacerdote «porque la felicidad es consecuencia de la fidelidad», y «cuando uno experimenta la fidelidad de Dios y trata de responder, uno es feliz». Con Dios, reconoce, «todo es nuevo y asombroso». La alegría, confiesa el sacerdote madrileño de la parroquia de San Germán, «es estar con el Señor», y «un sacerdote está siempre muy cerca de Él y acerca a otras personas a Él». Eso «es ya una pasada».

Ester de María Ramos, hija de Santa María del Corazón de Jesús, confiesa que «seguir a Cristo es una aventura» ya que «dejas de controlar tu vida porque te la controla Dios». Un Dios que «no te quita nada», sino que «te lo da todo». Y ahí, reconoce que está la verdadera alegría: «Poder recibir gratis para, luego, dar gratis un amor de Dios que nace del corazón de Jesús y que puedes entregar a los demás». Ser religiosa, tal y como subraya, «significa ser de Dios, imitar a María, vivir de la Eucaristía, servir a los hermanos y formar parte de la mejor familia del mundo: la Iglesia». 

Juan Sánchez-Blanco confirma «la suerte» de sentirse llamado a este gran don, y «la alegría» de descubrirlo con 50 años: «Soy sacerdote desde hace diez meses» y, por lo tanto, «mi experiencia sacerdotal es corta, pero la alegría es larguísima». Para Dios «nada hay imposible», reconoce, «a mí esto me parecía imposible en mi vida, y el Señor lo ha podido hacer». Cumplir su voluntad «es ser libre», revela el presbítero. Él «ha hecho una obra grande por mí y estoy alegre».

Araceli Guardeño Campaña, misionera cruzada de la Iglesia, reconoce que su felicidad reside en la pasión por Jesús, «que me ha llevado a darme a los hermanos». Desde nuestro carisma, descubre, «hay un proyecto común que Dios tiene para todos los hombres», y esa pasión «me lleva a hacer lo posible por estar cerca de la gente para que su dignidad sea respetada y se sientan personas amadas por el Señor». En esta línea, la religiosa confiesa que «lo más importante es estar disponible para dar la vida en cualquier parte del mundo» 

Antonio Secilla Buenadicha, sacerdote diocesano y subdelegado de la Delegación de Pastoral Vocacional, revela que la alegría de su ministerio responde a la Virgen María, «la causa de nuestra alegría», porque «Ella, con su , con su hágase, fue la que nos trajo al Señor e hizo que Dios se encarnase». El poder contemplar ver a Dios, reconoce, «es lo que nos llena de alegría». Asimismo, el presbítero subraya que «la alegría es fruto del amor».

Mª Piedad Crouseilles Chapapria, hermana de la Virgen María del Monte Carmelo, reconoce que cuando sentía a Dios de pequeña le inundaba la  alegría e «iba cantando por la calle». Ahora, con 58 años, sigue sintiéndolo, y mucho más: «Porque ahora lo siento con mucha paz». Lo más importante que me ha pasado en le vida, subraya, «ha sido que he descubierto que Él me quiere», y que «me quiere solo para Él».

Santiago Tornos Alonso, sacerdote diocesano, reconoce ser feliz «porque Dios me ha amado profundamente» y «porque entregando su amor, hago que la gente sea más feliz». Asimismo, el sacerdote revela que su felicidad brota de una sola fuente: «Ayudar a otros a que descubran que pueden ver a Dios en sus vidas». 

María Soledad Francisco, sierva de María, ministra de los enfermos, confiesa sentirse «muy feliz de saber que mi vida está en manos de Dios». Como religiosa, reconoce, «quiero hacerle presente cuidando a los enfermos». Su Palabra «es la luz que ilumina mi vida».

Además, la religiosa subraya que María «es un modelo inspirador que me acompaña a lo largo de toda mi vida: Ella es mi madre y mi maestra» y «me enseña a reconocer el amor de Dios en mi vida, a saberle alabar, a unir mi alabanza a la suya y a servir sencillamente a quienes viven mi vida». 

Luis Manuel Suárez, misionero claretiano y sacerdote, reconoce que mantiene la alegría de seguir al Señor «por lo que Él me va regalando». Seguirle, subraya, «es una fuente de alegría sostenible».

Así, recordando el lema de su ordenación sacerdotal –Gratis lo recibisteos, dadlo gratis–, destaca que, con el tiempo, «te das cuenta de que es verdad, y también sucede al revés» porque «cuando uno da gratis, recibe mucho gratis, y eso es fantástico». 

Rosario Navas Sacedón, hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, acompañada de su guitarra, reconoce que Dios es su canción favorita por haberle «encontrado» en el servicio de «los más pobres y necesitados». Por Él y por todo lo que vive, canta agradecida que «merece la pena conocerse y darse a al Señor». 

Milena Prete, hermana terciaria capuchina de la Sagrada Familia, revela que su vocación le hace ser una persona realizada y feliz «porque me ha dado alas para amar a cualquier persona y cualquier lugar». Por ello, la religiosa reconoce sentirse «libre y desprendida de las cosas». La alegría de seguir al Señor «me viene porque me siento una hija querida de Dios y eso me da mucha confianza en la vida». De Dios, subraya, «me atrae su ternura y su bondad», y «me siento acogida y abrazada por Él». 

Fernando Bielza Díaz, diácono madrileño, reconoce que es feliz «porque, desde la mañana hasta la noche, sé que estoy haciendo la voluntad de Dios». Una felicidad que, como descubre Fernando, encuentra su sentido al saberse llamado por Dios para «ser el servidor de la alegría de los demás y transmitirla a todos los hombres».

Mariela Lorenzo, religiosa del Apostolado del Sagrado Corazón de Jesús, confiesa que la alegría y la felicidad de seguir a Jesús «nacen de la profunda gratitud de sentirme llamada y convocada». Un carisma que «quiere dar a conocer a las personas como Dios las ama, optando por la gente más empobrecida, viviendo desde Jesús y trabajando por la justiica». La alegría de la vocación, reconoce la religiosa, «está en trabajar para que esto sea posible». Por ello, Mariela asevera que «seguir a Jesús me hace profundamente feliz, al sentirme amada y habitada por Él». 

Andrés María García Serrano, sacerdote diocesano, confiesa que «ser sacerdote es lo más grande que me ha pasado en la vida». El sacerdocio «te permite ayudar en momentos muy importantes de la vida», asevera, «como acercar la Eucaristía, dar un consejo o ayudar al buen morir». Y «si volviera a nacer», confiesa Andrés, «volvería a ser sacerdote».

 Elizabeth Paez Tolosa, religiosa calasancia, descubre que su vida forma parte de un todo, «y formar parte de ese todo me hace levantarme cada día y poder aportar lo mejor». En el colegio, donde pone su vida al servicio de Dios a través de la educación, «voy descubriendo que Él está conmigo, en medio de la realidad que voy viviendo y de las hermanas con las que comparto mi vida». Detalle que, como revela, «me hace sentirme llamada, con otras, para el Reino».

Francisco Javier Valencia Arjona, hermano de San Juan de Dios, asegura que su encuentro Cristo «fue acompañado de conocer al mundo de los enfermos y los pobres». Una vocación, la suya, «entregada a las personas que sufren», y asentada en un carisma que «nos permite estar con los que son imagen de Dios y donde encontramos cada día a Jesús».

Valérie Squire, carmelita de la Caridad Vedruna, mantiene la alegría de seguir a Jesús porque es Él quien da sentido su vida: «Cuando abro la Palabra, siempre es nueva, me mueve, me renueve y me emociona». Siento que la relación con Dios, subraya la religiosa, «es un regalo» porque «me hace seguir adelante, me hace más libre y más disponible para otros».

José Antonio Cañizares, de la orden de San Agustín, reconoce que la vida religiosa «es una entrega especial, con un carisma especial, dentro de la Iglesia», donde «te das a ti mismo, ayudas a tu comunidad a crecer, convives con tus hermanos y creces en cuerpo y alma». La vida religiosa, destaca el religioso, «es una entrega plena a Cristo que, al igual que se dio por nosotros, nosotros nos damos a la Iglesia y a la sociedad: intentamos dar una luz de esperanza y una sonrisa»

Marilú Álvarez, consagrada del Regnum Christi, confiesa que su mayor fuente de alegría es Jesús, «y su presencia siempre fiel, en las buenas y en las malas», así como «el ver cómo toca la vida de las personas a través de mi vida, que es muy pobre y limitada». Marilú cuenta que siempre pensó en casarse, en tener hijos y en formar una familia, y la llamada del Señor «descontroló» totalmente su vida: «Entonces, le dije confío en ti y ya te encargarás Tú de darme la alegría de vivir y de hacerme feliz.

Manuel González López-Corps, sacerdote diocesano de Madrid, señala que «toda la vida de un presbítero está relacionada con Cristo y tiene una finalidad: los demás». Además, confiesa que vive el día a día «desde la Palabra de Dios, intentando llenarme de su presencia, sirviendo en la medida que buenamente puedo y comunicando la esperanza de Jesús». Predicar a Jesucristo, subraya, «es vivir como un discípulo». 

Paloma Fernández-Zarza, hermana de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, reconoce que es feliz en medio del temporal porque siempre que cayó sintió la mano del Maestro para levantarse: «Esa es la experiencia que me da alegría cada día». Y en medio de las dificultades, subraya la corazonista, «siento que Él es el camino, me tiende su mano y me ayuda a descrubrirle en los hermanos y en las situaciones que vivo». La alegría de seguir al Señor, asegura, «es ponerse a la escucha, mirarse menos el ombligo e intentar ver lo poco o mucho que puedo aportar desde la sencillez del día a día». 

Ángel Amigo García, sacerdote diocesano, asevera que su felicidad solamente tiene un nombre, y es Jesucristo: «Me lo ha dado todo y lo único que me ha quitado son mis miserias y mis pecados». Amigo, además, confiesa que el Señor le ha devuelto «la alegría, la paz y el consuelo», y lo descubre, día tras día, en la misericordia. «Donde más disfruto es el confesionario», reconoce, «y «ser canal de gracia del Señor es una alegría para salir cada día, con una sonrisa, a celebrar la Misa».

Ana Mª Ferradas González, sierva de San José, cuenta cómo Jesús le enseñó «a mirar a Nazaret, al mundo del trabajo y a la mujer trabajadora». Además, reconoce que haber vivido en otra cultura le ha abierto el horizonte «para poder valorar lo distinto, como hacía Jesús en sus encuentros con las personas». Detalle que agradece al Señor, «quien me hace feliz» y «de quien he aprendido a vivir cotidianamente la realidad que se nos presenta, las alegrías y las tristezas».

Guillermo Cruz, sacerdote diocesano y consiliario de la Hospitalidad de Lourdes, expone que la alegría de ser sacerdote –despues de 19 años– está en descubrir que, a pesar de su flaqueza, Dios le ha permitido ser testigo de su amor: «Sé que soy pequeño y pobre, pero el Señor, por su amor y su misericordia, me ha dado la fuerza para vivir alegre».

Luiza Almeida, consagrada del Regnum Christi, cuenta cómo «la experiencia de seguir de cerca al Señor» llena su vida de «sentido e ilusión», al haber descubierto «para qué me hizo el Señor y para qué me ha puesto en el mundo». Y hoy «soy muy, muy feliz en la vocación donde Él me llama» porque, por encima de todo, «el Señor nos da cien veces más de lo que nos pide».

Napoleón Ferrández, sacerdote diocesano, manifiesta cómo sigue alegre después de 15 años de entrega al Señor, porque «el sacerdocio es una relación con Él que, cada año que va pasando, es más estrecha y más fuerte».

Rocío Belén Pedroso, misionera cruzada de la Iglesia, destaca que «la felicidad de la vida consagrada está en dejarse amar por Dios». Un amor que le lleva a responderle que sí «a su invitación de seguirle lo más cerca que pueda a una humana criatura». Rocío subraya, de una manera especial, «la alegría de saberme amada y acompañada por Dios en todo momento».

Para promocionar esta iniciativa, la Delegación de Pastoral Vocacional de Madrid –en colaboración con Medios de Comunicación del Arzobispado de Madrid– ha elaborado un vídeo promocional con testimonios de sacerdotes, religiosos y religiosas donde manifiestan que la alegría de la vocación es el «sí» que cambió para siempre sus vidas

 El resto de vídeos se irán subiendo al canal de Youtube de la delegación de Pastoral Vocacional de Madrid.