Madrid

Martes, 16 octubre 2018 13:08

San Roque de Carabanchel acoge un encuentro internacional de Amigos de San Roque

San Roque de Carabanchel acoge un encuentro internacional de Amigos de San Roque

La parroquia de San Roque (c/Abolengo, 10), de Carabanchel, acogerá del 25 al 28 de octubre el I Encuentro Europeo de Amigos de San Roque que se celebra fuera de Roma. Más de 120 peregrinos procedentes de Italia -entre ellos, el hermano Costantino de Bellis, laico responsable de la Asociación Europea de Amigos de San Roque, y el arzobispo Domenico Sigalini, padre espiritual de dicha asociación- se darán cita en este evento, que se desarrollará con el siguiente programa:

Jueves 25

  • 17:00 horas. Recibimiento de la reliquia.
  • 17:30 horas. Procesión con la reliquia hasta la parroquia.
  • 18:00 horas. Rezo de vísperas.
  • 18:30 horas. Conferencia: San Roque entre nosotros. ¡Damos gracias a Dios!, por Juan Antonio Navarro, párroco de San Roque.
  • 19:15 horas. Veneración de la reliquia.

Viernes 26

  • 10:30 horas. Rezo de laudes.
  • 11:30 horas. Misa presidida por José Luis Méndez, delegado de Pastoral de la Salud.
  • 17:15 horas. Rosario meditado por jóvenes e imposición de la mantelina a los nuevos cofrades.
  • 18:15 horas. Rezo de vísperas con canto, pidiendo por los enfermos.
  • 20:00 horas, Conferencia: La santidad a la que nos llama hoy el Evangelio, por Francisco Pérez.

Sábado 27

  • 09:00 horas. Acogida de peregrinos.
  • 10:00 horas. Catequesis del Fratel Constantino de Bellís.
  • 11:00 horas. Eucaristía presidida por monseñor Jesús Vidal, obispo auxiliar de Madrid.
  • 13:00 horas. Almuerzo del peregrino.
  • 16:00 horas. Santo Rosario.
  • 17:00 horas. Procesión por las calles del barrio.
  • 18:30 horas. Súplica a san Roque, bendición con la reliquia y Te Deum.

Domingo 28

  • 11:00 horas. Misa.
  • 12:00 horas. Bendición con la reliquia.

Biografía

A finales del siglo XIII, el gobernador de Montpellier, Juan, y su esposa Libera, vasallos de Jaime II de Aragón, pedían a Dios instantemente premiase sus virtudes dando fruto de bendición a su nobilísima casa. Pero los años de infecundo matrimonio corrían arrebatando la esperanza de prole a la ya anciana Libera, cuando una noche el crucifijo ante el que oraba pareció dirigirle prodigiosamente alentadoras voces, y poco después un feliz suceso llenaba de regocijo la ciudad. La multitud corría al palacio del gobernador real, donde un inesperado natalicio aseguraba la sucesión a la estirpe de Juan y de Libera. El recién nacido mostraba en el pecho y en el hombro izquierdo una cruz rojiza en la piel, como grabada a fuego, signo de su maravilloso destino. Por la robustez del neófito, recibió en el bautismo el nombre de Roca, y por aquel signo misterioso que le adornaba pecho y espalda, el apellido de la Cruz.

Una predisposición natural para la virtud se reveló muy pronto en las costumbres del niño, hasta tal punto que parecía instruido de superior asistencia en la práctica del bien. A los doce años de edad perdió a su padre y a los veinte a su madre, quedando heredero de cuantiosas riquezas. Es posible que durante la mocedad virtuosa Roque habría frecuentado las aulas universitarias de Montpellier y se hubiera iniciado en la medicina. Apenas quedó libre y dueño de sí, aceptó la regla de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, y abrazó la virtud franciscana por excelencia: la pobreza. Vendió sus bienes y los dio a los pobres.

Del lado de allá de los Alpes empezaron a oírse en Montpellier gritos de angustia. La peste se cebaba en la capital del orbe católico y en las principales ciudades de Lombardía. En alas de la caridad, sale furtivamente de Montpellier, atraviesa por trochas y descaminos la Provenza para despistar posibles seguidores de su parentela y entra en Italia pobre y desconocido. Va al encuentro de la terrible enfermedad que despuebla el norte de Italia; hace de médico, de enfermero, de herbolario y de sepulturero. Hacía frente al contagio por todos sus flancos, ofrecía remedio heroico en todas las situaciones de la calamidad pública, derrochaba el bálsamo de la caridad en todos los dolores físicos y morales que la epidemia iba sembrando por todos los caminos. Así llega a una Roma sin Papas, que además de la peste, sufre la cautividad de Aviñón. Su virtud se pone a la altura de la tragedia, y su figura, como encarnación del consuelo y de agente de la misericordia divina, emergiendo a todas horas y en todas partes entre los apestados, cobra el prestigio sobrenatural de lo milagroso. Lo que no era más que caridad heroica, sin límites, aparece a los ojos de los enfermos como poder extraordinario de una fuerza taumatúrgica. La multitud, presa del pavor ante la muerte, aclama a Roque como a un demiurgo celeste que dispone de los poderes de Dios para abrir o cerrar los sepulcros. Y Roque, tan humilde como caritativo, huye de Roma, y cae en Plasencia, tan incógnito e indocumentado como tres años antes había entrado en Roma.

Acude al hospital y prosigue su actuación caritativa junto a las yacijas de los desamparados del mundo. En esta ciudad una llaga asquerosa apareció sobre su carne hasta entonces inmune al contacto de los apestados, y fue un apestado más, tan repelente y despreciado como los que él había arrancado de la segura muerte. Excluido primero del hospital y después hasta de los muros de Plasencia, se interna por el bosque en dirección de los Alpes. ¿Su alimento? Un lebrel cada mañana viene zalamero con un pan en la boca, y, hecho su presente, le lame la llaga de la pierna.

Roque vuelve a Montpellier a los ocho años de ausencia, desfigurado por la enfermedad, los trabajos y la penitencia. Nadie le reconoce ni se acuerda de su nombre. El país arde en guerras y alguien le denuncia como posible espía. El juez le interroga, desprecia su silencio y le manda a la cárcel pública. Allí, el alma de Roque consuma en silencio y en olvido su dejación absoluta en la voluntad divina, viviendo plenamente el «Solo Dios basta». A su muerte, alguien descubre su incógnito, corre la voz de que Roque el noble, el antiguo y generoso magnate ha vuelto a su ciudad y está muerto en la cárcel. Un grito unánime se oye por doquier: ¡Es el mismo! ¡Es el mismo! Los prodigios aparecen rápidamente, ya que Roque sigue haciendo muerto lo que hizo vivo: curar, sanar, purificar los aires mefíticos, expulsar las epidemias y disputar sus presas al dolor y a la muerte.

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