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Lunes, 05 noviembre 2018 14:15

El arzobispo a los jóvenes de Madrid: «Cuando adoramos a Dios, tenemos que ver en el otro un hermano»

A pesar del frío de la noche y del cansancio acumulado durante la semana, el pasado viernes, 2 de noviembre, la catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió, una vez más, la tradicional vigilia de jóvenes Adoremus.

Pocos días después de volver de Roma, donde ha estado casi un mes participando en el Sínodo de los obispos dedicado precisamente a los jóvenes, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, presidió este encuentro, congregado a la luz de tres palabras «que quisiera que entrasen en vuestro corazón» porque «son las palabras que nos ha dicho el Señor»: escuchar, adorar y comunicar.

«Para escuchar, hay que vaciarse y llenarse de Dios»

Con el Evangelio en la mano, el purpurado subrayó que Jesús «cita un texto que todos los judíos conocían de memoria: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”». En este sentido, «la palabra “todo”, colocada cuatro veces en expresiones casi iguales, expresa la radicalidad de ese escuchar». Para escuchar, destacó, «hay que vaciarse».

Y para entenderlo, expuso un paralelismo con la vida de todos los jóvenes presentes: «Cuántas veces en nuestra vida estamos llenos de cosas y no podemos escuchar, ni a los demás ni a Dios». En esa necesidad de desocuparse por dentro, expuso que «estamos demasiado atosigados por presiones y actividades que aprisionan nuestra vida, llenos de asuntos pendientes y de llamadas», pero, a veces, «no las escuchamos». Y para escuchar, repitió, «hay que vaciarse y llenarse de aquello que es importante».

En ese deseo de que los jóvenes presentes se descubriesen y sintiesen aquello que realmente los hace felices, tanto con ellos mismos como con los demás, el arzobispo de Madrid les recordó que «para tener a Dios y a los demás en nuestra vida, es necesario escuchar».  «Dejemos que hoy entre Jesucristo en nuestra vida, aunque sea por unos momentos» y «que sintamos la diferencia» cuando escuchamos para, después, «recuperar la experiencia interior de Dios».

Para abrazar este misterio, «es necesario adorar», dijo el cardenal en su prédica. «Seamos capaces de adorar a Dios. Adoremos al Señor. Es como si Jesús nos quisiera decir: "amad con todas las fuerzas a Dios, entrad y vivid dentro de Él"». Y mirando a los ojos de los jóvenes, insistió en que «Dios os ama entrañablemente, con un amor que no se puede comparar con nada». Y eso es lo primero de todo: «experimentar ese amor, adorando al Señor». Porque «cuando adoramos a Dios, tenemos que ver en el otro un hermano, alguien del cual me tengo que ocupar». No hay «adoración a Dios verdadera», sostuvo, «si yo no descubro en el otro un hermano». Y, al mismo tiempo, «no descubro en el otro a un hermano de verdad si no adoro a Dios con todas las consecuencias».

«Amad con todas las fuerzas»

Además, el arzobispo los alentó a comunicar a todos los hombres y a esta sociedad lo que escribió el Señor –con su propia vida– en cada página del Evangelio: «Amarás al Señor con todo el corazón, con toda tu mente y con todo tu ser, pero eso lo demostrarás si amas al prójimo como a ti mismo», ya que «si amas al prójimo como a ti mismo, te remitirá a Dios». Jesús «nos dice: amad con todas las fuerzas», tanto a Dios «dentro del cual vivís» como a los demás «con el mismo amor», ya que «eso es lo primero de todo».

Frente un silencio donde podía sentirse la respiración de cada uno los jóvenes allí reunidos, el purpurado anunció que «mientras no alcancemos este amor del Señor, no habremos descubierto el gozo del Evangelio». Pero vosotros, concluyó, convirtiéndolos en los verdaderos protagonistas de la oración, «sí que lo queréis descubrir» y, por eso, «esta noche estáis aquí y lo queréis hacer en comunión de unos con otros, y no de cualquier manera, sino mirando a nuestro Señor, escuchando y adorando para comunicar este amor de Dios a todos los hombres».