«No os podéis imaginar qué contento estoy desde esta mañana, que ya empecé a rezar por vosotros». El cardenal Carlos Osoro confesó su emoción en la Eucaristía del pasado viernes, 29 de mayo, en la que fueron instituidos en los ministerios laicales del lectorado y el acolitado doce seminaristas –diez del Seminario Conciliar de Madrid y dos del Instituto Secular Stabat Mater–.
El cardenal ligó la alegría por el reencuentro con los seminaristas después de los meses de confinamiento al salmo 102: «Bendice al Señor, alma mía». «Los que estamos aquí no estamos por pura casualidad ni por una decisión personal; nos invitó el Señor a realizar una tarea». Y aseguró que era un «día precioso» de finales de mayo en el que la Virgen María está tan presente y en el que el Señor se acerca «a vosotros para regalaros un ministerio especial que os ayude a fraguar vuestra vida para ser futuros sacerdotes».
Tres expresiones utilizó el arzobispo para resumir la Palabra proclamada: «sed noticia, dejaos conquistar el corazón y realizad la misión». Pablo, explicó aludiendo a los Hechos de los Apóstoles, fue noticia sobre todo por «cómo mostraba con su propia vida la cercanía que tenía con Nuestro Señor Jesucristo». «Hoy se necesitan más que nunca –recordó a los seminaristas– hombres, mujeres, que anuncien explícitamente a Nuestro Señor Jesucristo […] Estáis llamados para dar la noticia de Jesucristo».
«Estar entre la gente»
Al igual que Jesús le preguntó a Pedro si le amaba, también hoy lo sigue haciendo a «cada uno de nosotros». «Para ser noticia hay que dejarse conquistar el corazón por Cristo», que con su «apacienta» está diciendo «cuida, dales de comer, ayúdalos, dales la mano, fortalécelos, entrégales lo más necesario; el sacerdote es esto, que el Señor no elija para esto». Todo ello, hablando a las gentes en un lenguaje que todos entienden, «el del amor mismo de Dios».
«Vais a ser sacerdotes, estáis para estar entre la gente; esa es la vocación a la que os llama el Señor», les recordó el purpurado, y los animó a estudiar no solo para saber más, que también, sino a, como dice San Agustín, «hacer un estudio de la Teología de rodillas para dejarnos conquistar el corazón, porque seremos muy sabios pero no seremos noticia».
Por estos ministerios, el lector queda instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura pero no el Evangelio, y el acólito, para ayudar al diácono y prestar su servicio en el altar y en las funciones litúrgicas.