Aquí no manda el cura - Alfa y Omega

Aquí no manda el cura

La envoltura de la parroquia del joven barrio de Las Rosas de Madrid, un barracón en un descampado, esconde una propuesta donde los laicos son tan importantes como los sacerdotes. Vivo ejemplo de la comunidad Adsis a quien se encomendó la parroquia, formada por dos sacerdotes, una familia con tres hijos y una célibe que comparten techo, bienes y misión

Fran Otero
La capilla de la comunidad. Miquel Corominas, el párroco, segundo por la izquierda; Mari Mar López, sexta por la izquierda, y Solimer Castro, quinta por la derecha. Foto: Parroquia Nuestra Señora de Las Rosas

Las Rosas es un barrio de Madrid que parece desafiar todo lo que tiene alrededor. Es un barrio nuevo y de clase media y alta –el que cobija al nuevo estadio del Atlético de Madrid–, rodeado por otros más antiguos y empobrecidos, entre los que asoma la cabeza el de San Blas, que da nombre al distrito que los agrupa. Cuenta, además, con un vecindario muy joven, donde predominan las familias con niños y a los que se han sumado en los últimos tiempos algunos mayores que buscan la tranquilidad que no les da el centro o estar cerca de sus hijos. Pero no solo el barrio desafía el statu quo, también lo hace la parroquia que habita en él, la de Nuestra Señora de Las Rosas, que llegó a la zona cuando gran parte del terreno era descampado. En uno de los que quedan, en un humilde barracón, se hace presente la Iglesia en una comunidad que, a su vez, guía otra comunidad, perteneciente al movimiento Adsis, cuyo núcleo forman dos sacerdotes, una familia y una célibe que viven juntos y comparten vida y proyecto. La comunidad se completa con una mujer que pertenece a ella a todos los efectos, pero no vive en la casa. Y luego están los asociados, vinculados también a la comunidad.

Grupo de formación de adultos. Los adultos también encuentran su lugar en la parroquia. Muchos padres tienen grupos de catequesis paralelos a los de sus hijos. Otros, tienen sus propios grupos de fe. Foto: Parroquia Nuestra Señora de Las Rosas

Que la parroquia esté encomendada a Adsis le imprime un sello especial que se pone de manifiesto en la participación de todos los fieles, independientemente del estilo de vida que hayan elegido. «La vocación de todos los cristianos es lo primero y a lo que damos más valor. Así, no cabe aquello de “el colaborador del cura” o “el cura me deja hacer”… No es un laico clericalizado, ni le usamos para hacer cosas», explica Miquel Corominas, el párroco. De hecho, los distintos equipos, entre ellos los de catequesis, están liderados por fieles de la parroquia. Incluso se han creado grupos a petición de los laicos, que ellos mismos gestionan, como el de refugiados, con diez o doce personas, y que acoge desde hace más de un año a una familia siria. «La gente valora mucho que los laicos tengan un papel importante y puedan estar al mismo nivel que el sacerdote», añade Mari Mar López, la mujer célibe de la comunidad.

Lo que sucede en la parroquia, al fin y al cabo, es reflejo de la vida comunitaria de quienes están en primera línea. En casa son ocho –dos sacerdotes, un matrimonio con sus tres niños y una mujer célibe– y cada uno tiene un ministerio. Ninguno de los importantes –el responsable de la comunidad, la ecónoma o la encargada de animar la pastoral– recae en el sacerdote. «Hay mucha gente que se extraña por que el cura no sea el responsable», añade Corominas.

En la comunidad nadie es más que otro. Todos comparten la vocación carismática de Adsis. Y en todos ellos, la forma de vida llegó después de hacer la opción por la comunidad y por la fraternidad. Así lo explica Solimar Castro, la madre de familia: «Cuando hice la opción definitiva por Adsis no conocía a mi marido y en esos momento me inclinaba más hacia el celibato. Lo que definimos primero es la vocación y luego el estado de vida». Miquel Corominas, por su parte, descubrió la vocación sacerdotal cuando ya vivía en comunidad. Igual que Mari Mar, que se involucró definitivamente en el movimiento en 1997, pero no tomó opción por el celibato hasta el 2003.

Programa de alfabetización para migrantes. A pesar de que el barrio es de clase media y el foco de la comunidad está en los jóvenes, la actividad caritativa y social también está presente. Foto: Parroquia Nuestra Señora de Las Rosas

Como hermanos, lo comparten todo, también los bienes que ganan con su trabajo. «Esto es una de las cosas que más choca en la sociedad. Compartimos bienes y necesidades y, por lo tanto, gracias a que vivimos en comunidad somos capaces de resolver necesidades que solos no podríamos», afirma Solimar.

Tanto en la comunidad como en la parroquia están centrados, por la configuración del barrio, en uno de los dos pilares de Adsis: los jóvenes. Así se explica la interesante propuesta de crecimiento en la fe que se ofrece a los que llegan a la parroquia, un proyecto que se extiende durante 20 años. Cuentan con una propuesta ambiciosa y exigente que cada año recibe más demanda. Por ejemplo, en la catequesis de Comunión agotan todas las plazas cada año, y eso que los padres están obligados a asistir a una sesión paralela a la de sus hijos. «Cuando traen a sus niños, ellos también se quedan y tratan el mismo tema con un catequista de adultos. Al final, alguno que venía a regañadientes se queda en la parroquia y otros que se van lo hacen sorprendidos positivamente», explica el párroco.

Grupo de jóvenes educadores de poscomunión. La parroquia tiene un proyecto ambicioso de formación de niños y jóvenes que se extiende durante 20 años. Foto: Parroquia Nuestra Señora de Las Rosas

Propuesta para toda la vida

Especialmente interesantes son los grupos de poscomunión, que se extienden durante cinco años, una de las etapas más complicadas para retener a los chavales. En Las Rosas se abren cada año tres grupos con 12 o 13 personas que desembocan en grupos de jóvenes y que se atienden gracias a 14 acompañantes con los que cuenta la parroquia. «Seguimos los materiales de Adsis, Jóvenes y Dios, que no están enfocados a hacer la Confirmación, que ya se hará, sino a que el joven vaya creciendo en la fe», apunta Solimar, muchos años responsable de los jóvenes.

Para ofrecer la mejor atención, trabajan mucho con los catequistas de jóvenes, porque, añade, «uno transmite lo que cree», y por eso es importante que tengan su grupo de fe. La acogida, el acompañamiento, la personalización de niños, jóvenes y padres también es vital, explica Corominas: «Tenemos que hablar con unos y con otros, hacernos los encontradizos, cuidar a las personas y escucharlas. Se trata de hacer ver a todos los que vienen a la parroquia que tienen un valor y una vocación».

Aunque el otro pilar de Adsis, los pobres, no está tan acentuado en esta parroquia por su propio entorno, sí existe una especial compromiso y sensibilidad social. Muchos jóvenes de la parroquia acuden cada semana a dar clases de apoyo, de alfabetización o son voluntarios en los servicios de Cáritas en el limítrofe y deprimido barrio de San Blas. Además, participan en diferentes campos de trabajo durante el verano atendiendo a personas enfermas de sida, a ancianos o a personas con discapacidad. Del mismo modo, adultos y jóvenes colaboran con Baroké, un proyecto de ayuda a población migrante gestionado por Adsis, y con el citado programa de la parroquia de ayuda a los refugiados. Todo esto se complementa con cuatro o cinco acciones al año que buscan recaudar fondos para distintos proyectos.

«No somos compañeros de piso»

Reconoce Solimar Castro que a mucha gente le llama la atención que su marido, sus tres hijos y ella vivan con dos curas y una célibe. Pero para ella esta circunstancia es una de las cosas que más le atrajo de Adsis siempre: que en una época donde muchas relaciones están basadas en el interés, encontrar un lugar donde domina la fraternidad. Y que, además de afectos, todos comparten un proyecto común. «Es más que ser compañeros de piso, es algo más. Y una riqueza, pues nosotros tenemos nuestros momentos solos como familia, tenemos nuestros momentos como pareja, y luego también momentos con los demás en los que compartimos inquietudes, hablamos de la parroquia y de los jóvenes, nos alimentamos y cuidamos…». A los niños no les supone ningún problema vivir así. «Ellos tienen su espacio, otros adultos con los que se relacionan. Es una interacción que les hace crecer y los ayuda en el día a día. Ven normal vivir así. De hecho, se sorprendieron cuando se dieron cuenta de que los demás niños no vivían de esta forma», añade Solimar. A veces los chicos comentan con sus compañeros la situación, según narra Miquel Corominas: «Le dicen que viven con dos curas y les preguntan si ellos no tienen [sacerdotes en casa]». Para Mari Mar López esta vida comunitaria puede ser significativa para mucha gente pues gracias al proyecto de la parroquia «se pueden generar interrogantes, que jóvenes puedan venir a compartir nuestro estilo de vida…».