75 años montando el belén - Alfa y Omega

75 años montando el belén

En el belén de Sol, de la Asociación de Belenistas de Madrid, hay un hospital porque «Jesús nace en las circunstancias que vivimos»

Begoña Aragoneses
«Aquella noche, José acompañó, acarició y cuidó como cualquier esposo y padre», imagina Montserrat Ribes. Foto: Comunidad de Madrid

Eugeni Barandalla nunca imaginó que en un año tan complicado como este, en el que la Asociación de Belenistas de Madrid que él preside celebra sus 75 años de vida de vida, le encargaran «tantos o más belenes que el año pasado». Con menos actos conmemorativos de los previstos, han montado sin embargo 15 belenes repartidos por toda la ciudad. Entre ellos, el de la Comunidad de Madrid –de manera excepcional en plena puerta del Sol–, el del Ayuntamiento y varios en juntas municipales de distrito.

El belén es una misma historia contada de tantas maneras casi como personas, en un aquí y ahora concreto. De ahí el hospital que se ha incorporado en el de Sol, y que responde a esto que recuerda Montserrat Ribes, escultora artesana que se estrena en este montaje con cuatro de las ocho escenas principales: «Jesús nace cada año, y lo hace en las circunstancias que estamos viviendo». Es un guiño a los sanitarios, añade Barandalla, pero a la vez es poner el dolor que está causando la pandemia junto al portal. «Dios, que cura», sentencia el belenista.

No las tenían todas consigo en la asociación, pero resultó que a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, «le encantó» este proyecto. Se lo presentaron hace meses porque en realidad para los belenistas siempre es Navidad. Diseñan en papel una escenografía y a partir de ahí comienzan a trabajar. Este año, en los talleres, en turnos de dos o tres personas por seguridad, y el resto de belenistas, en casa. En el de Sol han participado unas 100 personas, y lo ha montado un equipo de 20 previo test de antígenos. «El Niño Jesús nos ha protegido» porque no ha habido ningún contagio, se alegra Barandalla.

Las otras cuatro escenas son de José Luis Mayo –incluido el Nacimiento–, cuya hija, María, participó recientemente en un encuentro virtual sobre el belén organizado por la Delegación de Cultura de la diócesis de Getafe. Junto a Antonio Basanta, doctor en Literatura Hispánica por la UCM, desgranaron las claves de una tradición que, en palabras de este último, es «un homenaje perpetuo al amor». «Es la gran oración» para cada día, un «Evangelio vivo» como diría el Papa Francisco.

El belén de Sol mide 80 m2 y tiene 235 figuras, 1.500 kilos de corcho, 500 litros de agua y 600 kilos de arena y piedras. Foto: Efe / Mariscal

Elementos de la tradición

Los orígenes del belén hay que buscarlos en la institución de la celebración de la Natividad en torno a las reliquias de la cuna de Jesús que santa Elena rescató de Tierra Santa, y una vez que el Concilio de Nicea (325) dejó establecido que Jesús es Dios. Aunque quien lo impulsó definitivamente fue san Francisco de Asís el 24 de diciembre de 1223: esa noche monta en una cueva un pequeño belén viviente al que incorpora un buey y una mula reales –que remiten a la profecía de Isaías– y deposita sobre una especie de pesebre una talla del Niño Jesús. De repente, la figura se convirtió en niño y empezó a llorar. San Francisco lo acunó y lo durmió.

Poco a poco al belén se incorporan elementos de los evangelios apócrifos o de la tradición, como la vara de san José florida a imagen de la elección milagrosa del patriarca como esposo de la Virgen, o las escenas de las jornaditas de Belén, que representan el sufrimiento del viaje y la búsqueda de posada. O incluso adaptaciones de experiencias místicas de santos, como modelar a la Virgen de rodillas, reflejo de las visiones de santa Brígida de Suecia.

A América llegó el primer belén a principios del siglo XVI de manos de un marinero que lo adquirió en Triana (Sevilla) antes de embarcar; su expansión en Europa central y Asia corrió a cargo de teatinos y jesuitas; y, en el siglo XVIII, el gran arquetipo de belén es el napolitano, que rebaja el tamaño de las figuras, las hace articuladas y reproduce costumbres y tradiciones de la época.

El hospital está compuesto por cuatro construcciones llenas de detalles: mascarillas, parihuelas, sábanas, pañitos… Foto: Efe / Mariscal

Figuritas, patrimonio familiar

En el siglo XIX, el belén, que hasta entonces había tenido desarrollo eclesiástico o palaciego, se introduce en los hogares. Además de los pastores y los Reyes Magos, aparecen los personajes rurales como el molinero o piezas como el puente, el pozo o el río. Además, se identifican materiales con elementos, como las montañas de corcho o las praderas de musgo, y entran en juego tradiciones como poner al Niño al regreso de la Misa del Gallo o incorporar una tortuga o un caracol en el portal el mismo día 24 por entender que serían los últimos animales en llegar.

«Alrededor de las figuras de belén se viven tantas emociones en una casa… Ellas forman parte del patrimonio sentimental de una familia», describe Ribes, que busca en sus diseños «que plasmen algo que la gente reconozca como suyo», porque «los sentimientos no varían» a lo largo de los siglos. «Me gusta hacer figuritas que cuando las mires puedas notar un pellizquito en el corazón», que además están «contando su historia dentro de la gran historia que es el nacimiento de Jesús». Concluye animando a poner un belén en casa. «Este año es casi una necesidad tener algo que nos aporte un poquito de esperanza», porque cualquier «nacimiento de un niño es una esperanza en el futuro».