El dominico filipino que desarrolla una vacuna barata: «Vale la pena» - Alfa y Omega

El dominico filipino que desarrolla una vacuna barata: «Vale la pena»

Nicanor Austriaco trabaja en una vacuna fácil de producir, almacenar y distribuir en países pobres. «Solo Dios sabe» si tendrá éxito

María Martínez López
En su laboratorio de Ciencias Biológicas de la Universidad de Santo Tomás. Foto ccedida por Nicanor Austriaco

Se conocen las vacunas de ARN mensajero, con virus atenuados, con adenovirus como vehículo… pero ¿cómo funcionaría una vacuna de levadura como la suya?
Ya existen y están disponibles levaduras probióticas aprobadas para consumo humano. Una de ellas es la del hongo Saccharomyces boulardii, que se puede comprar en farmacias y está relacionada con la que se utiliza para hacer pan y cerveza, la Saccharomyces cerevisiae. Mis alumnos de investigación y yo la estamos modificando genéticamente para que, al ingerirla, segregue la proteína de la espícula del SARS-CoV2, lo que debería desencadenar una respuesta inmunitaria. Este vehículo se ha probado en animales y hay unos pocos estudios que sugieren que sirve para estimular la respuesta inmune. Nunca se ha probado en humanos. Si el nuestro funciona en modelos animales, pediremos permiso para hacer ensayos clínicos en Filipinas. Pero en este momento solo Dios sabe si ocurrirá.

¿En qué momento están ahora?
De momento estamos construyendo el vehículo con la levadura, lo que puede tardar varios meses. Luego lo probaremos en ratones, que también llevará varios meses. Únicamente después de estos pasos podríamos considerar iniciar ensayos clínicos en humanos.

Ese es precisamente uno de los mayores obstáculos en el desarrollo de vacunas, tener que producir muchas dosis para los ensayos. Usted trabaja en dos universidades pequeñas y está investigando en un país con pocos recursos. ¿Tiene algún plan?
Preparar dosis de levadura no es difícil. Se le podría pedir a alguna fábrica local que la produzca para panadería que prepare toneladas, y luego empaquetarla. O, como alternativa, podríamos producirla en esas fábricas y luego convertirla en pastillas. Como la levadura crece muy rápido, producir litros y litros no será un desafío. ¡Y también es barato!

Esa facilidad de producirla de forma barata sería la mayor ventaja de esta vacuna, ¿no?
Sí. Podemos imaginar una cadena de suministro similar a ir al supermercado a comprar levadura para hacer pan. Pero creo que, aun así, solo debería estar disponible mediante prescripción médica. Decidí intentar desarrollarla al descubrir que muchas de las vacunas disponibles iban a ser difíciles de almacenar en Filipinas y sus más de 7.000 islas. Si este vehículo basado en la levadura tiene éxito, podríamos producirla en masa y empaquetarla suelta o en pastillas que no necesitan refrigeración, y transportarla y almacenarla a temperatura ambiente. Y los filipinos las podrían consumir sin necesidad de médicos, enfermeras o inyecciones; aunque sí con receta.

Sinceramente, cuesta creerlo.
Es una idea un poco loca, lo sé, pero según la ciencia en principio es factible. Y vale la pena intentarlo por la gente. No tiene que ser tan buena como otras vacunas. Mi objetivo es que baste para evitar ingresos y casos graves. Aspiro a transformar la COVID-19 en un catarro común. Eso sería suficiente en Filipinas.

Sería una alternativa a las vacunas más usadas en países en desarrollo, como las de adenovirus. Dado que son estas las que se producen con las líneas celulares derivadas de fetos abortados, este descubrimiento puede tener también implicaciones éticas importantes. ¿Hay interés en instituciones católicas por apoyarlo?
Nuestro sistema no tiene reparos éticos, claro. Aunque en este momento no estamos buscando patrocinadores. Un proyecto así es relativamente asequible y Dios nos ha provisto de la financiación necesaria para desarrollarlo y probarlo.

¿Cuál es la situación en su país en relación a la compra de vacunas y su distribución?
Como muchos países con pocos recursos, Filipinas está teniendo dificultades con el limitado abastecimiento global de vacunas. Sin embargo, poco a poco estamos construyendo una cartera de vacunas de todo el mundo. Hay iniciativas nacionales y locales para el despliegue. Estoy en varios de esos grupos de trabajo y, de hecho, el mayor desafío es el manejo de datos. Es un reto tener localizadas a millones de personas para asegurarse de que reciben la segunda dosis de la vacuna adecuada en el momento preciso, pues mucha de esa gente no tiene teléfonos inteligentes o dispositivos similares.

Estoy particularmente orgulloso de que Filipinas haya priorizado a los más pobres de los pobres en nuestra campaña de vacunación. Aunque esto supone desafíos añadidos. Por ejemplo, no sabemos dónde viven. Así que hay que hacer un censo para identificarlos y hacer un seguimiento durante el proceso de vacunación para asegurarnos de que no sufren efectos secundarios.

¿Cree que las iniciativas puestas en marcha, como el Compromiso de Mercado Avanzado de COVAX (en el que se incluye Filipinas) son suficientes para garantizar el acceso universal a la misma?
Estoy agradecido por que COVAX esté haciendo lo que puede para asegurarse de que los países más pobres tienen suficientes vacunas para las personas de riesgo. Sin embargo, todavía no hay suficientes. Es una tragedia moral que países ricos en recursos hayan acaparado el suministro de vacunas y que en algunos como Israel, que ha dicho que acabará en el segundo trimestre, se vaya a vacunar a jóvenes sanos antes que a nuestros ancianos. Como sacerdote, soy consciente de que la naturaleza humana está herida. Y este es uno de esos momentos en los que ves esa herida que te centra solo en tus necesidades como país, sin ver las necesidades del resto del mundo.

Si los países pobres no son capaces de controlar la pandemia, surgirán en ellos variantes del virus que se escaparán a la inmunidad que proporcionan las vacunas que se usen en los países ricos, y estos entrarán otra vez en modo pandemia. La gente se olvida de que el virus no reconoce las fronteras. Nos hemos infectado juntos, así que deberíamos curarnos juntos para acabar con esta pandemia global.

Bio

Su estancia en el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés) supuso para Nicanor Austriaco un doctorado en Biología y una revitalización de su fe, que en 1997 le llevó a la Orden de Predicadores. Se doctoró en Teología en Friburgo. Es profesor en la Universidad de Providence (Rhode Island, EE. UU.) e investiga en la de Santo Tomás, en Manila, ambas de los dominicos.