La muerte indigna - Alfa y Omega

Se describe la eutanasia como una muerte buena y apacible, pero ¿se puede afirmar que realmente es una alternativa humana y digna? En los países que han aprobado la eutanasia como opción legal se han incluido los casos de enfermos mentales con un dolor psíquico obstinado e irreversible. En 2018, Aurelia Brouwers, una holandesa de 29 años, acabó con su vida ingiriendo una sustancia letal que le facilitaron los médicos. Se le había diagnosticado depresión y trastorno límite de la personalidad. Ese mismo año, otras 82 personas con patologías similares pusieron fin a su existencia aprovechando la legislación holandesa sobre la eutanasia. Solo cabe interpretar esta noticia como un triunfo del nihilismo y la lógica del descarte.

El caso de Aureli Brouwers plantea varios problemas éticos. En primer lugar, ¿se puede afirmar con certeza que las personas afectadas por esos trastornos pueden elegir libremente? ¿Acaso los impulsos autodestructivos no son uno de los síntomas de esas enfermedades? Si se trata de trastornos incapacitantes, ¿no es una incoherencia decir que el afectado está capacitado para solicitar el suicidio asistido? En segundo lugar, ¿se trata de patologías realmente irreversibles? ¿No es posible una mejoría que restablezca el deseo de vivir?

Pido excusas por utilizar mi experiencia personal como argumento, pero yo pasé por un infierno parecido al de Brouwers. Con un diagnóstico semejante, los médicos casi me desahuciaron, descartando la posibilidad de una mejoría. Corría el año 2012. Si en esas fechas me hubieran dado la oportunidad de morir de forma incruenta, no lo habría pensado dos veces y hoy no estaría escribiendo estas líneas. Sin embargo, el afecto de mi mujer, mi amor a la literatura y el regreso a la fe, desmontaron las previsiones de los psiquiatras. Desde entonces, he publicado más de 600 artículos y tres libros. Actualmente, gozo de buena salud y la vida me parece el don más preciado. ¿Se equivocaron los especialistas con su diagnóstico? No soy capaz de responder, pero sí me atrevo a asegurar que abrir la puerta de la eutanasia a la enfermedad mental es un gravísimo error moral.

La eutanasia devalúa el valor de la vida, convirtiendo la muerte en un incidente banal. Poco a poco, se multiplican las causas por las que puede aplicarse hasta aceptar incluso la fatiga vital. El verdadero reto es mitigar el dolor y acompañar al que sufre. Todo lo que no vaya en esa dirección nos conduce a un escenario de deshumanización e indignidad.