Así extingue la Iglesia el dolor provocado por el fuego - Alfa y Omega

Así extingue la Iglesia el dolor provocado por el fuego

Cercanía espiritual y material, ayudas económicas de Cáritas, parroquias y locales diocesanos… Todo está a disposición de las víctimas de los incendios y de quienes luchan contra ellos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un bombero llora ante el incendio que se llevó la vida de Daniel Muñoz. Foto: Europa Press / Emilio Fraile.

«Todas mis parroquias han ardido», afirma al otro lado del teléfono Santiago Fernández, párroco de Ferreras de Abajo y de varios pueblos de alrededor afectados por los incendios que han asolado estos días la provincia de Zamora. A Santiago le ha tocado un triste cometido: acompañar a la familia y a los vecinos de Daniel Muñoz, un brigadista de 62 años que trabajaba en la extinción del incendio de Losacio y que murió acorralado por el fuego. «Son días de mucho sufrimiento», reconoce, pues «este es un pueblo pequeño en el que nos conocemos todos», y aquí Miguel «era un vecino muy apreciado». El párroco ha dado la Primera Comunión y la Confirmación a sus dos hijas, y a alguno de sus compañeros en la cuadrilla de extinción del fuego «le he tenido en catequesis».

En este pueblo, como en tantos otros en España, «todos constituimos una red de apoyo para la familia cuando pasan cosas así. Es difícil distinguir quién es el vecino y quién es el feligrés, porque la Iglesia no es solo el cura: también lo son las vecinas que están pendientes de su mujer estos días, por ejemplo. Es una red eclesial y vecinal al mismo tiempo. Todos nos conocemos y nos ayudamos, el dolor está siendo muy compartido».Tanto es así que cuando se permitió a los vecinos volver a sus casas tras ser evacuados por la cercanía de las llamas, «muchos decidieron desplazarse 50 kilómetros, hasta Zamora, para estar cerca de la familia en el tanatorio. Son gente muy buena y de mucha fe».

El párroco con los vecinos de Ferreras de Abajo en la ermita, tras el paso del fuego. Foto: Diócesis de Plasencia.

El de Santiago es quizá el ejemplo más doloroso del acompañamiento que está realizando estos días la Iglesia en toda España, pero no es el único. Las diócesis de las provincias más dañadas han ofrecido su oración y cercanía a los más afectados, y también sus recursos a los evacuados y a los bomberos. Así, los obispos de las diócesis de Aragón han puesto a disposición de los efectivos de extinción de incendios iglesias, centros de Cáritas y dependencias parroquiales. Concretamente, los sacerdotes de la diócesis de Tarazona están colaborando con Cruz Roja, Policía Local y Nacional, Guardia Civil y Protección Civil para ubicar a los vecinos, y han ofrecido sus iglesias para acogerlos, a ellos y a cualquiera que necesite su ayuda material y espiritual.

También en Lugo, los párrocos de las zonas incendiadas están viviendo estos momentos junto a los vecinos, y el obispo diocesano, Alfonso Carrasco, ha puesto a disposición de las autoridades también los recursos de Cáritas y de sus instituciones diocesanas. Además de todo este apoyo, las diócesis de Astorga y de Zamora han abierto sendas cuentas bancarias para hacer una colecta con destino a la labor de ayuda que ya está prestando Cáritas. Todo ello muestra la cercanía de la Iglesia en estos días: la de obispos, sacerdotes y laicos. Hasta la Secretaría de Estado del Vaticano se ha puesto en contacto con el obispo de Zamora, Fernando Valera, para pedirle información sobre los incendios que están arrasando la provincia para trasladársela al Papa Francisco.

«Ahora es el momento de estar y de escuchar», subraya Santiago Fernández, una labor que es compartida hoy por todos, pues familias que hace unos días fueron evacuadas por el fuego, tras volver al pueblo han acogido en su casa a familias de pueblos vecinos.

Una partida y un refresco

Varios cientos de kilómetros al sur, en la provincia de Cáceres, el paisaje es negro y de color ceniza: por todas partes huele a humo y ya no se oye a los pájaros cantar en las ramas de los árboles. Es una paz extraña tras varios días en los que las llamas han cambiado la vida de tanta gente en tan poco tiempo. «Aquí la mayoría son jubilados. Haber sido evacuados ha sido muy difícil para ellos, por tener que ir a un lugar extraño y por no saber qué es lo que iban a encontrarse al volver», asegura Elie Mputu, un sacerdote de origen congoleño que tiene asignados varios pueblos de la zona. En estos días ha tenido que acompañar a un grupo de vecinos a Navalmoral y a otro a Almaraz, donde fueron acogidos de urgencia. «He estado con ellos, escuchando sus preocupaciones. He intentado ofrecer palabras de consuelo, dando gracias a Dios porque aquí no ha habido víctimas mortales. Y, más que palabras, he tratado de estar con la gente, jugar una partida a las cartas y tomar un refresco con ellos. Lo agradecen mucho», afirma.

Eucaristía en el pabellón de Navalmoral con los evacuados. Foto cedida por Santiago Fernández.

En Navalmoral coincidió con el párroco, Leopoldo Hueso, que ve la otra cara de la moneda: la de la acogida. En la Misa que presidió el pasado domingo junto a Mputu en el pabellón local, comentó las lecturas bíblicas de cómo Abrahán hospedó a tres hombres en Mambré, y cómo recibieron Marta y María a Jesús en su casa. «Fue providencial —reconoce—, y me dio la oportunidad de recordar que debemos dar las gracias a Dios por este don: Él nos da personas dispuestas a dar lo mejor para acoger a quienes pasan dificultades; y desde el otro lado también es un regalo tener un corazón grande para acoger a los demás».

Mientras, hay zonas en las que el fuego ya ha pasado, como en ese tercio de la sierra de la Culebra que se quemó hace unas semanas y ya no puede hacerlo más porque no queda nada por arder. Para Marcelino Gutiérrez, párroco de Mahide, «esto era la crónica de una muerte anunciada, porque aquí la Junta no cuida los montes ni desbroza los cortafuegos cuando hay que hacerlo, en invierno. Eso es pasto para el fuego».Es otra voz más que nace de la Iglesia, la profética, que pide un cuidado de la casa común que no ponga en riesgo ni la vida ni el entorno de sus habitantes.