Casa de Belén: un oasis para niños enfermos - Alfa y Omega

Casa de Belén: un oasis para niños enfermos

Las Hijas de la Caridad atienden una casa de niños enfermos tutelados en Ciudad Lineal, haciendo vida su «servicio a Cristo en los pobres»

Begoña Aragoneses
La Casa de Belén acoge a menores de 0 a 6 años. Foto: Begoña Aragoneses.

Lo primero que uno ve cuando entra en la Casa de Belén es la sonrisa de la Virgen María en una talla que preside el recibidor. Después, la de sor Margarita y sor Joaquina, hijas de la Caridad. El edificio, un chalecito de dos plantas, es un oasis en medio de Ciudad Lineal en el que viven actualmente ocho niños que atienden las hermanas —hay sitio para diez— con enfermedades muy graves. «Orgánicas limitantes», especifica sor Margarita, lo que significa que la mayoría comen por sonda, no pueden andar ni hablar… Tres de ellos están con cuidados paliativos , que reciben del Hospital Niño Jesús, y todos son menores tutelados por la Comunidad de Madrid: el más pequeño tiene 5 meses y la mayor está a punto de cumplir los 7 años.

Más de 25 años llevan las Hijas de la Caridad con esta labor que surgió de un convenio con la Administración para atender a niños con sida que «abandonaban al nacer», cuenta sor Joaquina. Ahora que el VIH ya no es mortal, se actualizó el proyecto para atender a menores con discapacidad. El tiempo que permanecen en la casa depende de las medidas de tutela. «Algunos salen antes porque hay reintegración familiar, acogimiento o adopción; otros no, y cuando cumplen la edad son derivados a otros centros», explica sor Margarita, enfermera de profesión, un torbellino, resuelta y alegre, mientras nos va mostrando la casa: un pasillo largo decorado con vinilos infantiles al que dan la sala, el comedor, la enfermería, tres habitaciones y los baños. Al lado de las camitas y las cunas hay bombas de oxígeno o sondas; en los baños, sillas especiales de sujeción; las estanterías están llenas de medicamentos… Pero también hay peluches, juguetes y ropitas propias de una casa que además es de familia numerosa, en la que cada día es una aventura. «Mañana tenemos tres médicos por la mañana», explica sor Margarita mientras nos enseña el cuadrante de octubre, abarrotado de citas. Los que pueden están escolarizados, y también hay que llevarlos o recogerlos. Y si esa noche alguno ha tenido una crisis, entonces las horas sin dormir se amontonan.

Sor Joaquina y sor Margarita, en el dormitorio de los mayores. Foto: Begoña Aragoneses.

—¿Y cómo hacen, sor?

—¡Pues como podemos! A veces llegamos un poco tarde a los sitios… —se descomplica la hermana Margarita— ¡Cuántas horas de hospital habrá echado sor Joaquina!

Se refiere a su hermana de comunidad, pero esta despeja: «Si los quieres, no te pesa». Y puntualiza, sabiendo que en Madrid se acaba de celebrar la IV Jornada Diocesana de la Discapacidad: «Somos Iglesia. Nuestra entrega es servir a Cristo en los pobres. No escatimamos tiempo, nuestra oración y vida espiritual van unidas al servicio».

Proyecto de apadrinamiento

Junto a las hermanas hay dos educadoras, dos enfermeras y también voluntarios, ahora mismo 19 —también dos seminaristas, que van los domingos— que básicamente se dedican a achuchar a los niños. «Más que besos, quieren brazos; son niños de contacto». En la planta baja, dando al jardín, hay una gran sala de juegos en la que también tienen elementos de estimulación. Allí están todos cuando bajamos. Es cierto: en su enfermedad, muchos postrados, sonríen cuando te ven y te lanzan los brazos para que los cojas.

Con estos voluntarios, las hermanas han puesto en marcha un proyecto de apadrinamiento: que aquellos niños cuyas familias han renunciado por completo a ellos se bauticen, si no lo están, y tengan un padrino cuya relación se extienda más allá de la estancia en la casa. Ha habido dos casos en el último año, «y una de ellas llegó a llevarse al niño a la playa en verano», recalca son Margarita. Una de las pequeñas recibió el Bautismo en el hospital, poco antes de morir. Sí. Se les mueren niños. Cuando esto pasa, lo importante es «que mueran en brazos» y que se les pueda celebrar una Misa y un entierro digno. El final es como todo en esa casa, de alegría en medio del dolor: «Lo hemos querido, hemos hecho todo lo que hemos podido por él y lo lloramos como una madre. Misión cumplida: un angelito más en el cielo».