Rogério Gomes, CSsR: «Nuestra palabra es hoy una más en medio de tantas otras» - Alfa y Omega

Rogério Gomes, CSsR: «Nuestra palabra es hoy una más en medio de tantas otras»

El nuevo superior general de los redentoristas sostiene que el principal reto de la vida consagrada es ser significativa en la sociedad y reclama colaboración entre congregaciones

Fran Otero
El superior de los Misioneros Redentoristas presidió la clausura del capítulo general. Foto: Scala News.

¿Cómo afronta este encargo?
Con serenidad, sabiendo de todas las responsabilidades y retos que conlleva. ¡No trabajaré solo! Un superior general no puede animar a los hermanos solo. Es un servicio como cualquier otro en la congregación. ¡Nada más! ¡Soy un hermano al servicio de los demás!

¿Cómo está la congregación?
Está viva y se mantiene fiel al carisma. Es posible hacer más. Necesitamos mejorar la calidad de nuestra vida comunitaria, nuestro cuidado mutuo, desinstalarnos, como nos pidió el Papa, y comunicar la alegría del carisma, de ser redentoristas. Estamos atravesando un periodo de reducción del número de hermanos. Es un fenómeno que afecta de forma general a las grandes órdenes y congregaciones. Como muchas, pasamos por un periodo de reestructuración. Es un movimiento complejo que nos invita a una conversión del corazón y la mente, a dejar las zonas de confort y a poner vino nuevo en odres nuevos. También tenemos el reto de anunciar el Evangelio en un mundo complejo. Encontrar el lenguaje que llegue al corazón de la gente de hoy, buscar y crear nuevos métodos misioneros exige espiritualidad, creer en la misión, energía, creatividad y recursos.

Bio

Rogério Gomes nació el 7 de octubre de 1974 en Alteriosa, en el estado de Minas Gerais (Brasil). Tras ingresar en la congregación en 1994 y profesar en 2002, fue ordenado sacerdote en 2006. Es doctor en Teología Moral, materia que ha impartido en distintos centros. En 2014 fue elegido provincial de San Pablo en Brasil.

¿Y las vocaciones?
Esta cuestión es dispar. En Asia y África hay un aumento. En América Latina hay una cierta reducción. En el norte de América y en Europa, muy pocas. En general, tenemos vocaciones, pero no las suficientes para mantener el equilibrio. Esto no debe ser motivo de desánimo, sino llevarnos a echar las redes en aguas nuevas y más profundas. La disminución de vocaciones no debe ser un factor para que el carisma siga en los laicos. El carisma es un don y debe ser compartido con los laicos. Una cosa no excluye a la otra. Hay espacio para todos en la congregación; tenemos que ampliar esta colaboración.

¿Ha definido ya las prioridades de su mandato?
La primera será cuidar a los hermanos. Esto implica animar, escuchar, exhortar, indicar horizontes y estar presente en su vida. Otras serán poner en prácticas las decisiones del capítulo general y dar continuidad al proceso de restructuración.

¿Cuáles son las principales urgencias de la vida consagrada?
Uno de los retos es la crisis de significatividad. Hoy nuestra palabra es una más en medio de tantas otras o incluso sin crédito. Solemos ser un rebaño pequeño y, sin embargo, debemos ser significativos. Esto es, no considerarnos importantes, sino ser testigos de la unidad en un mundo dividido, ser profetas en un mundo injusto y hablar un lenguaje nuevo para dialogar con este mundo que tiene tanta belleza y puede ofrecernos tantas alternativas de evangelización. Otro desafío son los abusos, tanto sexuales como de poder, una contradicción entre el anuncio del Evangelio y su vivencia. También lo es la solidaridad entre nosotros, religiosos y religiosas. La vida consagrada tiene un enorme potencial, pero cada congregación sigue trabajando de forma aislada. Tenemos dificultades para hacer proyectos comunes. Por último, no abandonar a los pobres. Distanciarse es muy fácil, y al hacerlo no somos coherentes con lo que nos pide el Evangelio.

¿Qué aporta el carisma redentorista hoy?
Un modo de ser fiel al Evangelio, de tener una profunda experiencia de Dios, mística, a través de la experiencia vivida de nuestros santos, beatos y mártires. Nos anima a estar al lado de los que sufren y no tienen voz y que no existen para nuestra sociedad.

¿Y qué mensaje tiene san Alfonso María de Ligorio para este momento de la historia?
Creo que nos deja cinco. En primer lugar, no tener miedo de los tiempos que vivimos. Alfonso vivió en un periodo turbulento, en el siglo XVIII. Con valentía y lucidez se lanzó al servicio de los enfermos, creó las Capillas Vespertinas y evangelizó a los cabreros. Se entregó totalmente y utilizó sus talentos para evangelizar: música, arte, poesía, escritura, oratoria y su teología moral. Otros mensajes son que nunca nos alejemos de Dios, que seamos fieles a la propia conciencia, que leamos los signos de los tiempos y no nos olvidemos de los pobres.

La congregación tiene una larga tradición en teología moral. ¿A qué desafíos se enfrenta esta materia?
Hay varios. El cambio de comprensión, la relativización de los valores y la reafirmación de otros: el reto es comprender esta realidad y ofrecer una aportación que ayude al ser humano. También la desigualdad social en el mundo; el progreso tecnológico con todos los beneficios —salud, movilidad, comunicación…— y sus ambivalencias —guerra, problemas ecológicos, falta de trabajo…—; las cuestiones relativas al inicio y al final de la vida; los fundamentalismos políticos y religiosos que causan odio, división, persecución, muerte y erosión de las democracias, y la falta de un lenguaje eclesial que pueda tocar el corazón del ser humano hoy. Nos encontramos con la dificultad de comunicar la riqueza de la tradición, que se fundamenta en grandes narraciones, al ser humano de hoy, que se comunica a partir de microrrelatos y con el lenguaje de WhatsApp.

Y al hilo de esta cuestión. ¿Cómo debe afrontar la Iglesia cuestiones controvertidas como la ideología de género, la transexualidad o la homosexualidad?
Hay que reconocer que existen personas que viven esta realidad y, por eso, están excluidas y sufren. Jesús se acercó a personas frágiles, marginadas y excluidas de su tiempo. El Papa insiste en que hay que sentir el olor de las ovejas, ensuciarse las manos, escuchar, acoger, guiar, ir a las periferias existenciales, ser samaritanos, misericordiosos. Si la Iglesia no lo hace, basándose en el Evangelio, otros lo harán a su manera. Estas personas, en su condición, también están llamadas, como todas, a la santidad. Y la santidad es un don que Dios da a cada persona.

¿Qué les pidió Francisco en el encuentro que mantuvieron con él?
Nos pidió que estuviéramos disponibles, que nos entregáramos de corazón a la misión, que nos renovemos para responder con fidelidad a esta misión y, finalmente, llevar adelante nuestra tradición de teología moral. Nos dijo: «Están presento un servicio a una teología moral madura, seria, católica. […] Que la gente entienda lo que está bien y lo que está mal, que después sepa que la misericordia tapa todo; pero que sepa que esto está bien y esto está mal, porque una cosa es la misericordia de Dios y otra el manganchismo».

Nuevos beatos

La catedral de la Almudena acoge este sábado, 22 de octubre, la beatificación de doce redentoristas martirizados en 1936, en una ceremonia presidida por el cardenal Semeraro, prefecto pontificio para las Causas de los Santos, y que podrá seguirse por youtube.com/archimadrid. Antonio Manuel Quesada, CSsR, vicepostulador de la causa, define a los futuros beatos como «personas muy normales que vivieron su misión haciendo lo que tenían que hacer: los sacerdotes anunciando el Evangelio y los hermanos colaborando con su oración». Murieron entre el 20 de julio y el 7 de noviembre de 1936 dando testimonio de su carisma misionero, también a quienes los mataron. Con la guerra sus vidas se desestabilizaron, «se tuvieron que quitar el hábito, rezar sin el Santísimo, celebrar sin ornamentos…» y buscar nuevos caminos para la evangelización, una llamada que resuena al cristiano de hoy. Los encarcelados supieron estar al lado de sus compañeros siendo «Iglesia compañera de camino», y fueron capaces «de vivir el sacerdocio en todo momento, no como una profesión, sino como una vocación». Un testimonio que es una invitación «a no ser mediocres en nuestra entrega».

Begoña Aragoneses