Homilías

Lunes, 06 noviembre 2023 16:03

Homilía del cardenal Cobo en la Misa de difuntos (2-11-2023)

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Nuestra reunión de hoy es un acto de fe y también un acto muy de Iglesia. Gracias a todos los que lo hacéis posible. Gracias don Carlos. Gracias don Juan Antonio y don Jesús. Gracias a todos los formadores, rector del Seminario, al deán, a todos los sacerdotes... Gracias a vosotros, seminaristas, y a todos los que os habéis acercado esta tarde a esta catedral.

Venir hoy aquí es celebrar a los difuntos de nuestro pueblo. Y, dentro de él, también recordar especialmente a nuestros pastores, a los obispos. También nos acordamos de los sacerdotes, y de tantos que han dado la vida por esta porción del pueblo de Dios. Hoy ofrecemos esta Misa en sufragio de su vida.

Desde que la diócesis es diócesis, ha habido 12 obispos titulares y 20 obispos auxiliares. Y una larga lista de hombres y mujeres que han sembrado su vida en esta diócesis. Por eso, hoy es un día de memoria, de recordar lo vivido con los que, de una u otra forma, nos han acompañado en la diócesis, pero también nos acordamos de los que nos han acompañado en nuestras familias, de nuestros amigos, nuestras comunidades cristianas, y aquellos que han servido especialmente a la Iglesia, haciendo de ella lo que es ahora mismo: este hogar y este espacio donde todos vivimos la fe. Y, cómo no, hoy también, en este día, nos acordamos de aquellos difuntos sin memoria, aquellos que han sido odiados, aquellos de las fosas comunes, los masacrados, los muertos en tantas guerras... También queremos recordarlos.

Si hoy es un día de la memoria, también nos recuerda que somos un pueblo. Y un pueblo en marcha. Y que dependemos unos de otros; que estamos vinculados los unos a la vida de los otros. Por eso, no solo recordamos: también hoy pedimos. Pedimos que los nuestros sean incorporados en la bondad de Dios. Y que nosotros seamos capaces de agradecer la vida, y de darnos cuenta de cómo su vida ha sido sembrada en la nuestra, y así invoquemos al Señor de la vida.

Ayer celebrábamos el triunfo de una muchedumbre. Hoy hacemos memoria, y pedimos por quienes llevamos en el corazón de cada uno, y en el corazón de nuestro pueblo y de nuestra diócesis. Y lo hacemos porque sabemos, y porque experimentamos, que Jesús resucitado es quien da la vida. Él nos vincula a su resurrección personalmente, y como pueblo suyo. Y pedimos que todos ellos estén en su corazón.

Por eso, por medio del resucitado, esta Iglesia, la Iglesia entera, se convierte en asamblea que intercede y ofrece y presenta la vida de sus hijos, acogiendo agradecido su vida. Sí, hoy nos damos cuenta, y ponemos delante, que Cristo es el mediador que, como celebramos en la Eucaristía, en cada Eucaristía, hace posible esta cercanía de Dios, y nos dice, como escuchábamos en la lectura de Pablo, que somos herederos de Dios y coherederos de Cristo.

Por eso, igual que es un día de memoria y petición, hoy es un día de esperanza. Sí, hoy especialmente nos damos cuenta que todos vivimos en espera, porque la muerte, aunque en nuestra sociedad sea tabú, la muerte es parte de la vida, un momento más en nuestra vida. Desde hoy, con la fe, escuchamos las palabras que Jesús nos dice en el Evangelio,. Unas palabras que nos plantea, y hacia las que caminamos, y que ya empezamos a escuchar: Venid benditos de mi Padre. Quizá esa sea la primera palabra que hoy escuchamos: Venid benditos de mi Padre. Palabras que vamos a escuchar, y que escuchamos en la vida, pero que nos marcan una dirección. Él es quien espera. Así, el recuerdo de hoy se convierte en una bendición, porque es la llamada que hace de nosotros Jesús. Y es la llamada que hace a los nuestros: Venid. Venid benditos de mi Padre.

Esta llamada da sentido a cada día: a levantarse cada mañana, a hacer las cosas que hacemos, a encarar la vida. Venid benditos de mi Padre. Será bueno escucharla con nuestras preocupaciones, y los desvelos que traemos hoy entre medias, porque seguro que nos ayuda a ponernos en marcha, hacia ese futuro que nos decía la primera lectura: un futuro donde Dios nos prepara una mesa, y enjugará las lágrimas de nuestros rostros.

Es precioso escuchar, que el Señor enjugará las lágrimas de nuestros rostros. Es verdad que a veces buscamos que otros enjuguen nuestras lágrimas, pero Él es el que verdaderamente las enjuga. Es verdad que corremos el riesgo de, en nuestra vida, desvelarnos por cosas que pasan, por irnos a otros que enjuguen nuestras lágrimas, confundir nuestros deseos en necesidades, o anteponer las cosas de nuestro mundo a la espera de Dios y a escuchar su llamada. Es verdad. Pero hoy es un buen día para darnos cuenta, y mirar un poquito hacia arriba, y ver que en nuestra vida se nos pegan muchas ocupaciones y preocupaciones que no son de Dios. Y hoy es un buen día, con todos los que han vivido antes que nosotros, para darnos cuenta de qué es lo verdaderamente importante. Y poner aquí, en la Eucaristía, lo que es verdaderamente importante.

Hoy es un día para preguntarnos cómo vivimos esto que decimos en el Credo: espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro. Hoy es un buen día para preguntarnos cómo está siendo esta espera: si es esperanzada, o es a veces como una losa, y cómo cultivamos esa espera. La esperanza es la oferta de Jesucristo, que nos dice: Venid, Venid como benditos, Venid a mí. Y hoy, por tanto, si es un día de esperanza, también es un día de descubrimiento de que Jesús está más cerca de lo que pensamos. Sí. A veces pensamos que Jesús puede estar muy lejos, o a veces nuestra gente no sabe descubrirlo, y nos toca a nosotros también decirles por dónde vemos a Cristo. El Evangelio de hoy nos explica cómo vivir la espera, y esa esperanza. Vamos al encuentro de Dios amando, porque Él es amor hecho misericordia concreta y diaria, entre otras cosas que nos llegan.

¿Cuándo te hemos visto Señor? ¿Cuándo te vemos? Es la pregunta que le hicieron. Y es la pregunta que hacemos a menudo. Pero ¿cuándo te hemos visto? Si, en el lío de la vida, a veces estamos tan pendientes de tantas cosas, ¿dónde estás tú, para que podamos escuchar: Venid benditos de mi Padre?

Y hoy Jesús nos dice: el encuentro lo tenéis más cerca de lo que pensáis. Al final, no será un juicio sumarísimo. Al final ya tenéis la pregunta: en los más pequeños, en el día a día, en la misericordia diaria, tenemos la presencia cercana de Dios, que nos acompaña a la vida eterna, y que nos hace caminar hacia la vida eterna. Los más pequeños son el lugar de Cristo, y quienes nos explican las cosas importantes de la vida. Los más pequeños, la misericordia vivida día a día, es lo que nos ayuda a encarar la vida, sabiendo que es el descubrimiento. Que Cristo está ahí, y que nos da la mano para hacernos ver las cosas más significativas.

Entonces, para prepararnos a la vida eterna, ya sabemos: amar. Amar gratuitamente a fondo perdido, sin esperar nada a cambio. Amar a los que están incluidos en la lista de preferencias del Evangelio, a los que no pueden devolvernos nada, a los que no nos atraen, a los que sirven a los pequeños. Así vamos caminando. ¿Cuándo te vimos? Pues hoy. ¿Cuándo te hemos visto, Señor? Pues aquí: rezando unos por otros. ¿Cuándo te hemos visto, Señor? Pues, quizá, en el día de hoy. Y eso es lo que nos pregunta nuestra gente. En la vida de los nuestros encontramos estas pistas para vivir.

Pues, queridos amigos, el Evangelio nos explica cómo vivir la espera, y hacia dónde nos encaminamos. La vida de nuestros pastores, la vida de la gente que nos ha explicado, y ha hecho posible que la Iglesia camine aquí, en Madrid, es una pista para seguir viviendo esta esperanza.

Demos gracias hoy por este pueblo que nos precede. Pidamos, porque la oración es necesaria, por estos pastores y cuantas personas han dado la vida, para que estemos aquí. Que el amor maternal de María nos acompañe, y hoy especialmente nos proteja de una manera muy especial.

Queridos amigos: Cristo ha resucitado. Y esta tarde, en esta Eucaristía, podemos volver a escuchar que nos dice: Venid. Venid juntos, benditos de mi Padre.

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