Homilías

Lunes, 12 febrero 2024 13:50

Homilía del cardenal Cobo en la Misa del XIX aniversario de la muerte de Luigi Giussani (10-02-2024)

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En la vida hay momentos de encuentro, como este, que siempre merecen un abrazo y un agradecimiento. Gracias a los vicarios, al párroco que nos acoge; gracias a los sacerdotes, Javier; y a todos los que estáis aquí esta tarde, al sol de la Palabra de Dios y al calor de este domingo, y de la Iglesia, y de los distintos carismas que nos animan.

El evangelio de hoy parte de una necesidad muy concreta. Es un leproso que, hemos escuchado en la primera lectura, tenía una situación que nos suena un poco, aunque esté muy alejada en el tiempo: una situación de invisibilidad, de marginalidad, de gente que estaba totalmente apartada. Vivían fuera del campamento, como tantos viven hoy fuera de nuestras redes, de nuestras miradas, de nuestras economías y de nuestras preocupaciones. Incluso de nuestra Iglesia. Los leprosos eran los excluidos de la comunidad. Y uno de ellos aparece hoy en su desdicha, se acerca a Jesús y pide de rodillas, con toda el alma: «si quieres, puedes limpiarme». Quizá esta escena y esta pregunta nos evoca a cada uno situaciones personales, pero, mirado en perspectiva de Iglesia, en clave de comunidad cristiana, nos lanza una pregunta: ¿quiénes son los que se ponen a las puertas de nuestra iglesia? ¿Quiénes son los que vienen a nuestras vidas, a las vidas de nuestras comunidades, de los proyectos que sostenemos en la vida de nuestras comunidades cristianas? ¿Quiénes son estos leprosos que se ponen delante y, de una u otra forma, siguen diciendo: «si puedes, límpiame», «vosotros, en nombre de Cristo, podéis limpiarme»?

No sé si la gente que viene a nuestro lado percibe en la Iglesia que somos capaces de curarles y de sanarles en nombre de Jesús. La gran pregunta es quién es la Iglesia para los leprosos de nuestro tiempo, y si somos capaces de ser los transmisores de la esperanza que transmitía Jesús a este leproso en concreto. Responder a esto es complicado. Para ello, primero hay que responder cada uno desde nuestra experiencia personal. Cada uno de nosotros somos ese leproso o esa leprosa necesitado de curación. Y cada uno de nosotros, en algún momento de la vida que hoy sería bueno traer aquí, somos aquellos que nos hemos puesto delante de Jesús y que hemos experimentado de sus labios, de una u otra forma, esa palabra y esa experiencia tan liberadora: «quiero, queda limpio». Limpio de eso que te ha atrapado, limpio del sinsentido, limpio de tus miedos, limpio de tantas cosas que corroían nuestro corazón. Jesús lo ha hecho con nosotros, evidentemente.

Hoy ponemos aquí nuestra experiencia, que no es solitaria, sino que es una experiencia solidaria, y donde cada uno de nosotros lo hemos encontrado a través de una vía, a través de un carisma y a través de una puerta; pero todas han sido puertas sanadoras, y puertas que nos han hecho ver que es la Iglesia la que porta la palabra salvadora, sanadora, de un Cristo que no lo hace nunca a distancia, sino que lo hace tocando, implicándose y contagiándose, porque así es como Jesús cura.

Queridos amigos: el encuentro con el carisma de hoy, de Luigi Giussani, que ha hecho florecer en la vida de la Iglesia el movimiento de Comunión y Liberación, ha sido para todos vosotros la forma y la modalidad histórica a través de la cual el Resucitado os ha tocado y, a través de vosotros, a toda la Iglesia; y ha vivificado la gracia del bautismo, y ha hecho renacer en nosotros y en toda la Iglesia –porque para eso son los carismas, para la vida de toda la Iglesia–,una gracia nueva, una flor nueva, una expectación nueva.

Ante las lepras personales y sociales habéis tenido el don, vosotros en concreto, de encontraros con un carisma especial. Ratzinger, en el funeral de Giussani, decía: «Giussani mantuvo siempre la mirada de su vida y de su corazón fijada en Cristo, comprendió así que el cristianismo no es un sistema intelectual, un paquete de dogmas, un moralismo, sino que el cristianismo es un encuentro, es una historia de amor, es un acontecimiento». Aquí está la raíz de su carisma y del descubrimiento que ha hecho bien a la Iglesia y a nuestra diócesis de Madrid en concreto.

Don Giussani atraía y convencía y convertía a los corazones, porque transmitía algo especial a los demás que tiene parte de este evangelio, y es que ponía y hacía tocar la experiencia fundamental. Lo que decía provenía de la experiencia de su corazón, y eso inspiraba confianza y se convertía en la mano sanadora de Cristo que siempre, siempre, da vida.

En esta celebración de la Eucaristía con ocasión del decimonoveno aniversario del fallecimiento de don Giussani y del reconocimiento pontificio de la Fraternidad queremos celebrar y queremos ser un signo de agradecimiento a Dios y de comunión con toda la Iglesia. Agradecimiento y comunión que están en la raíz de todo cristiano.

Hace pocos días, lo decíais al principio, celebrábamos juntos en la catedral de la Almudena el funeral por Carras. En su vida, como muchos de vosotros me habéis contado y testimoniado, habéis podido ver y compartir la verdad de las palabras de san Pablo: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios». Esta experiencia, que es la que celebramos hoy, encuentra su razón de ser en algo que también es muy propio de vosotros y así lo he experimentado: la pasión por comunicar el evangelio, es decir, por compartir el mismo encuentro que cambió su vida para siempre, porque ninguno somos tocados, curados y salvados para nosotros, ninguno somos liberados de nuestras lepras para nosotros mismos. El evangelio que hemos escuchado nos lo ha dicho con claridad: «cuando se fue empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho». Este es el ímpetu de la misión, y es el que quiero que hoy pongamos en esta Eucaristía: el florecer de una vida y de una experiencia que nos hace salir de nosotros mismos, y contar y narrar lo que Dios ha hecho con nosotros, la experiencia del paso de Dios por nuestras vidas. Nuestro mundo necesita como pocos momentos la narración de la experiencia del paso de Dios por nuestras vidas de forma amable y de forma entendible. Pero lo necesita más que nunca.

Pero la misión, como bien sabéis, se hace en un contexto determinado. No se hace con grandes planes: se hace en lo concreto y en el día a día. Y este contexto que tenemos es el de la diócesis de Madrid, esta Iglesia diocesana que nos abraza y que es un reto para todos nosotros. Tenemos en Madrid retos urgentes para la misión. Ya, desde que he empezado el episcopado aquí, lo hemos empezado a apuntar y hemos visto cómo todos estamos llamados a empujar esa misión que a todos nos convoca. Tenemos grandes retos, tenemos grandes llamadas y no vale decir: yo lo hago desde aquí, yo lo hago desde allí… La llamada es a todos, a todos los carismas, a todas las sensibilidades. La llamada es a responder para curar y tocar todo lo que nuestro mundo nos está demandando. No somos grupos cerrados ni autorreferenciales, somos grupos de la Iglesia y así lo vivimos. Y esa es vuestra experiencia, y esa es la que en concreto os pido para la Iglesia de Madrid: que juntos nos ayudéis y caminemos a responder a la misión, que seáis capaces de establecer puentes de comunión entre las distintas sensibilidades y realidades en nuestra Iglesia, que seáis lugares donde ayuden a liberar de todas las lepras a nuestro mundo, y que contemos todos con todos.

No olvidemos que nuestro camino no es pensar en nosotros, sino en la misión. No olvidemos que nuestro camino es mirar a todos los leprosos que pasan a nuestro lado y que a veces son invisibles, pero que están esperando una respuesta de liberación de nuestra Iglesia. No olvidéis el don y el carisma que habéis recibido. La Iglesia de Madrid os necesita. No dejéis de tener la mirada de Jesús y la tenacidad de tocar y de dejarse tocar por cuantas realidades hay a nuestro alrededor que están marginando, deshumanizando y dividiendo a nuestro mundo. Y no olvidamos que vuestro carisma está tocado por la fraternidad, eso que el papa Francisco dice que es la gran vacuna de nuestro mundo. Nuestro mundo necesita la experiencia de la fraternidad. Que vuestra vida comunitaria, en todos los ámbitos (familiares, educativos, de caridad, en las obras que lleváis a cabo), sea fermento de unidad, no solo entre vosotros, sino también en la diócesis; que colabore a superar tanta polarización y tanta ideología que hay a nuestro alrededor en nuestra sociedad. Necesitamos de vosotros el don de la fraternidad como aliento a nuestro mundo dividido y sesgado.

Vivimos tiempos difíciles, es verdad, en los que al otro siempre se le percibe como una sospecha, no como un bien. Corremos el riesgo de afrontar que nuestras relaciones, incluso dentro de la Iglesia, sean siempre sospechosas, como si el horizonte fuera tener que defenderse. No podemos ceder a esta lógica perversa que niega la entrada del evangelio e impide de hecho colaborar en la edificación de la vida común y vosotros sois testigos. No dejéis de aportarlo, por favor.

Qué diferente es la posición de san Pablo: «procuro contentar en todo a todos no buscando mi propia ventaja sino la de la mayoría, para que se salven». Y a continuación nos da la razón de por qué también nosotros podemos vivir como él. «Sed imitadores míos –dice Pablo– como yo lo soy de Cristo». Esta es la razón del seguimiento de Jesús, y por eso hoy estamos posibilitados, estáis posibilitados, a tocar y a dejarnos tocar por Jesús, para sanar de todos los males de nuestro mundo. Aun dejándonos tocar por ellos, sabiendo que nunca el mal nos va a vencer, porque somos el cuerpo de Cristo.

Queridos amigos: permitidme para terminar hacer mías las palabras que el papa Francisco os dirigió en la audiencia del 15 de octubre de 2022. Son una preciosa indicación para vuestra vida y para la misión, y también para vuestra misión aquí, en la diócesis de Madrid. «El potencial de vuestro carisma está todavía en gran parte por descubrir, todavía queda mucho por descubrir, os invito pues –dice el Papa– a huir de todo retraimiento sobre vosotros mismos, del miedo, el miedo nunca os llevará a buen puerto, y del cansancio espiritual que te lleva a la pereza espiritual. Os animo a encontrar los modos y los lenguajes para que el carisma que don Giussani os ha entregado alcance a nuevas personas y nuevos ambientes, para que sepa hablar al mundo de hoy que ha cambiado respecto a los inicios de vuestro movimiento. Hay muchos hombres y muchas mujeres que todavía no han hecho ese encuentro con el Señor que ha cambiado y que ha hecho vuestra vida hermosa».

Que así lo sigáis trabajando, y que así lo sigáis tocando y dejándoos tocar en medio de nuestra Iglesia.

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