Homilías

Domingo, 18 febrero 2024 18:00

Homilía del cardenal José Cobo, en la Eucaristía de clausura del Encuentro de Laicos sobre el Primer Anuncio (18-02-2024)

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Estimados obispos y sacerdotes concelebrantes, religiosos, religiosas, y laicos provenientes de toda España. Un saludo especial desde esta diócesis de Madrid a cuantos habéis acogido esta llamada que han hecho la Comisión Episcopal para los laicos, familia y vida que, con la Comisión Episcopal de Evangelización, Catequesis y Catecumenado, de la Conferencia Episcopal Española armoniza este congreso.

Vernos aquí reunidos, con el ardor de la misión como epicentro, es buena razón para dar gracias a Dios por cuanto ha sucedido y por cuanto se ha sembrado en la Iglesia durante este fin de semana. Y dar gracias a cada uno de vosotros y vosotras, por este precioso camino sinodal que ya se abrió en el Congreso de Laicos hace cuatro años, y que ha ido sembrando, despacio y sin ruido, un proceso de diálogo y de discernimiento. Proceso que se ha imbricado además con la participación en la fase diocesana del Sínodo sobre la Sinodalidad convocado por el Papa Francisco.

En este camino, en el que tanto habéis trabajado el Consejo Asesor de Laicos, hemos vivido este encuentro de este fin de semana donde hemos dado el primer paso alrededor del primer itinerario que nos propusimos. “En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto”, hemos escuchado. En este tiempo sigue sucediendo lo mismo.
En este tiempo de gracia, de conversión y crecimiento que es la Cuaresma nos ponemos ante la escucha de la Palabra de Dios, condición indispensable para cualquier discernimiento en el Espíritu. Y cuando lo hacemos, vemos que es este Espíritu Santo quien sigue empujando y, como hace con Jesús, sigue combatiendo con todo lo que es enemigo del ser humano. Porque el demonio sigue presente, y se empeña en frenar la acción del evangelio dividiendo, engañando y separando el corazón de la humanidad o de la misma la comunidad.

Pero no tenemos miedo: Jesús vence y nos da fuerza para entrar en la armonía que Dios ofrece. No caben ambigüedades. Hoy caminamos con la confianza de que, con Él, que ha vencido y recompuesto todo, podremos vencer cualquier tentación. Para ello es preciso ir con Jesús al desierto de forma nueva, sin repeticiones de antaño. Así se ha querido hacer este fin de semana. Ir al desierto no es para quedarse en él, sino para ser expertos en señalar dónde quedan los desiertos de nuestro mundo y para conocer de primera mano la sed de la humanidad concreta en la que vivimos.

El desierto es la puerta del primer anuncio. Allí nos trae este fin de semana el Señor. Se trata de aprender ir a cada persona en su hondura, en su sed. Ir a escuchar los latidos más profundos del otro, su necesidad más dolorida. Ir para preocuparnos por ella y sentir que necesita a Cristo que es el único que da sentido a la vida. No es ir a nuestras estructuras ni llenar nuestras iglesias, sino que la dirección primera es el otro, su sed, su necesidad. No vale ir solitariamente, como hemos señalado estos días. Como dice la carta de San Pedro, Cristo nos urge a recordar que somos pueblo, ese que en el Génesis fue testigo del pacto del mismo Dios con él.

Somos Pueblo de Dios, no lo olvidemos; donde somos configurados, no por el interés o la ideología, sino por el agua del bautismo que es la que nos amasa juntos y nos convoca a encauzarla para regar con su frescura los desiertos del mundo. Ir como bautizados a los desiertos del mundo es la llamada. Pero hemos visto estos días que en la sequedad de cada desierto se esconde la tentación. También el primer anuncio las tiene. Hay grandes tentaciones de la misión hoy, que piden ser afrontadas en clave de discernimiento y de amor al mundo.

Permitidme señalar a vosotros, sensibles al primer anuncio, entre otras muchas tentaciones, tres especialmente presentes: Hoy, en estos desiertos de la vida encontramos la tentación de la confrontación, tanto interna como externa. Son esas confrontaciones hasta violentas que nos asaltan a menudo, no solo en la sociedad, sino internamente en la Iglesia. El Espíritu nos empuja a afrontarlas con la frescura del diálogo. Diálogo, diálogo… Ese arte de aprender a ir a lo esencial: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, y buscar puntos de contacto” .

También nos topamos con tentación de entrar en la confrontación externa. Confrontación con el mundo de hoy y con su cultura, con sus espacios. De nuevo, el diálogo amable es la medicina que puede ofrecer el evangelio a nuestro mundo, y nosotros somos sus testigos de misericordia y esperanza, no de oscuridad y condena.
Esto supone, habitar y amar la realidad como un don que Dios abraza y “exponerse, salir del mundo de las convicciones y prejuicios propios para abrirse y entender como Dios nos habla hoy, en este mundo, en este tiempo, en este momento” .

Hoy, en estos desiertos de la vida encontramos la tentación del éxito inmediato. Es la tentación de suplantar el ritmo que pone del Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización. Es la impaciencia por recoger los frutos de la siembra del Evangelio. Lo que el Señor nos pide es que preparemos el terreno de la siembra (la pre-evangelización), que sembremos su palabra (primer anuncio) y acompañemos su crecimiento (la iniciación cristiana), pero no que precipitemos el final del proceso, porque no somos nosotros quienes lo dirigimos.

En el contexto del primer anuncio puede aparecer cuando damos excesiva prioridad a la dimensión emocional, cuando descuidamos el acompañamiento personal, o cuando nos encerramos en métodos, grupos o experiencias y olvidamos la dimensión eclesial o la misma misión. Como nos explica el Papa, “hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro” .

Y está la tentación del descarte. Al ser enviados a la misión, el Espíritu nos señala samaritanamente a muchas personas rechazadas y escondidas por nuestra sociedad. Son los invisibles, los que no cuentan, bien por su estatus social, o porque ni siquiera están presentes en nuestra mirada como Iglesia.
A veces nos olvidamos de muchos de ellos en nuestras planificaciones, en nuestros diseños evangelizadores o misioneros, quizá porque son más lentos o complejos. No podemos hacer una evangelización de primera y otra de segunda. En la misión evangelizadora no podemos excluir a nadie: ni a los lejanos, que “nunca han recibido la Buena Nueva de Jesucristo”, ni a los alejados, que “recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana”, ni a muchos otros, que, con una fe débil, necesitan volver a acoger la Buena Noticia de Jesucristo.

Para afrontarla ya nos dice el Papa en el mensaje del Congreso de Laicos: “No tengan miedo (…) de tocar las heridas de nuestra gente… que es la Iglesia de Dios, que se arremanga para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo, o simplemente, para acompañarlo en su vida” . “Está cerca el reino de Dios”, dice Jesús. Se nos abren providenciales oportunidades para la misión evangelizadora: Hoy se abren nuevos brotes que nos piden creer en el Evangelio. “Creer” significa aprender a ver y confesar testimonialmente a Dios en esta realidad.

Está cerca el Reino de Dios, porque, aunque vivimos en un mundo en crisis, en medio de tantas equivocaciones, hemos visto aquí a comunidades que buscan caminos de creatividad y fraternidad, en una constante lucha con las trasnochadas ideologías de antaño. Está cerca el Reino, porque detectamos en cada desierto búsquedas de espiritualidad, sed, de deseo del Dios verdadero. Está cerca el Reino de Dios porque esta es la Iglesia que es congreso, sínodo, esperanza y gente buena que se pone en marcha hacia las personas en su latido más profundo. Eso es signo del Espíritu. Está cerca el Reino de Dios en cada uno de vosotros, y en cada una de vuestras comunidades eclesiales: vosotros sois la primordial oportunidad de la misión de la Iglesia desde vuestra vocación laical. Oportunidad significa ocasión. Hoy es la ocasión. Vosotros sois llamados a llevar la frescura del Evangelio al corazón de vuestros vecinos y nuestras diócesis.

Que la Eucaristía nos fortalezca, y con la gracia de Dios, podamos a ejemplo de María, estrella de la evangelización, engendrar a Cristo en este mundo. Aquí y ahora, donde la providencia de Dios nos ha puesto, y donde hemos sido enviados como discípulos-misioneros suyos convocados a renovar el primer anuncio.

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