Homilías

Jueves, 15 febrero 2024 12:48

Homilía del cardenal José Cobo en la Misa en la catedral en el Miércoles de Ceniza (14-02-2024)

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Diariamente, necesitamos tener razones para entender la realidad. La inercia, la costumbre, la repetición de todos los días lo mismo no es buena compañera de camino. La rutina a veces genera apatía y desinterés. La novedad de las cosas es algo fundamental y algo que necesitamos en la vida. La novedad activa la atención y la ilusión. Por eso, el volver un año más al tiempo cuaresmal es una oportunidad, y una oportunidad para abrazar el tiempo como algo ilusionante.

Las cosas que nos imponen desde fuera a veces no son capaces de ‘tirar’ de nosotros ni de acapararnos. Para que algo nos afecte, es necesario que lo acojamos también de corazón; es necesario que nos toque, que nos afecte. Y esa es la propuesta de esta Cuaresma: que nos afecte. La Cuaresma no es solo para tomar ceniza, sino para dejarnos tomar por Dios. La Cuaresma la haremos nuestra y sentiremos que esta es una oportunidad nueva e irrepetible si descubrimos lo que nos ofrece: la conversión. Una verdadera renovación que hace Dios antes que nosotros.

Podemos convertir nuestros duelos y nuestras tristezas en danzas; podemos convertir nuestros viejos pecados en ofrenda, y no porque pongamos buena voluntad, sino, y este es el secreto, por la seguridad de que nuestra vida, todos los días, recibe la mirada amorosa de Dios, pocas veces descubierta.

Es tiempo de que algo nuevo puede despertar en nosotros. Por eso, lo primero es que se nos llama a la conversión. Y la conversión es dejarnos mirar con una mirada que enamore; precisamente hoy, en el día de los enamorados, dejarnos enamorar por Dios en primer lugar. Ese es el secreto de la conversión: que Dios nos mira con una mirada especial. Esa es la mirada que Jesús tiene permanentemente con nosotros.

Por eso, convertirnos no es simplemente hacer una lista de propósitos. Convertirnos es cambiar el rumbo de nuestra vida fundamentalmente. Y es posible. Convertirnos es crecer: no solo en clave de desarrollarnos para ir a más, sino también con otro tipo de crecimiento. Crecer, convertirnos como crecimiento, es madurar; despojarse de cargas y prioridades que tenemos en la vida, que ahora no nos sirven.

Conversión es despojarse de los «fondos reservados» que todos tenemos en mil sitios puestos, y que bajo la mirada de Dios no se sostienen. Es despojarse de esas pesas que se esconden siempre, y que nos acompañan en muchos momentos de la vida, y que a menudo no queremos ni nombrar. Son como los «fondos» que tenemos en el extranjero, y que no queremos que nadie los vea.

Por eso, comenzamos con ceniza. La ceniza nos hace caer en la cuenta del tiempo que tenemos y del tiempo que vivimos. Y se nos ofrece una posibilidad: o tirar la toalla y hacer lo de siempre, o grabarnos la cabeza y la frente con ceniza. Esa es la opción. No se trata de hacer cosas esta Cuaresma: no empezamos por ahí. Es dejar que la ceniza se grabe en lo oculto de nuestra vida. «Tu Padre, que ve en lo escondido» es el protagonista de este inicio. Se trata de atrevernos a ponernos en la presencia del Señor en lo escondido, y en las zonas escondidas de nuestra vida. Todas aquellas que están aún sin bautizar. Dejar que Dios entre ahí.

La ceniza es también una ocasión para recordar que somos poca cosa. Pero tenemos remedio. Sí. La Cuaresma nace de la sinceridad de nuestra vida, que es ponernos ante lo que realmente somos. Y ante las preguntas fundamentales de nuestra vida. ¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir? ¿Me relaciono conmigo mismo tal y como Dios me valora? ¿Qué se llevan los demás, esos que forman parte de mi vida, qué se llevan de mí? ¿Qué se llevan? ¿Alegría? ¿O frustración en mi vida de forma permanente? La conversión profunda nace de la convicción de que podemos vivir lo de siempre, pero desde otras perspectivas. La realidad, nuestro alrededor, no lo podemos cambiar. Pero sí podemos cambiar la forma de acoger la realidad. Desde la mirada de Dios

Tenemos que reconocer que, a veces, nuestra forma de vivir autosuficientemente no es la acertada. Nos tenemos que convencer de que no todo lo que pensamos y decidimos y creemos es cierto. La verdad es que pocas cosas de la que pensamos suceden. Pero nuestro cuerpo y nuestra mente lo viven como, a veces, deseando que pase lo que nosotros queremos que pase. La Cuaresma es un tiempo para descubrir las incertezas, las mentiras, nuestros sueños, que son sueños que nunca se van a realizar… Y poner nuestra mente, nuestro corazón y nuestro cuerpo bajo la mirada del Señor.

¿Esto es una ‘provocación’? Efectivamente. Y es una provocación, en el mundo que tenemos, comenzar la Cuaresma confesando que, muchas veces, en la vida, somos mediocres. Pero, y ahí está la clave, invocamos la misericordia de Dios. En un mundo que quiere olvidar a Dios, nosotros lo ponemos en el centro. Por eso nos echamos ceniza encima esta tarde: por tanta violencia personal, por tanto no escuchar el Evangelio, por tanta omisión, y por tanto descarte a los que nos necesitan. Y lo hacemos reconociendo que estamos manchados, aquí, allí donde fuimos ungidos por el bautismo, allí donde recibimos el crisma, allí estamos manchados. Y solo pensamos, con este tiempo, que aquella unción vaya borrando las cenizas que nosotros ponemos, los olvidos y las mediocridades.

Pero, queridos hermanos, tenemos remedio. «Conviértete y cree en el Evangelio» nos van a decir. Y sabemos que necesitamos de Dios. Y que tenemos remedio porque, a pesar de la ceniza, Jesús nos rescata. Y Él va por delante. Y nos convoca a vivir el tiempo, y a la Pascua. Y nos va a llevar donde Él quiera, no donde nosotros queramos. Recuerda que para ir a Cristo y para ir a la Pascua, hay que pasar por la ceniza. Y hay que enterrarse. Y si no hay tierra y ceniza, no hay Pascua, porque la semilla siempre queda debajo de la tierra.

Y para este camino, queridos hermanos, siempre tenemos una herramienta fundamental. Sí. Lo que va a expresar la conversión no es, ni más ni menos, que cómo expresamos nuestra relación con Dios a través de nuestra relación con los demás.

Sí. Este es un tiempo favorable. Es un tiempo especial para renovar nuestra relación con Dios. Pero, esto se demuestra renovando nuestras relaciones con los demás. Si nos abrimos a la mirada amorosa de Dios, y si rompemos nuestras cerrazones, si rompemos el individualismo, entonces este tiempo será un tiempo especial para redescubrir el encuentro y la escucha; y descubrir a los que todos los días caminan a nuestro lado, que a lo mejor nos olvidamos de ellos. Y redescubrir, a través del encuentro y de la escucha, a aquellos con los que Jesús camina especialmente, y que muchas veces olvidamos.

Es tiempo de reencuentro. Con la gente que tenemos todos los días con nosotros. Y es tiempo de reencuentro de la gente que camina con Jesús y, como digo, a veces se nos pasa.

Los medios que nos ofrece el Evangelio de hoy son el ayuno, la oración y la limosna, que tienen como objeto reactivarnos, revitalizarnos.

El ayuno nos recuerda que tenemos cuerpo. Nos recuerda esa bendita sensación tan necesaria de tener hambre y sed; de saber que estamos incompletos, limitados; esa hambre y sed que son el camino de las Bienaventuranzas.

La oración. La oración incide también en el corazón. En el escuchar siempre que tenemos un Dios que nos mira, enamorado de nosotros; que nos ama con amor eterno; que nos ha creado, y que nos conserva la vida, porque en Él vivimos, nos movemos, y en Él existimos.

Y la limosna nos activa la mente también, y los ojos. Nuestra capacidad de comprensión de que somos relacionales, y que los demás nos necesitan. Que nuestra alegría se colma al vivir el servicio y el cuidado de los demás. Que no nos engañen.

Un año más se nos da este tremendo regalo, Aprovechad el tiempo. Un tiempo como regalo: el de encontrar la novedad de lo que Dios quiere que vivamos. Que esta ceniza de hoy sea un inicio de lo que somos y queremos. Y que nos recuerde ese fuego que Jesús viene a prender en nuestros corazones.

Feliz Cuaresma, que nos llevará a la Pascua.

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