Homilías

Viernes, 01 marzo 2024 22:42

Homilía del cardenal José Cobo en la Santa Misa en la Basílica de Jesús de Medinaceli (01-03-2024)

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Queridos hermanos que venís este viernes tan especial delante de este Jesús de Medinaceli, querida cofradía, querido vicario episcopal, queridos sacerdotes y la comunidad que aquí sostenéis también esta devoción. Estamos delante, y muchos lo sabéis, de una imagen, un rescatado y un peregrino y la devoción a este rescatado y a este peregrino crea comunidad y crea Iglesia.

Sabemos que la leyenda dice que este rescatado equilibró una balanza cuando acumularon 30 monedas y fue el precio por el que esta imagen pudo venir aquí porque parece, solo parece, que el dinero pone precio a todo. Pero esta talla que tenemos, esta es la rescatada, inauguró un viaje que es muy familiar para muchos: pasó por Tetuán, desde allí a Ceuta y por Gibraltar, llega a Madrid en un verano de 1682. No es un viaje que para muchos le resulta ajeno. Y ese viaje, como para tantos, está grabado en esta figura.
Esta imagen que veneramos y que vemos, muchos nos pueden decir, ¿y dónde veis su riqueza?, ¿en su valor?, ¿en el precio?, ¿en la solemnidad que le otorgamos? Pues no.Su valor está en que nos remite y nos deja comprender como es el rostro de Cristo. Su valor está en que cada vez que le miramos nos remite a Cristo, rescatado, humillado, refugiado y peregrino. Por eso, un día como hoy, donde lo tenemos más cerca que de costumbre, podemos vernos a nosotros mismos y ver, a través de Él, a todos aquellos que le besan y a todos aquellos a quien Cristo quiere acoger.

A través de Él vemos nuestra necesidad de rescate, pero también vemos la necesidad de los rescatados, de los peregrinos y de tantos que piden que seamos nosotros sus rescatadores. A tanta gente que peregrina y que nos ayuda a peregrinar. Todos ellos están, y hoy especialmente bajo su mirada.

Este Jesús de Medinaceli, el rescatado, hoy nos habla. Y nos ha hablado a través del Evangelio, porque Él siempre nos remite al Evangelio: un Cristo sin Evangelio no es Cristo. Y cuando nos remite al Evangelio hoy nos invita a pertenecer y a participar de su Reino. No solo a besarle, sino cada beso y cada oración es un compromiso por pertenecer y construir su Reino. Eso que decimos todos los días y todo momento en el Padrenuestro. Y podemos preguntarle, ¿y tú Jesús qué nos pides hoy para pertenecer a tu Reino? ¿Qué nos pides hoy para besarte? ¿Qué nos pides hoy para dar sentido a estos sacrificios que hacemos? Quizás hoy, lo primero que nos pida, es que le miremos y que nos atrevemos a mirarle con el corazón para no expulsarlo como hicieron los primeros en la primera Pasión, como hicieron los primeros que se pusieron ante Él que ni le miraron.

Miradle, porque ante un mundo que maquilla el dolor, un mundo que maquilla la fragilidad, ante un Madrid en el que vivimos donde abunda la violencia, donde habita el grito, el insulto, la agresión, la descalificación, ante una ciudad que le cuesta mirar a los que sufren y prefiere descartarlos e invisibilizarlos, ante unos barrios a veces en los que no queremos mirar el sufrimiento ni mirar siquiera a los que llegan haciendo el mismo viaje que ha hecho este Jesús de Medinaceli, este hoy se nos pone delante y nos invita a atrever a mirarle a Él y con Él todo lo que a veces no queremos mirar. Ante nosotros, que estamos tentados a mirarnos a nosotros mismos o mirar solo lo que queremos ver, Cristo se pone delante y fijaos como está: humillado, atado, dejándose hacer, dejando que la gente le juzgue y esta es la respuesta.

Quien quiera saber cómo pertenecer al Reino de Dios tiene que atreverse a mirarle a Él y a todos los que están como Él. Este es el camino para descubrir quienes somos y qué significa nuestro bautismo. Este es el camino para saber que siempre que acudamos a Cristo nos va a hablar así, abajado, desde la miseria humana, desde la fragilidad, desde los sepulcros, desde la debilidad. Eso que entendéis tan bien y por eso somos capaces de estar horas de pie porque sabemos que conectamos con el sufrimiento con Él.

Primero, si queremos ser de su Reino tenemos que atrevernos a mirar a Él y lo segundo, si queremos pertenecer a su Reino tendremos que dejarnos mirar por Él, aguantar la mirada. Esa mirada del corazón porque aquel que se deja mirar por Él, se siente transformado. Yo puedo mirarle simplemente, pero si no dejo que me toque el beso, si no me dejo que me toque su mirada, quizás me voy como he venido.

Y Él, cuando dejamos que nos mire, todos sabéis esa sensación: nos rescata. Somos nosotros los rescatados. Nos rescata de tantas cosas y dejarnos mirar por Él es dejarnos entrar en la dinámica de encarar la vida desde la fortaleza que Dios da. No es la del dinero, ni la de tener muchas cosas ni de tener las cosas como nosotros queremos: la fortaleza que Dios da está allí y la recorremos por su camino que es el de la entrega, del amor que atraviesa el sufrimiento, de dar luz donde aparentemente no hay luz.
Jesús nos rescata y esa es su majestad y si nos dejamos mirar por Él esta tarde descubrimos que los rescatados somos nosotros. Porque Él rescata hasta el último rincón de nuestra vida. Yo os invito que hoy presentemos nuestra vida, los lugares más oscuros de nuestra vida, los caminos que hemos recorrido porque todos esos lugares son lugares de rescate. Y si dejamos que Jesús los mire con su Evangelio y con su Reino, Él los toca y los rescata. Dejar que Cristo mire y hable al corazón de cada uno.

Y no el Cristo que yo tengo aquí, sino el que me mira, el que viene de fuera, el que no es mío, sino que es de todos. Estar en su Reino entonces es mirarle a Él y es dejar que nos mire, pero no nos podemos olvidar de lo último. Estar en su Reino es aprender a mirar a los que también le miran. Si algo tenemos en nuestro mundo es que queremos quedarnos con Jesús: para mí, mi Jesús, mi vida, mis problemas y a veces creemos que somos los que tenemos los problemas más grandes del mundo y a veces creemos que todo tiene que girar alrededor nuestro. Cuando le miramos a Él, miramos a muchos más. Y cuando le miramos a Él aprendemos que Él nos pide algo: nos rescata para que rescatemos a nuestros hermanos, para que entremos a formar parte de su dinámica.

Aquel que le besa se queda grabado en Él y se queda grabado a su Reino y recibe una misión: ahora rescata tú, conviértete en mis manos, en mis pies para rescatar. Por eso hoy, si nos dejamos mirar por Él, vamos a nuestra familia para rescatarles desde el amor y desde el Evangelio, y vamos a nuestros barrios para rescatarles desde el amor y desde el servicio, y vamos a mirar a todos aquellos con los que Cristo se identifica porque necesitan su rescate. Cristo vence al mal, vence al sufrimiento y vence a la muerte desde el amor y esta es la misión que hoy recibimos: mirar y ponernos delante de aquellos que necesitan el rescate de Cristo. Y Él nos dice: vosotros, que sois la Iglesia, juntos, rescatad. Rescatad y tomad postura ante los más vulnerables y ante aquellos que nos necesitan, rescatad a los no nacidos y hacerlo por los caminos del Evangelio, rescatad a tantos migrantes y a tanta gente que pide refugio, a todos los que están en Barajas ahora mismo afinados y esperando de nosotros, rescatarlos porque vosotros sois mis manos. Rescatar a toda la gente que está presa del odio, de la violencia, de la calumnia y del grito. Rescatar a los que necesitan misericordia.

Queridos amigos, este es el Reino de Dios y hoy mirándole a Él nos mira a nosotros y nos abraza a todos. La respuesta está en nosotros: si aceptamos su compromiso de ser rescatadores con Él ante lo que tiene y no apropiarnos a Cristo, sino entrar a formar parte de su Reino y ser sus manos, sus pies, su corazón y su mirada.

Gracias a todos los que como Iglesia hoy, y así lo celebramos, nos atrevemos a decirle a Él que sí, a mirarle a Él, a dejar que Él nos mire y a mirar a los que Él quiere especialmente mirar que están a nuestro lado y están esperando de nosotros. Vamos a celebrarlo con toda la Iglesia, vamos a celebrar que tenemos a Cristo aquí y que nos lo llevamos a casa, que se queda con nosotros y que nunca, nada ni nadie, nos lo va a quitar.

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