Catequesis

Jueves, 18 mayo 2023 16:01

Palabras del cardenal Osoro en la vigilia de oración con jóvenes de mayo (5-05-2023)

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Esta noche tenemos la gracia de poder escuchar esta página del Evangelio que acabamos de proclamar, donde los discípulos de Jesús viven tres experiencias importantes en su vida. Tres experiencias que se pueden resumir en tres palabras. Quizá esta noche, junto a nuestro Señor, presente en el misterio de la Eucaristía, podamos vivir nosotros también, o situarnos, en estas experiencias, cada uno de nosotros. Son tres palabras: turbados, creyentes y sabios.

Turbados. Dios se hace hombre y entra en esta historia. Y Dios ha querido quedarse con nosotros en el misterio de la Eucaristía. En las razones humanas no es fácil entender esto. Solamente si entramos en las razones de Dios, que quiere seguir estando entre nosotros y con nosotros, y que quiere seguir dándose a nosotros y alimentando nuestra vida, y haciéndonos crecer en las medidas de Jesucristo, es cuando se entiende. Pero las experiencias de los primeros discípulos de Jesús son las nuestras también.

Turbados. Dios se hace hombre. Dios está entre nosotros. Tuvo Jesús que decirles a los discípulos: creed en Dios, pero creed también en mí. Y esta noche, el Señor, a través de esta página del Evangelio, se acerca a nuestra vida para decirnos lo mismo. Turbados a lo mejor porque quizá no acabamos de entender lo que supone para nosotros esta presencia real de Jesucristo en el misterio de la Eucaristía. Esta presencia que a veces turba. Dios entre nosotros y con nosotros. Dios alimentando nuestra vida. Dios abrazando al ser humano. Dios se hace hombre, y ha querido quedarse entre nosotros. Y el Señor nos dice también esta noche a nosotros: creed en Dios. Creed también en mí. Turbados.

En segundo lugar, la otra palabra es creyentes. El Señor les muestra a los primeros discípulos quién es. Y les dice: ya sabéis el camino que tenéis que llevar. He estado con vosotros. Habéis visto mis obras. Habéis visto mi comportamiento. Habéis visto que mi presencia quiere prolongarse a través de vosotros. Creyentes. Jesús les dice: ya sabéis el camino. Como nos lo dice a nosotros esta noche. Sabemos el camino. El camino de entrega, de servicio, de amar por encima de todas las cosas, de mostrar y regalar el amor del Señor en este mundo dividido y roto donde a veces falta precisamente esta arma que transforma la vida de los hombres.

Estamos viviendo cerca de nosotros la guerra de Ucrania, que tanto la vemos que ya nos parece normal. Vemos una noticia más. Pero, ¿que nos dediquemos los hombres a matarnos entre nosotros? ¿Pero eso es razonable? ¿Eso tiene sentido? ¿Un discípulo de Jesucristo, creyente en el Señor, puede coger un arma para matar a otro? ¿No tiene otros medios para conversar, y razonar, y llegar a acuerdos?

Turbados. Creyentes… Ya sabéis el camino. El camino nuestro es el de Jesucristo: no es otros. El camino nuestro es el del amor. El de regalar el mismo amor del Señor a quien nos encontremos.

Turbados. Creyentes. Y sabios. Tres experiencias de los primeros discípulos de Jesús que tienen que ser las nuestras también. Ser sabios. Jesús nos ha regalado su sabiduría. ¿Y cuál es la sabiduría del Señor? Pues la que nos ha dicho esta noche: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Queréis tener vida? ¿Queremos tener vida? Solo acogiendo a Jesús…

¿Queremos saber el camino que tenemos que llevar en la vida? Solo viendo el camino que escogió Jesús, que es el camino de la entrega, del servicio, del amor.

El camino de la vida. Sí. Los discípulos de Jesús hoy, como los primeros. Turbados. Y por eso le decimos al Señor, como los primeros: «Creemos en Ti, Señor». Creyentes. «Tú eres el camino, Señor». Y sabios. Elegimos el tener en nuestra existencia y en nuestra vida a Jesucristo, Nuestro Señor.

El Evangelio ha sido claro: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí». Son las mismas palabras que Jesús dijo en la última cena. Los discípulos, en ese momento en que se lo dice el Señor, están nerviosos. No saben cómo va a acabar todo. Jesús lee sus rostros. Pero los invita a la confianza. «Permaneced en mi confianza». Que es a lo que nos invita el Señor esta noche a todos nosotros.

Lo que quiere Jesús es invitarnos a una confianza radical en el amor de Dios, que es más fuerte que todos los poderes del mundo que amenazan la vida. Jesús nos invita a nosotros a no perder la calma, a superar la inquietud, a no dejar que nuestro corazón se turbe, a eliminar los miedos que nos paralizan. El único remedio para eliminar todo esto es tener la confianza absoluta en Jesucristo, Nuestro Señor. Nos reclama la confianza.

Si os dais cuenta, queridos amigos, el mundo en el que vivimos está muy roto. Hay profundas divisiones, sociales y personales. La depresión, el estrés, las rupturas afectivas, la falta de sentido… Es sin lugar a dudas un momento histórico donde a veces falta el sentido de la vida. Necesitamos descubrirlo. Y eso nos lo hace descubrir el Señor. «Adonde yo voy, ya sabéis el camino». «Señor, pero si no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?», le dice Tomás. Y ya veis la respuesta impresionante de Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Esto, de lo que tenemos todos necesidad, nos lo ofrece Jesucristo. Y esto, de lo que tiene necesidad todo ser humano que viene a este mundo, Jesús ha querido que nosotros, discípulos de Él, miembros vivos de la Iglesia, digamos a este mundo dónde se encuentra el verdadero sentido de la vida. Solamente en Jesucristo.

¿Quién puede abrir camino hoy a la gente que a veces vive en desorientación? ¿Quién puede dar respuesta a tantos jóvenes que desean de verdad vivir en verdad y encontrar caminos de vida? La respuesta, lo habéis visto esta noche, nos la da el mismo Señor: «Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida». Aquello que Jesús dijo a Tomás es lo que Jesús esta noche nos dice aquí, en Madrid: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Con Él, desde Él y por Él podemos construir en profundidad nuestra vida. No una vida ilusoria, sino una vida con sentido, con capacidad de transformar no solamente nuestra vida, sino la vida de los demás.

Le vino la duda también a Felipe el apóstol, y le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». La respuesta de Jesús es clara: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre». Jesús nos desvela su rostro. Nos desvela su rostro. Y, ante este Jesús, esta noche, nosotros queremos decirle: «Señor, que nuestra mirada sea hacia tu persona. Con mucha frecuencia andamos inquietos. Con muchas preocupaciones personales. Incluso nos preocupa muchas veces el mal que existe en este mundo. Y no sabemos qué hacer. Concédenos reconocer tu presencia. Concédenos descubrir que Tú eres el camino que nos orienta. Que eres la única verdad que nos hace libres. Que eres la vida que nos llena a todos los hombres de alegría. Y concédenos que sepamos comunicar esto a todos los hombres».

Ante este Jesús, que sigue estando entre nosotros como estuvo con aquellos que le hacían aquellas preguntas, como hemos visto en el Evangelio, nosotros recuperamos el sentido de la vida. Solo Jesús da sentido profundo a la vida. A toda la vida. La que estamos viviendo en la historia, y la que sigue viviéndose cuando salimos de esta historia. Solo Jesús. Solo el Señor da sentido a nuestra existencia. Y nos capacita para ser, en medio de este mundo, presencia suya. Y lo hace regalándonos su gracia y regalándonos su amor.

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