Catequesis

Martes, 22 noviembre 2022 15:58

Palabras del cardenal Osoro en la Vigilia joven de la Almudena (8-11-2022)

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Yo quiero empezar dando gracias a Dios por lo que estoy viendo. Esta catedral llena de jóvenes. Esta catedral de Madrid que hoy expresa, con vosotros, que la llenáis, lo que anhela el corazón del ser humano, que es lo que nos ha ofrecido y nos ofrece la Santísima Virgen María que nos reúne. Anhela a Dios. Siente hambre de Dios. Siente necesidad de Dios. Este momento histórico que estamos viviendo los hombres en todas las partes de la tierra; este momento donde la humanidad, en muchos lugares, ha llegado a grandes cotas de bienestar, pero que sin embargo crea vacíos terribles en la vida de los hombres, porque solo con las cosas no se llena la vida. La vida necesita llenarse con algo que merezca la pena, que dé ideales, que dé profundidad, que dé vida a los demás, que dé capacidad para entender esa oración que todos nosotros hemos aprendido desde muy pequeños: el Padrenuestro. Esa oración en la que reconocemos que hay un Dios, y reconocemos que los hombres, todos, somos hermanos los unos de los otros.

Este anhelo que está en el corazón y en la vida de todos, y que se estropea por nuestra manera de ser a veces, de querer vivir egoístamente para nosotros mismos. Hoy, el Señor, a través de su Santísima Madre, nos hace a nosotros reconocer la necesidad que tenemos de Dios. María, quien nos reúne aquí esta noche, en esta advocación de la Virgen de la Almudena, nos ofreció con su propia vida lo que quita la sed, lo que quita el hambre, quien da sentido a la vida, quien da capacidad para poder darnos la mano los unos a los otros, para poder decirnos «soy tu hermano, tú eres mi hermano, te doy mi vida».

Esto es lo que la Virgen María hoy viene a decirnos a todos nosotros. Pero, como habéis visto, la Palabra que el Señor nos ha dicho esta noche es significativa. Hemos escuchado un texto del libro del Génesis. «Sal de tu tierra», dijo a Abrahán. Y nos dice a nosotros. Para encontrarnos con Dios no podemos vivir ensimismados en nosotros mismos. Para encontrarnos con Dios tenemos que ver lo que, de verdad, en lo más profundo de nuestro corazón, necesitamos y necesitan los demás. En lo profundo del corazón necesitamos el amor: el amor en nuestra vida, y el amor para darlo también, para entregarlo. Necesitamos no vivir para nosotros mismos. Necesitamos descubrir que el otro es hijo de Dios, como yo. Y necesita de mi vida, de mis acciones. Necesita de mi amor.

«Sal de tu tierra». Hoy, en esta fiesta, en estas vísperas de la fiesta de Nuestra Señora de la Almudena, el Señor junto a Ella nos dice: «Sal. Sal de ti mismo. Presta la vida a Dios». Y la Virgen nos diría: «Aprende tu Madre. Yo presté la vida a Dios. Yo presté la vida para dar rostro a Dios. Para que Dios fuese, no un desconocido, sino que pasease por este mundo y fuese conocido por los hombres». «Soy tu Madre» nos dice esta noche la Virgen María. «Soy tu Madre. Y quiero, te pido, que me des la mano». Este es el lema que este año tenemos en esta fiesta de la Virgen de la Almudena: De la mano de María. Y de la mano de María nosotros queremos salir de nosotros mismos. Sí. Queremos ver lo que el Señor nos pide para no vivir egoístamente, encerrados en nosotros. Dios no nos encierra en nosotros. Dios nos hace salir de nosotros. Esto es lo que la Santísima Virgen María nos enseña cuando Dios le pide: «¿me prestas la vida? ¿Me prestas la vida para tomar rostro humano, y para hacer descubrir a los hombres quién es Dios?».

María, lo sabéis todos, dijo: «Hágase en mí según tu palabra». Pero, en lo más profundo de vuestro corazón, yo esta noche os digo también: en nombre de Jesucristo, ¿prestáis la vida? ¿Prestáis la vida para ser rostro de Dios en este mundo concreto en el que vivimos: en el instituto, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en la familia, entre los amigos? ¿Estamos dispuestos a vivir al estilo de nuestra Madre, que hoy de una manera especial se acerca a nosotros y nos invita a hacer lo mismo que Ella? El ángel se apareció a la Virgen y le pidió esto precisamente: «Sal de tu tierra».

En segundo lugar, habéis escuchado también otra Palabra en la que el Señor le dijo: «Pide un signo». Pide un signo para que yo pueda prestar la vida. Queridos amigos, los signos son evidentes: guerras, egoísmos, gente tirada, gente no deseada, muertes, abortos… Deshacerme del hermano porque me da la lata, me ata. Dar la mano a alguien supone sacrificar la vida. Pide un signo al Señor. Y la Virgen María lo dio. ¿No recordáis ese canto precioso que tantas veces hemos repetido nosotros: «Proclama mi alma la grandeza del Señor»? Este es el estilo que nos quiere regalar nuestra Madre en estas vísperas de su fiesta. Este es el estilo: proclamar la grandeza de Dios, pero con nuestra vida. Con tu manera de ser. Con tu manera de estar junto al otro. Con tu manera de presentarte a Dios. «Aquí me tienes, Señor. Aquí estoy. Pídeme».

Yo sé que responder supone hacer un camino largo. ¿Qué signos queréis que os dé Dios? ¿No los estáis viendo? Recorred la geografía del mundo. Mirad las necesidades. Mirad las situaciones que viven muchos pueblos. Mirad las desigualdades que existen entre los hombres… Y decimos que somos hermanos... Mirad. Observad. Ved. No seamos ciegos… La Virgen, cuando se le aparece el ángel para pedirle que preste la vida a Dios, Ella, mujer de Dios, sabía la necesidad que tienen los hombres de Dios. Porque Dios da horizontes siempre. Dios me hace ver. Dios me hace sentir y descubrir con mi propio corazón lo que el otro necesita. Dios me hace descubrir que el latido de mi corazón tiene que latir al unísono del que tengo a mi lado. El sístole y el diástole tienen que ser iguales.

Todos necesitamos del amor de Dios. Todos estamos necesitados de amor. Pero aquel que ha descubierto a Dios y lo mete en su vida, desea regalarlo. Desea darlo. Desea cambiar este mundo. Desea arreglar las situaciones de conflicto que existen en la humanidad. Desea que la gente no esté tirada por ahí. Que la gente tenga un lugar donde su dignidad de hijo de Dios, de imagen real de Dios, sea respetada.

Sal de tu tierra. ¿Pides un signo? Dios te le da. Te lo ha dado a través de tu Madre. A Ella un día Dios la pidió que prestase su vida. Y dijo: «Hágase en mí según su palabra. No quiero hacerte preguntas. Deseo hacer tu voluntad». ¿Os imagináis Madrid, solo con los que estáis aquí, haciendo obras que nacen del encuentro con Dios? Entonces sí que podremos decir como la Virgen, nuestra Madre: «Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones». Desde ahora todo el mundo que me vea, porque os ve hacer las cosas de Dios, estará deseando que estéis a su lado; porque no matáis, no engañáis, no sois egoístas, no hacéis diferencias, regaláis lo que sois y lo que tenéis para los demás. Eso es proclamar la grandeza de Dios.

Pero lo más grande de nuestra Madre es este regalo que Jesús, desde la cruz, nos hace a todos nosotros. ¡Qué regalazo, queridos amigos! Jesús. Esta mujer que dijo sí a Dios, que le dio rostro humano, que le ha acompañado toda la vida en las tierras de Palestina, esta mujer que ha vivido y ha experimentado lo que es y lo que significa el amor de Dios y la necesidad de amor de Dios que tienen todos los hombres… esta mujer, cuando el Señor estaba en la cruz, hay un diálogo precioso. Un diálogo maravilloso. Que no es comparable con nada. Y el diálogo lo comienza el Señor con Ella. El diálogo que esta noche nosotros tenemos también. A mí me gustaría que nosotros, todos, por un momento, hagamos esta composición de lugar. Soy Juan. Soy un apóstol. Soy esa mujer joven que acompañaba, con otras muchas mujeres jóvenes, a Jesús. Somos Jesús. Y Jesús, desde la cruz, le dice a María: «Virgen de la Almudena, ahí tienes a tus hijos. Jóvenes, con ideales. Creen en tu Hijo. Tienen la vida de tu Hijo por el bautismo. Tienen la fuerza renovadora que da la gracia de Dios». Sí. Y Jesús, mirando a su Madre, le dice: «Madre, aquí tienes a todos tus hijos. Ellos representan a todos los jóvenes que hay en Madrid, que han querido hacer esta noche esta vigilia. Aquí tienes a tus hijos». Y ahora viene la segunda afirmación: «Hijos, aquí tenéis a vuestra Madre». Y viene esta pregunta mía, y os pido que se oiga en todo Madrid: ¿Acogéis en vuestro corazón a María? ¿Acogéis en vuestra vida a María? ¿Estáis dispuestos a decir las mismas palabras que Ella: «hágase en mí según tu Palabra»?

Coged este regalo de Dios. Nuestra Madre. En esta historia preciosa de la Virgen, que dice que estaba en las murallas, un día se cae el trozo de muralla y aparece la Virgen María, la Virgen con esta advocación de la Almudena. Esta noche, la Virgen viene a nosotros. Y nos dice lo mismo. Tenéis Madre. Imitadla. Vivid ese: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Como Ella. Ese: «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador». Como Ella. Que os feliciten todas las generaciones. Que os feliciten. Y los hombres y mujeres de este tiempo. Porque sois capaces de llevar, allí donde estéis, el rostro de un Dios que ama a los hombres, como lo llevó la Santísima Virgen María. Coged este regalo siempre.

Que el Señor os bendiga. Y yo os agradezco, no os podéis imaginar lo que agradezco, vuestra presencia esta noche, aquí. Porque sé que esta presencia es significativa de lo que hoy necesita nuestra humanidad. De lo que hoy necesita Madrid. Gracias.

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