Catequesis

Sábado, 11 abril 2015 15:21

Vigilia de oración con jóvenes (3-04-2015)

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Queridos amigos todos, voy a decirlo así porque así se lo dijo el Señor a los discípulos que tanto quiso: «Vosotros sois mis amigos», les dijo, y yo os lo digo porque es verdad que sois amigos porque queréis hacer lo que el Señor nos dice, y por eso, esta noche, una vez más en esta Vigilia, queréis dar noticia de Nuestro Señor.

Qué maravilla que nos podamos reunir en este tiempo de Pascua, casi a los ocho días de hacer celebrado la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Y nos podamos reunir aquí porque queremos vivir de la misma manera que el Señor nos acaba de decir en esa página del Evangelio de San Juan, en el capítulo 20, él nos dice: «yo soy el rostro del Padre, y vosotros tenéis que ser mi rostro en este mundo».

Es una maravilla que Dios mismo venga a nosotros para decirnos que seamos su rostro en medio de esta historia y de los hombres... Os habéis dado cuenta que el Evangelio tiene tres partes que es especialmente importante descubrirlas. Podemos salir a este mundo por nuestra cuenta, con nuestras fuerzas. Ya veis, las imágenes que aparecen en el Evangelio: anochecer, puertas cerradas, miedo. Tres palabras que sintetizan lo que uno hace cuando va por su cuenta y sale por este mundo así.

Es tremendo vivir en el anochecer, sin ver, sin dar rostro a los demás, sin descubrir que el otro, sea quien sea, es hijo de Dios. porque cuando salimos por nuestra cuenta, en ese anochecer, globalizamos la desesperanza, hacemos un mundo de desesperados, de desilusionados, de desencantados... un mundo incapaz de transformarse. Pero, también, cuando cerramos las puertas.

No sé si habéis pensado alguna vez lo terrible que es tener las puertas cerradas, no comunicarse de verdad, no abrirse a nadie, porque el único que nos abre a los demás es Dios. En este mundo, el que no piensa como yo es mi enemigo. Hago un mundo de cerrados, de abatidos, de desencantados, de gente que pasa por la vida desilusionada, de gente que dice que aquí no se puede hacer nada... y es mentira. ¿Cómo que no se puede hacer nada? No se puede hacer nada por ti mismo, si sales al mundo por tu cuenta, claro que no se puede hacer nada... Seguirá todo igual, verás enemigos, lucharás, cogerás armas, las armas o de matar con un tiro o de matar con la lengua, que sé lo que es peor..., de denigrar al otro, de no considerarlo hijo de Dios.

Y, encima, además, salimos con miedo; estamos con miedo en la vida. El miedo es terrible porque nos paraliza, no nos hace ir en búsqueda del otro, sino todo lo contrario. Pero queridos amigos, se puede salir al mundo con la experiencia de aquellos primeros discípulos del Señor, ellos estuvieron también con puertas cerradas, con miedos, en el anochecer, pero un día se encontraron con Jesucristo, como esta noche lo hacemos nosotros aquí. No estamos reunidos aquí en nombre de un muerto que vivió hace XXI siglos, haríamos el ridículo aquí, en Madrid; estamos reunidos en nombre de Cristo, que vive, que ha resucitado, que ha hecho todo nuevo.

Estos días, aquí, en el triduo pascual, hablaba de tres aspectos que me parece que son importantes para los hombres de hoy: hay que hacer trasplante de ojos, sí, porque a veces yo no miro al otro como mi hermano. Muchas veces le veo como alguien que no me interesa, que como piensa de otra manera hay que deshacerse de él cuanto pueda. Trasplante de ojos con los ojos de Jesús. Y los ojos de Jesús, ¿cómo miraban?, ¿cómo miraban a la samaritana, que era una pecadora auténtica, pública?, ¿cómo miraban a Zaqueo, que era un aprovechado, que se enriquecía a costa de los demás?, ¿cómo miraba a aquella mujer que la pescaron en adulterio y todo el mundo la tiraba piedras?... ¿Cómo miramos nosotros? Trasplante de ojos, y solo esto se puede hacer encontrándonos con Nuestro Señor.

Trasplante de corazón hay que hacer también. ¿Cómo? Jesús dio la vida por nosotros, por amor, pero un amor no cualquiera, sino que era misericordia, pasión por todos los hombres, sin excepción. Un amor en el que los demás sabían lo que Jesús era y pensaba, pero sabían que Jesús les abría los brazos, el corazón, daba la vida por ellos, por quien fuese... Este mundo necesita de hombres y mujeres con trasplante de ojos y de corazón. Y este mundo necesita lo que sois vosotros: monedas con valor eterno, no euros que se estropean y valen lo que vale un tiempo y desaparecen. Tú y yo, porque Jesús nos lo ha dado, tenemos valor eterno, tenemos su vida; tenéis la vida del Señor en vuestra vida, por el bautismo tenéis la vida de Jesucristo. ¿Por qué no intercambiamos estas monedas en el mundo?, ¿por qué no damos esta moneda? Doy la vida por el otro, le doy mi moneda al otro, lo que tengo, lo que soy, lo que vivo, lo que percibo, lo que significan para mí los demás.

Salid al mundo con la experiencia de los primeros, con trasplante de ojos, con trasplante de corazón, con una moneda de valor eterno que somos, y entonces tendremos la experiencia de aquellos primeros cuando Jesús se puso en medio de ellos, y ellos se llenaron de paz, de alegría, y no podían estar en su sitio, tenían que salir al mundo a comunicar lo que había sucedido en sus vidas; se sintieron enviados por el Señor. Paz, que solamente la puede entregar el Señor, paz que no es una paz que me deja igual, quieto, desentendiéndome de los demás... No, es la paz del Señor, que alegra el corazón, que da vida a los hombres, que no consiente que otro esté sufriendo, que cuando ve las heridas de los demás, va a curarlas rápidamente.

Es la alegría que nace del Evangelio vivo, que es Jesucristo mismo; es la alegría que el papa Francisco nos dice y nos invita a vivir en la alegría del Evangelio, que es la vida de Cristo en nuestra vida: comunicada, manifestada, regada esta tierra de la vida de Jesucristo, que cambia el corazón, la historia, los hombres, las relaciones, que de un mundo que se construye en el desencuentro lo convertimos en un mundo del encuentro, de la gran familia de los hijos de Dios. Rostro del Padre es Jesús, somos rostro del Señor. No lo podemos ser solo por nuestras fuerzas, tenemos que encontrarnos con el Señor. Por eso, no es pérdida de tiempo que esta noche hayamos venido aquí a encontrarnos, nada más y nada menos, que con Jesucristo. Y todos juntos de todos los lugares de la archidiócesis de Madrid, de lejos, de la sierra, de Guadarrama, hasta los cercanos, todos formamos la misma familia, somos la misma moneda, queremos intercambiar esta moneda con todos los hombres, y esta moneda es la vida misma de Jesucristo.

Por eso, pensad en esto. Hay muchos Tomás en este mundo. Lo habéis escuchado en el Evangelio. Tomás: «Si no le veo, no lo creo». Pero el Señor le dijo: «Ven, Tomás, mete tu dedo en mi costado, en mi herida». Hay muchos heridos en este mundo, muchas heridas en esta tierra, muchos jóvenes como vosotros que están heridos, no han conocido al Señor, no han tenido una experiencia viva de Él, no saben y no se dan cuenta que son hijos de Dios, no saben que los demás son hermanos de ellos, no saben que Jesucristo nos entrega un proyecto que es una maravilla, que quien se encuentra con el Señor no puede quedar de la misma manera...

Seremos a veces también como Tomás, nos faltará fe, pero no quedamos igual; Tomás no quedó igual. ¿Qué heridas tienen hoy tantos y tantos jóvenes, tanta gente que no es joven?, ¿estamos dispuestos a hacer lo que nos invita Jesús? A Tomás le dijo «trae tu dedo, trae tu mano, métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente». Esto habría que decírselo a mucha gente. Pero si toda la vida la hacemos en fe, si desde que nos levantamos por la mañana, ya el vasito de agua que tomamos o el café lo hacemos en fe, porque nadie se pone a pensar que si han echado alguna pastilla para matarme... Todo lo hacemos en fe, lo más elemental de la vida, ¿y nos cuesta abrirnos a quien ha triunfado de la muerte, a quien ha vencido la muerte, al único que tiene un proyecto bello, fuerte, que es capaz de cambiar el corazón del ser humano?, ¿y dudamos de Él? Ciertamente, los que estamos aquí esta noche no queremos dudar, y queremos acercar nuestra vida a todos los heridos que haya por donde vayamos.

Seamos testigos de Jesucristo resucitado. Salgamos al mundo con la experiencia de los primeros, del encuentro con Nuestro Señor. Sí, en este encuentro con el Señor que hacemos todos nosotros dejándonos trasplantar los ojos por Jesús, dejándonos trasplantar el corazón para poner el de Jesús en nuestra vida y dejando que la moneda que circule por esta tierra sea la moneda de ser hijo de Dios con una experiencia fuerte de triunfo y de resurrección.

Ante el Señor, meditemos esta realidad de nuestra vida, porque como a Él le envió el Padre, el Señor nos envía a todos los que estamos aquí, nos dice: «Salid al mundo y sed testigos de mi vida».

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