Solo morir replantea la vida para darle sentido. La muerte de Jesús no es un suceso aislado, es un proceso, el resultado de un largo camino. Nos recuerda que nuestra vida, la de cada uno de nosotros, es un camino lleno de pasión, de resurrección, de cruz, de cirineos. En definitiva, de cada una de las estaciones que hemos recorrido.
Agradeciendo a todos los que habéis presentado este itinerario con el arte, con la palabra, con la música, con la vida de nuestras delegaciones y nuestra pastoral, me gustaría que hoy no saliéramos de esta catedral sin quedarnos con algo.
Yo plantearía a cada uno que en un momento, con la vida que llevamos, tal y como estamos, nos quedáramos con una estación del Vía Crucis. Pensadlo ahora mismo, una estación de todas las que hemos pasado. Y con una estación, hoy también os invitaría a que nos quedáramos con una de las obras que están aquí. Sí, alguna que nos haya impactado más, alguna con la que sintonicemos más o en la que más difícil veamos entrañar su sentido.
Y después, que nos lleváramos un sentimiento, porque Dios ha hablado también. Cada vez que nos juntamos a recorrer el camino de la Cruz Dios siempre toca silenciosamente algún hilo, algún sentimiento. Algo que la música, que la palabra, que la poesía haya despertado en nosotros, aunque sea incipiente. Me gustaría que paráramos ahora mismo y nos quedáramos con algún sentimiento, alguna música, algo que nos ha suscitado este Vía Crucis.
Digo que todo esto es importante, lo que Dios mueve en nuestro interior cuando hacemos oración, como esta tarde, no solo para dejarlo pasar o que cuando volvamos a casa a los nuestros digamos «¡qué bonito!». No. Entrar en el Vía Crucis es un compromiso muy serio, porque supone mirar, contemplar y caminar. Y eso, nos demos más o menos cuenta, esta tarde es lo que hemos hecho, y es lo que haremos esta semana Santa si nos dejamos comprometer por Dios.
Miramos la Pasión a través de lo que tenemos alrededor, del arte, de la música, de la palabra. Porque el arte que vemos es un lenguaje del alma, y muchas veces la belleza no distrae, sino que nos ayuda a entrar en este misterio tan hondo que es el misterio de la Cruz. A veces la música, el sentimiento, lo que vemos en el arte nos hace ver el misterio de lo invisible, eso que en estos días de Semana Santa queremos entrever, y nos hace mirarlo de forma nueva.
Cada imagen que vemos estos días, cada lectura, cada estación del Vía Crucis, es un espejo. Sí, porque seguro que en esto que hemos parado, nos dice algo de nosotros. Si nos quedamos ahora en una imagen o en una estación del Vía Crucis, se nos está diciendo algo de nosotros. Algo tuyo se refleja en cada estación, en cada obra, en cada sentimiento.
Pero al tiempo de ser un espejo, también es una ventana. Porque esa imagen, ese sentimiento o esa palabra, lo que hace es abrirnos al misterio de la luz y de la Cruz. A lo que Dios está empeñado en decirnos en este momento, y no nos lo va a decir con grandes apariciones, sino a través de las palabras, las personas, el arte, las oraciones que se van poniendo en nuestro camino. Por eso, la primera invitación que nos hace este Vía Crucis es abrir los ojos para ver la realidad y la belleza, y a veces también la dureza de la vida que Dios nos plantea alrededor.
Pero si es mirar, la segunda acción importante de este Vía Crucis que nos abre a la Semana Santa es contemplar. Contemplar con el corazón disponible, dejarnos interpelar por la mirada de Jesús en el huerto, por su cuerpo herido en la columna, por la ternura de las mujeres, por el gesto de compasión de los Simones de Cirene, por el silencio estremecedor de María al pie de la Cruz.
Porque mirar una cruz, y una cruz como esta que nos preside cada celebración, nos revela que el amor es más grande que la muerte. Por eso, venir a este Vía Crucis es contemplar y dejar que a través de nuestros lenguajes Dios nos diga lo que quiere en este momento.
Dios se deja mirar, esa es la gran noticia. Dios se deja mirara a través de las obras de arte; Dios se deja mirar a través de su Palabra, a través de la música, pero también a través de la gente que compartimos y a través de nuestras heridas, y a través de las realidades que tenemos. La Cruz no se impone, la Cruz se deja mirar; la Cruz y el Vía Crucis no aplasta, sostiene; la Cruz y el Vía Crucis no humilla, siempre nos levanta porque en ella no solo vemos lo feo del dolor, sino nos ayuda a ver lo más hondo, que es la entrega. A un Dios que no huye del sufrimiento, sino que entra hasta el fondo del él para decir «aquí estoy yo, vayas a donde vayas».
Por eso, contemplar el Vía Crucis es poder contemplar algo que no ha visto nadie, y que nosotros podemos ver: el amor extremo. No os perdáis esta Semana Santa, no os perdáis cada estación del Vía Crucis, no os perdáis cada retazo de música, de poesía, cada obra de arte, no os perdáis a cada una de las personas que están a nuestro alrededor, para contemplar en qué consiste el amor extremo de Dios. Porque esta Semana Santa Dios se va a aparecer, se sigue apareciendo para que contemplemos de forma nueva el amor extremo.
Y por eso, si hay que mirar, si hay que contemplar, el Vía Crucis a través del arte, de la música, de la poesía y de nuestra gente, nos sirve para caminar. No solo para decir «¡qué bonito!», sino para caminar, para ver la esperanza y para ir hacia delante.
Porque también nosotros tenemos noches, y tenemos cruz, y tenemos dificultades, y tenemos silencios, y tenemos lágrimas. También nosotros las tenemos. Pero ahí, al contemplar, vemos que Cristo se hace presente y que curiosamente nuestro Dios no es un Dios desde lo grandilocuente, sino que Dios nos da la mano en nuestras vulnerabilidades, en nuestras fragilidades y en nuestras heridas. Y que Dios nos dice su grandeza cuando hemos tocado fondo y cuando sentimos que necesitamos de Él.
Hoy es un buen día para abrirnos a la esperanza, sabiendo que la Cruz, su cruz y nuestras cruces, no son un fracaso. Aprendemos a ver la belleza de contemplar en la cruz y en las heridas de la vida la semilla de la vida, la auténtica semilla de la vida, para que nadie se sienta solo en la noche.
La cruz no es un castigo, la cruz es la forma en que Dios se hace uno de nosotros. Por eso, queridos amigos, en este Vía Crucis que nos abre también a este Triduo Santo, yo os invito que miremos el rostro de Cristo, y que aprendamos a ver el rostro de Cristo entre lo que tenemos alrededor. Que el arte, que estas obras de arte, que la acción pastoral de nuestra diócesis que lo ha preparado, sean las gafas para poder ver el rostro de Cristo.
Que contemplemos el rostro de Cristo, no ahí arriba, sino que entremos en la profundidad de lo que tenemos delante, para aprender a dejar entrever un Dios que se deja mirar. No dejéis de mirar más allá, y de dejar que Dios os mire. Y, por tanto, en este Vía Crucis y en esta Semana Santa no dejéis de caminar. Que todo lo que descubramos sea para ir al futuro, para mirar en la esperanza, sabiendo que nunca iremos solos. Que necesitamos unos de otros, de lo que unos componen, pintan, esculpen, cantan, tocan. Que necesitamos de unos y otros para caminar en esperanza.
Gracias por estas estaciones, queridos hermanos. Después de estas estaciones tendríamos una última estación. Me gustaría ponerla. La de cada uno de vosotros. Y esta última estación, que es la de cada uno de nosotros, tiene una estación de este Vía Crucis, tiene una obra de arte, tiene un sentimiento y, en definitiva, una tecla que Dios ha tocado esta tarde en nuestra vida para que esta Semana Santa sea especial y nos dejemos mirar por Cristo.