Lunes, 21 diciembre 2015 10:22

Madre Teresa de Calcuta será santa

Querido don Ricardo, párroco de esta comunidad; don Alfredo; querido vicario episcopal, don Juan Carlos, queridos hermanos sacerdotes. Quiero dar un saludo especial al rector del Seminario Misionero. Queridos hermanos y hermanas todos. Queridos miembros de Patrimonio y del arzobispado, que habéis hecho posible que estemos disfrutando en esta celebración de la belleza de este templo. Quién me iba a decir a mí que iba a estar aquí: el arquitecto, Juan de Herrera es de mi tierra, está enterrado frente a la bahía de Santander. Gracias a él, yo puedo estar hoy aquí, como arzobispo, inaugurando la belleza de este templo que está en Vallecas.

Nos lo decía ese texto de Isaías que hace de Salmo, y que hemos proclamado: “qué grande es en medio de ti el santo de Israel”. Queridos hermanos: qué grande es Dios, qué grande es en medio de nosotros, y qué grandes somos nosotros y nos hace a nosotros Dios, porque nos da su vida. Qué grande hace Dios la historia de los hombres cuando le metemos en ella y no reducimos al ser humano a nuestros gustos, nuestras ideas, sino que entregamos al ser humano la libertad de los hijos de Dios.

Qué grande se hace el presente y el futuro de la humanidad cuando Dios está en medio de los hombres y hace posible que este Dios, en el que nosotros creemos y que se nos ha revelado en Jesucristo Nuestro Señor, de quien esperamos anhelantes su venida, y de quien en los próximos días vamos a celebrar su venida a esta historia, haciéndose hombre. Qué grande es el presente y el futuro cuando lo proyectamos desde Dios mismo. Qué grande es ver y vivir con la gracia, con la fuerza y con el amor de Dios. Este amor que ayer por la noche, en las vísperas del domingo, celebrábamos inaugurando el Año Jubilar de la Misericordia. Un Año que se ha inaugurado en todas las diócesis del mundo en este día -ayer y hoy-, abriendo las puertas de las catedrales con el mismo sentido con el que abría la Puerta del Perdón el papa Francisco en Roma: entendiendo que Cristo es esa puerta por la que, si entramos los hombres, accedemos al reino de la verdad, de la libertad, de la vida, del respeto, de la adoración, de la entrega, al reino en el que todos los hombres son importantes, nadie es descartado, todos son hermanos míos, a nadie puedo retirar de mi vida, todos pueden realizar sus proyectos y no impongo a nadie el mío porque esté mandando, sino que dejo libertad a todos, porque es el verdadero servicio que tiene que hacer el ser humano cuando tiene el poder: no someter a los demás. Qué grande, queridos hermanos -como nos decía el Salmo que hemos cantado- es el Señor nuestro Dios y nuestro salvador; en Él confiamos, a Él adoramos, a Él esperamos.

Me gustaría deciros a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, en este día, en este domingo tercero, tres aspectos que ha destacado la palabra de Dios. Primero: el Señor te ama, nos quiere, el Señor está en medio de nosotros y te ama. En segundo lugar, el Señor es tu alegría, te alegra, te da felicidad, está en medio de ti, alégrate. Y, en tercer lugar, el Señor te da su vida, está en medio de nosotros y nos da su vida para que obremos según Dios, tal y como nos ha dicho el Evangelio que acabamos de proclamar.

El Señor está en medio de nosotros y nos ama; por eso han sido preciosas las palabras, cuando nos dice: regocíjate, goza en tu corazón, no estás condenado, estás salvado, Dios te quiere, tú eres importante y, porque eres importante y todos lo son, al que veas que está mal rápidamente ve a verle, porque le tienes que mostrar el amor que Dios te ha dado a ti. Este es el sentido que tiene también este Año de la Misericordia.

Os decía ayer en la homilía durante la Misa que celebré en la catedral: acojamos la misericordia de Dios. Sí, hermanos, esa misericordia es el amor de Dios, Él te quiere como eres, no te ha puesto condiciones. Ayer decía que te encuentras con gente a la que le dices esto y te responden: ay, señor arzobispo, si usted supiese cómo soy yo. Queridos hermanos: si supieseis cómo soy yo. Y el Señor nos dice: yo estoy aquí, no para hacer una comedia, sino como sucesor de aquellos doce con los que comenzó la historia de la Iglesia. Y el Señor me ha elegido, con mis fallos -que también los tengo-, y me quiere, y cuando uno experimenta que Dios le quiere cómo va a tratar a los demás mal. Si a ti te quiere como eres, cómo va a tratar a los que tiene alrededor; es más, el Señor te pide que trates a los demás como Dios te trata a ti. Regocíjate, ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos; tus enemigos más grandes son tu egoísmo, vivir para ti mismo, no tener conciencia de que el que ha hecho todo lo que existe te ha hecho a ti, te ama y te quiere, para que se lo regales a otros. No temas.

No me digáis que no ha merecido la pena, aunque sea solo por esta noticia, estar juntos aquí esta mañana. Saber que Dios nos quiere, que no es un extraño. Diréis que esto es para los que tenéis fe; hermanos: con fe anda todo ser humano, porque el que dice que no cree, cuando se levanta por la mañana y coge un vaso para tomar agua, ¿en quién cree?. Yo prefiero creer en Dios que en otros que a lo mejor en el agua me han metido algo y, sin embargo, no hacemos problema. Y a aquel que nos ama incondicionalmente, sin ponernos condiciones, que nos ha hecho, que nos da la vida, que nos ha dado su rostro aquí, en este mundo, y que ha venido junto a nosotros, ¿le vamos a poner condiciones?. El Señor está en medio de ti y te ama.

En segundo lugar, el Señor está en medio de ti y te hace vivir en alegría. Él está cerca y, como nos decía el apóstol Pablo en la carta a los Filipenses que hemos escuchado hace unos momentos, nada os preocupe, pero si estáis en manos de Dios, en todo momento, en la oración, en la súplica, presentadlo a Dios, que Él responde siempre. La paz y la misericordia de Dios sobrepasan todo juicio. Qué fácil es hacer juicios hacia los demás, qué fácil. Pero es más fácil si dejamos que la paz y la misericordia que viene de Dios entre en mi vida. En vez de hacer juicios hacia los demás, dejemos que entre la paz de Dios y la misericordia, que es el amor de Dios, que me hace dar un abrazo a todos los hombres, como lo hace Dios mismo, sin condiciones.

Son preciosas las parábolas que vemos en el Evangelio de la misericordia, son una maravilla. Fijaos qué presentación nos hacen de Dios cuando se nos dice que es un Dios que ve que alguien se pierde, aunque sea uno, y va detrás de él a buscarle. Es un Dios que nos quiere a todos. Otra parábola: cuando esa mujer tiene muchas monedas y una se le pierde y limpia todo hasta encontrarla. Esto hace Dios con nosotros: quiere encontrarnos porque cada ser humano somos una moneda riquísima, quiere darnos el valor que tenemos. ¿Os imagináis lo que sería esto para nosotros: que hiciésemos como Dios mismo, que vayamos buscando al ser humano que a veces está roto, desorientado, infeliz, pero que es una moneda riquísima y hay que ir a buscarla?.

Pensad en la parábola del hijo pródigo: se marcha de casa, lo gasta todo, funde la herencia y, cuando está perdido, entra en sí mismo y se dice: volveré a casa, por lo menos me tratarán como a uno de los jornaleros; y, cuando vuelve a casa el padre, cuando le ve, sale corriendo y le da un abrazo, y cuando el hijo intenta explicarle algo el padre no quiere escucharle, le da un abrazo, su alegría está porque viene. Ese es Dios. El Señor en medio de ti te hace vivir la alegría, la paz, custodia tu corazón, tus pensamientos; la paz de Dios custodia tu vida y te hace sentir alegre, porque Dios te quiere y el manantial de la alegría es que Dios nos quiere.

Recordar la palabra del Evangelio, cuando los discípulos están reunidos en una estancia por miedo a los judíos y aparece el Señor, y nos dice el Evangelio: se llenaron de alegría. ¿Por qué se llenaron de alegría, qué había pasado en su corazón...? Pues que se sentían queridos por el Señor, y la alegría procedía del cariño que Dios les tiene. Esta es la alegría que tenemos que tener.

En tercer lugar, el Señor está en medio de nosotros y nos da su vida. Lo habéis escuchado en el Evangelio que hemos proclamado: qué hacemos nosotros, le preguntaban al Señor unos militares, también la gente. Esta es la pregunta que nos deberíamos hacer todos: ¿qué hacemos nosotros?. El Señor dice que está en medio de ti, te doy mi vida para que obres según Dios, según yo soy y, por eso, ¿qué hacemos?. El Señor dijo: si tenéis dos túnicas, vestir a los demás, no hagáis que otros estén desnudos; si hay hambre, dar de comer, repartir. Haced justicia, pero la de Dios, que va más allá de lo que uno se merece, Él te da todo, da vida al otro. ¿Qué hacemos nosotros?. Y el Señor dice: no extorsionéis con las armas de la fuerza, no, haced posible que los hombres no se aprovechen los unos de los otros, sino que vivan como hermanos.

Queridos hermanos y hermanas: este tercer domingo es un domingo de alegría, es el domingo de Adviento de la Alegría, de la alegría de un Dios que ha venido, se ha hecho hombre y me ama, me alegra y me da su vida para que yo la manifieste entre los demás. Esto tiene que ser la comunidad cristiana.

Estamos aquí reunidos por un motivo: la belleza de este templo se ha recuperado. Una belleza que está en función de la belleza de quien se va hacer presente aquí en un momento, que es el mismo Jesucristo nuestro Señor, que es la belleza suma. Si el ser humano quiere ver belleza tiene que vivir cada día más con el Señor; es más bello cuanto más en comunión viva con Jesucristo, cuanto más siga sus pasos; cuanto más me parezca al Señor seré más bello. Pero para ello es necesario que la comunidad cristiana tome conciencia de que Dios nos ama, nos alegra, nos ha dado su vida en Cristo y la podemos comunicar a los hombres. Este mundo puede cambiar. Ahora bien, solo con la fuerza de los hombres no puede cambiar. La fuerza de los hombres sigue dándonos inseguridades: cualquier suceso que hay en el mundo y todos tenemos miedo, porque lo que hay que cambiar es el corazón del ser humano. Y esto lo viene a hacer Jesucristo nuestro Señor, que no es una idea, es una persona, es alguien que se acerca a nosotros y se hace presente en el misterio de la Eucaristía. Dentro de un momento se hará presente para decirnos que nos quiere, que Él es nuestra alegría, que nos da su vida y que la repartamos, que la comuniquemos. Por eso os decía que la misericordia se acoge, se cuida, se anuncia. ¿Quién es la misericordia? Cristo. No es una teoría, ni un hombre más: es una persona.

Queridos hermanos: que el Señor os bendiga, que guarde vuestro corazón y os haga sentir hoy el gozo de su cercanía, de su cariño, de su amor, de su fidelidad; que podáis comunicar esto a la gente. No solo se comunica con palabras sino con vuestra vida. Que la gente vea que vuestro camino es el de Jesucristo. Y no hay otro. Vamos a empeñarnos todos en anunciarlo. Yo os necesito porque el Señor me ha mandado como arzobispo vuestro, pero para que siga anunciando al Señor y siga diciendo a los hombres que no están solos, que Dios los quiere. El Señor me ha mandado para que todos juntos, como pueblo de Dios, anunciemos la vida de Cristo. Agradezcamos al Señor lo que hace por nosotros.

Este templo es un regalo, y lo es también poder celebrar la belleza de la presencia de Dios en este mundo. Que el Señor os guarde. Amén.

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