Excelentísimo señor Nuncio Apostólico: muchas gracias por su presencia en este día, aquí, porque para nosotros se acerca mucho más, a través de usted, el Papa Francisco, que tanto ha hecho por la familia en el tiempo que lleva como sucesor de Pedro. Dos Sínodos. Ha sido la familia cristiana noticia permanente en todas las latitudes de la tierra. Es una obra maravillosa la que el Papa Francisco ha hecho para que fuese en todos los lugares un eco presente en el mundo la familia cristiana.

Querido vicario general, vicarios episcopales, excelentísimo cabildo catedral, queridos diáconos; queridos hermanos y hermanas todos que, durante todo el día de hoy, muchos de vosotros habéis estado desde temprana hora por la mañana, para recibir la bendición del Señor a través de mí, y también para haceros llegar ese mensaje que hoy la Sagrada Familia nos regala a través de esa estampa que os he ido dando a cada uno de vosotros, donde estaba presente por una parte la familia de Nazaret, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», y por la otra os decía, en un dibujo de una familia, «en nuestra familia se nace y se vive en la atmósfera del amor, perdón, entrega, alegría, compromiso con los que más lo necesitan, y lo aprendemos mirando a la Sagrada Familia». Esto es lo que estamos celebrando: contemplar a la Sagrada Familia, y ver lo que esta familia nos alienta y nos dice a todos nosotros, queridos hermanos y hermanas. Es una gracia de Dios poder todos el poder vivir este momento juntos.

Yo no quisiera, porque hay muchos niños aquí, cansaros muchos hoy. Ya os vengo diciendo muchas cosas desde anoche, en la catequesis que di aquí, y a través de mis escritos también sobre la familia. Pero sí quisiera que grabaseis en vuestro corazón tres aspectos que me parece que son esenciales que, cuando contemplamos a la Sagrada Familia, nos vienen a nuestro corazón y a nuestra vida. El primero, nos lo acaba de decir el libro del Eclesiástico que acabamos de proclamar: para venir a esta existencia, necesitamos necesariamente de dos laderas, padre y madre; sin esas laderas, por muchos inventos que hagamos los hombres, no venimos a la existencia. Por eso, ha sido maravilloso ver cómo la familia se inicia precisamente con el padre y con la madre, con los esposos que lo dan todo gratuitamente, se dan gratuitamente, como se da Dios a los hombres. Por eso habéis escuchado cómo Dios hace al padre respetable, afirma la autoridad de la madre... Dos laderas necesarias.

Agradeced a Dios todos los que estáis aquí hoy, yo también lo quiero hacer, a nuestros padres. Estamos aquí por un hombre y una mujer con rostro concreto que hicieron posible que nosotros estemos aquí, en este mundo. Nos dieron la vida. Cómo no honrar a los padres, cómo no respetar al padre y a la madre. Ese respeto, nos decía el libro del Eclesiástico, que trae la alegría a los hijos y de los hijos. Nos dice: «sé constante en honrar a tu padre y a tu madre». No los abandones. No. Ha sido precioso desde las 9 de la mañana recibir aquí a abuelos que vienen a que les dé la bendición, pero traen a sus hijos y a sus nietos. A veces incluso con el dolor de que no creen como ellos, pero piden la bendición para que el Señor llegue, y yo estoy seguro de que el Señor llega, llegará, porque el Señor nos ha dicho que cuando pedimos nos lo da, siempre.

Queridos hermanos, nunca olvidéis las laderas, padre y madre, por las que venimos a la existencia. Y enseñádselo a vuestros hijos. Dadles lo mejor que tenéis, no solamente la vida: dadles la fe, dadles la adhesión a Dios. La familia se construye, se puede construir de muchas maneras, buscando no se qué riquezas que no llenan el corazón del ser humano. Dad, estad envueltos en la riqueza misma de Dios.

Mirad, si recordáis -ayer os lo decía en la catequesis- Dios creó todo, y creó un hombre y una mujer, el inicio de una familia, y lo puso todo al servicio de la familia. De aquellos. Todo. Es verdad que los hombres, cuando alejamos a Dios, perdemos casi todo: la felicidad, la vida, el horizonte, el verdadero sentido que tiene todo. Vino Jesucristo nuestro Señor. Dios se hace hombre y quiso venir a este mundo mostrando a los hombres que las dos laderas son necesarias. María, y el que hizo de padre en esta tierra, José, san José. Mostrándonos que en este mundo las necesitamos. Por eso, es de una fuerza extraordinaria lo que nos decía el libro del Eclesiástico: el que valora estas laderas, acumula grandes tesoros y grandes riquezas.

En segundo lugar, haced queridos hermanos y hermanas un cántico a la familia, pero que sea un cántico con vuestra propia vida. Lo habéis escuchado del apóstol Pablo cuando escribe a los Colosenses: sois elegidos por el Señor, tenéis la santidad misma de Dios. Y nos dice el Señor: vestíos de la misericordia que nos ha regalado. El eslogan de la Jornada de la Sagrada Familia de este año es «La familia hogar de misericordia». Hogar donde los que la forman han recibido el abrazo de Dios y regalan el abrazo de Dios. ¿Y qué es el abrazo de Dios? Pues aquí nos lo describe san Pablo de una forma preciosa: bondad, humildad, perdón, dulzura, comprensión, sobrellevaos mutuamente, perdonaos. Si el Señor nos ha perdonado, nos dice el apóstol, haced vosotros lo mismo. Y esto, hermanos, no en general, comienza en la familia, en la escuela de la humanidad o de humanidad más hermosa, más bella que existe, la familia. La familia cristiana, en la que se introduce la presencia de Dios y se respeta la presencia de Dios. Y el amor mismo de Dios se manifiesta, se regala. Por eso, este es un día de fiesta, un gran día de fiesta.

Sed agradecidos, nos decía el apóstol hace un instante: que la palabra de Cristo sea la que habite, la que sostenga, la que os oriente en vuestra vida. Y que la presencia real de Jesucristo que se manifiesta aquí, dentro de un momento, en este altar, sea el alimento de vuestra vida, el que os capacita para uniros y para vivir en ese hogar de misericordia que es la familia cristiana. Este es el cántico. Por tanto, como veos, un cántico y una memoria a las laderas, padre y madre, un canto de la familia que tenemos, pero un canto que tenemos que hacer con las notas que Cristo pone en nuestro corazón y en nuestra vida, con su amor misericordioso, con la vestimenta que Él quiere que tengamos.

Y, en tercer lugar, yo querría deciros queridos hermanos y queridas familias: haceos familias misioneras. Sí, esa que se nos describe en el Evangelio que acabamos de proclamar. María y José iban todos los años a Jerusalén, siempre. Y subieron con Jesús, lo llevaron al templo, al lugar donde todos los judíos iban. Familias misioneras que se convierten en templo vivo de un Dios que quiere comunicarse, que no quiere cerrarse en sí mismo. Familias misioneras, en las que Jesús nos describe dónde está la clave. ¿Habéis visto? Él se pierde en una caravana, no le encontraban, a los tres días le encontraron. Es el triunfo del Señor: a los tres días resucitó. Cuando el Niño se perdió, a los tres días lo encontraron. Pero, ¿dónde le encontraron?. ¿Os habéis dado cuenta? La respuesta de Jesús a María, que no es una respuesta que nos pueda parecer a nosotros que no tenga una fuerza singular, especial, no. ¿Por qué me buscáis?, les dice el Señor. ¿No sabéis que debía estar en la casa de mi Padre, no sabéis que tengo que convertir esta tierra y este mundo en casa de Dios?. Familias misioneras: convertid vuestros hogares en esa casa de la que Jesús habla, en esa casa en la que Jesús vivió con María y con José. Convertidla. Nunca tengáis vergüenza de terminar el día pidiéndoos perdón, nunca; al contrario, eso construye, eso alienta, eso crea fidelidad, eso crea perpetuidad y firmeza. Ofreceros como familias misioneras, subid a la fiesta. Y la fiesta es dejar entrar al Señor en vuestra vida. Una misión que os entrega Jesús a todas las familias, una misión que hoy os entrega Jesús diciéndoos también: pero, ¿no sabíais que yo, y vosotros, que sois también mi cuerpo, tenéis que estar en la casa de mi Padre?.

Queridos hermanos y hermanas: cuidad la familia. Hagamos en nuestra archidiócesis de Madrid que la familia tenga el protagonismo. Un protagonismo que es sanador de la existencia y de la convivencia humana, y lo es porque la familia cristiana asume con todas las consecuencias la presencia de Dios en su seno y entrega el abrazo de Dios a los que viven y a los que se acercan a esa familia. Entregan, en definitiva, la misericordia.

El Señor os bendiga y os guarde. En la estampa que os he dado, en esos dibujos en los que aparece la Sagrada Familia, miraros a vosotros. Tenéis que ser también esa familia sagrada que ofrece la misericordia, pero lo tenéis que hacer como os digo aquí: naciendo y viviendo en una atmósfera de amor, de perdón, de entrega, de alegría, de compasión con los que más necesitan. Esa atmósfera que en el misterio de la Eucaristía acogemos esta mañana y estamos viviendo todos nosotros, porque quien se hace presente ahí, en este altar, es el que nos entrega ese espacio, ese oxígeno que hace viable el ser también familias misioneras, como la Sagrada Familia.

Amén.

Lunes, 28 diciembre 2015 14:18

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