Miércoles, 25 noviembre 2015 14:15

Oración por el mundo del trabajo en Hermandades

Queridos vicarios. Querido Delegado de Pastoral Social. Queridos hermanos:

Comenzamos con esta Eucaristía, esta mañana, esta VI Jornada Social Diocesana de la Iglesia de Madrid: La Iglesia servidora de los pobres. Lo hemos cantado en el Salmo 145 que hemos recitado todos. En ese Salmo, nosotros afirmábamos y decíamos que la dicha del hombre, nuestra dicha, está en saber que Dios está al lado nuestro y nos auxilia, que nos espera siempre, incondicionalmente, que es el que ha hecho todo lo que existe, y lo ha hecho para todos los hombres, que Él mantiene una fidelidad absoluta y total hacia nosotros, que no precisamente a veces es la respuesta nuestra hacia Él, que Él hace justicia -especialmente con aquellos que viven la opresión, el desfiguramiento de su existencia, porque no tienen lo necesario para vivir como personas y con la dignidad que Dios mismo les ha entregado- pero que al mismo tiempo este Dios les quita y les sacia el hambre que tienen, y lo hace, lo quiere hacer, a través también de todos nosotros.

Por eso, ¿dónde está la dicha del hombre? En este Dios con el que nos vamos a encontrar para, después, trabajar y vivir todo lo que durante este día vais a hacer y vais a buscar: los fundamentos de por qué tenemos que estar sirviendo a los pobres, con las experiencias que vais a dar, con las comunicaciones que vais a hacer, y sobre todo mirando también y dejándonos mirar por el Señor, y mirando nuestro corazón y ver cómo está ante estos retos nuevos que tenemos de pobreza en la historia y en la vida de los hombres y, en concreto, en el lugar donde nosotros estamos viviendo. La dicha, por tanto, que produce cuando de verdad acogemos al Dios en quien creemos, produce libertad, da luz, visión, nos hace ver lo que a veces solo por nuestras propias fuerzas no vemos, endereza nuestros caminos, ama de verdad a aquellos que son justos. Que en la Biblia sabéis que la diferencia entre el justo y el pecador no es que uno ,sea pecador y el otro no, los dos son pecadores, pero el justo por lo menos va en la dirección que Dios le marca. Y esto es lo que queremos hacer nosotros aquí, esta mañana.

Después de escuchar la palabra del Señor, la que hemos proclamado, tanto la lectura del profeta Oseas como el Evangelio de San Juan, capítulo 13, que tantas veces nosotros hemos oído, yo quisiera acercar a vuestra vida, como marco en el cual me gustaría que situaseis esta VIª Jornada Social Diocesana, estas cosas que os voy a decir:

En primer lugar, tengamos el atrevimiento de conocer al Señor. Si os dais cuenta, pasamos mucho tiempo de nuestra vida, somos cristianos, tenemos una familia, y a veces no le conocemos, porque cuando se conoce a una persona de verdad es cuando le dejamos entrar en nuestro corazón. Si no, pasa desconocida. Podemos estar muchos años con ella y, sin embargo, no ser conocida. Eso nos pasa también con nuestro Señor. Y nos lo decía el profeta Oseas. Acordaos de estas palabras del profeta: volvamos al Señor. Volvamos. Él nos ama. Y no solo nos ama y nos cura las heridas las heridas que, a veces, nos hacen no ver la realidad que nos rodea, sino que las venda, y no las venda sin haberlas curado antes. Porque una herida, simplemente vendada pero sin echarle la medicina necesaria para que no venga la infección, no sirve para mucho; al contrario, a veces se estropea más con el vendaje. Esforcémonos en conocer al Señor. Vivamos delante de Él.

Y esto, queridos hermanos y hermanas, no pertenece a ese régimen de espiritualistas, no... Cuando se conoce al Señor, cambia tu mirada con respecto a los demás. Es más, no solamente cambia tu mirada, sino que es más profunda, porque te hace ver cosas que antes no veías, te hace descubrir aspectos de la vida del ser humano en los cuales antes no te fijabas. Por eso, acordaos de lo que el profeta pone en boca del Señor: quiero misericordia y no sacrificio, es decir, quiero esa capacidad de amar de tal manera, tan incondicionalmente, no solo en lo que se merece alomejor una persona porque es de justicia darle ese cariño, es que hay que ir más allá, más al fondo, más adelante. Como Dios mismo lo hace. Quiero conocimiento de Dios, y no sacrificios. Conocer al Señor. Ese conocimiento del Señor me va a llevar a tomar decisiones importantes en la vida. Por eso, es un día importante éste en el que el Señor os va a permitir, en las diversas reflexiones, diálogos, coloquios, experiencias que os vais a comunicar, para conocer al Señor, para hacer verdad lo que decía el profeta: conozcamos al Señor.

En segundo lugar, deciros lo que nos decía el Señor: que Él nos ama hasta el extremo. Nos lo ha dicho: ama a los suyos, los cuida, los reúne, como está haciendo aquí el Señor con nosotros, nos ha reunido en torno a su mesa, nos alimenta, nos limpia los pies. Queridos hermanos. Esta página del Evangelio... Todos tenemos los pies sucios, aunque nos hayamos duchado esta mañana. Todos. Porque aquí se refiere el Señor ... en la antigüedad, todos iban descalzos, con unas sandalias muy malas, y las carreteras o los caminos no eran precisamente asfaltados, como los que nosotros tenemos: eran de polvo, y lo que más se ensuciaba eran los pies. Pero el Señor no se refiere solamente a esa suciedad que, ciertamente, tenían los pies de todos los que reunía el Señor allí, sino también a la suciedad de los pies que tiene que ver con la que hay dentro de nosotros mismos. Porque el Señor, cuando lava los pies, no solamente es para quitarles esa suciedad de fuera, sino la de dentro; nos limpia los pies, nuestras pobrezas que son muchas, nuestros egoísmos, a veces nuestras tristezas, nuestras desconfianzas, también somos injustos a veces: todos damos interpretación de la vida de los demás y no miramos la nuestra, no somos justos a veces en esa interpretación; nuestras injusticias, el vivir buscando siempre nuestro beneficio, el estropear el cuadro precioso que Dios ha puesto para que le pongamos siempre delante de nosotros. A mí me gusta mucho leer el libro del Génesis, la descripción de la Creación: Dios hace todo lo que existe, y lo último que crea es el hombre y la mujer, y todo al servicio de Dios. Ese cuadro le estropeamos a veces nosotros; cuando miramos este mundo vemos que, a veces, hemos puesto en el centro otras cosas: la explotación de los demás, el tener yo lo que fuere por encima de lo que sea. Entonces, hemos distorsionado ese cuadro maravilloso y precioso de la creación. Eso es tener sucios los pies, y necesitamos lavarnos los pies y que el Señor hoy nos lo recuerde.

Yo, cuando he visto que me habían puesto estos textos me alegré muchísimo, porque en el fondo le viene bien a uno, porque uno se revisa y tiene sucios los pies. El obispo tiene que lavarse los pies muchas veces, aunque me ducho todos los días. Eso supone, queridos hermanos y amigos, que Él además no quiso destacar a nadie, los lavó a todos, y sabía quién le entregaba, que era Judas, pero todos estaban implicados también en la muerte del Señor. Todos. Porque la suciedad da muerte. Él nos amó hasta el extremo. Él nos dijo cómo hay que limpiar los pies.

En tercer lugar, hacer por los demás lo que Él hizo por nosotros, hasta dar la vida. Servir, limpiar, proteger, construir y ponernos en la dirección de la justicia, hacer eso que el papa Francisco nos dice: la cultura del encuentro, que de otras maneras he dicho, la civilización del amor anteriormente ya por el beato Pablo VI, más tarde también por san Juan Pablo II... Quizá es el momento de la cultura del encuentro, encontrarnos todos los hombres, pero los que conocemos a Jesucristo vamos a encontrarnos con ellos con limpieza. Si yo soy Maestro y Señor, y dice el Señor: y lo soy, y os lavo a vosotros los pies, lavaos los unos a los otros los pies; es decir, limpiaros, ayudaros a construir, a quitar egoísmos, a retirar suciedades, a colocar el cuadro de la creación tal y como lo ha puesto el Señor, no al revés. No sigamos manteniendo ese cuadro distorsionado, donde al ser humano le hemos apartado y le hemos colocado en segundo término. Defendamos de verdad la vida del hombre, del ser humano.

Como veis, tenéis un día precioso. Es un día de gracia para nuestra archidiócesis que un grupo de cristianos, discípulos de Cristo, miembros del cuerpo vivo de la Iglesia, os reunáis para experimentar y vivir dónde está el fundamento: que tenemos que servir a los más pobres, que queremos que estar al lado de ellos, y de cómo tenemos que ir a por ellos: no con los pies sucios, hay que lavárselos. Y también, que tengamos la capacidad para mirar de verdad, en lo más profundo de nuestro corazón, y mirar la realidad y ver qué retos tenemos hoy, que es necesario, y que esto lo regaléis a la Iglesia. En la Iglesia somos así. Y hay carismas diferentes y, como en el cuerpo humano, hay ojos, brazos, piernas, dedos... pero, si se ponen todos juntos, se comunican. Y lo que vosotros hacéis aquí se va a comunicar a la Iglesia Diocesana. Sois transmisores de esto que el Señor nos pide a nosotros.

Queridos hermanos: el Señor, que se va a hacer presente aquí, en el altar. Vamos a tomar la decisión de conocerle cada día más, y vamos a tomar la decisión de descubrir cómo nos ama hasta el extremo, y qué hizo y qué es lo que tenemos que hacer nosotros para decir que, de verdad, amamos hasta el extremo a los demás. Lavémonos los pies. Cuando estemos lavándonos, que sea un momento también para preguntar: por fuera sí, y saldré alomejor muy bien vestido, ¿pero cómo estoy por dentro?, ¿tengo el amor de Jesucristo?, ¿ejerzo la vida que el Señor me ha dado y me ha regalado en el Bautismo, la pongo en práctica?, ¿hago por los demás lo que Él hizo por mí?, ¿soy servidor, o me sirvo?, ¿limpio o ensucio?, ¿protejo?, ¿hago cultura del encuentro, descarto, construyo justicia?, ¿esa misericordia que va más allá de la justicia?

Pues que todo eso, con una inmensa alegría, porque es una oportunidad de gracia que nos da el Señor hoy, una oportunidad, es una gracia el poder estar ahí en estas jornadas viendo ese titulo: La Iglesia servidora de los pobres. Hasta el cartel es bonito, porque es una Iglesia y somos todos, es la comunidad cristiana entera la que sale. No es uno; y si es uno sabe que lleva a todos, que no vamos por nuestra cuenta. Pues vamos a encontrarnos con nuestro Señor y vamos a hacer, también, ese signo que Él hizo con los discípulos, pero que vaya en esta línea, que lo entendamos así: que todos, empezando por el que os habla, limpiemos nuestra vida para servir, de verdad, a los pobres y para verlos, porque si no a lo mejor no los vemos.

Que así sea.

Miércoles, 25 noviembre 2015 13:59

La Corona de Adviento, un símbolo de esperanza

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